Hay mucho rocanrol en La Taberna de Egia, bar cuyas paredes están decoradas con cantidad de imágenes alusivas a la música, desde cuadros de Roskow, artista del barrio que retrata con maestría los conciertos de la Trini hasta collages hechos por el propio Alfredo con entradas de conciertos de los 80, o recortes de fotos desde las que nos observan leyendas del rock como Jim Morrison, David Bowie, Mike Jagger, Iggy Pop, Patti Smith, Tina Turner, Bob Dylan, Jimi Hendrix, Tom Waits, John Lennon...
Eso sí, lo que más le va a Alfredo es el jazz. “Hemos organizado más conciertos aquí que en el Etxekalte o el Altxerri”, afirma este melómano, que lleva tocando desde los 13 años. “Empecé con el clarinete en la banda de Errenteria, luego me pasé al saxo... Hasta tuve una banda de vientos, Txarabanda, con la que tocábamos versiones, desde boleros hasta pasodobles pasando, por supuesto, por el rock... y hasta la pandemia he tocado con Karrakela’s Dixie Band, una banda que emulaba la música de Nueva Orleans...”.
La Taberna siempre fue, sobre todo en los 90, lugar donde se dieron cita grandes nombres del jazz. “Aquí ha tocado desde el difunto Rafa Berrio con su grupo Amor a traición, hasta Ángel Celada que estaba con la Mondragón. También pasaron muchas veces Dominique Burukoa, quien fue director del Festival de Jazz de Baiona, grandes de Navarra como Mikel Andueza o Javier Garaialde, Sorkund Idigoras, pianista oñatiarra...”.
Jazzaldia alternativo
Hubo un tiempo, incluso, en que La Taberna realizaba un Jazzaldia paralelo. “Como protesta ante el Festival oficial del señor Martín, organizábamos cinco días de conciertos y lo pagábamos de nuestro bolsillo. Y venían músicos de altísimo nivel de los dos lados de la muga... incluso se gestó aquí una Big Band transpirenaica con músicos desde Burdeos hasta Madrid, y una asociación de jazz, Jazzaleak, que tuvo su propia banda. Las sesiones se alargaban a veces hasta las 2.00 de la mañana”. “¿Y los vecinos?”, preguntamos a Alfredo. “Nunca se han quejado”, es su respuesta. “Es más, yo creo que les gustaba”, ríe, recordando que en alguna ocasión alguno llamaba educadamente pidiendo “que los músicos tocaran un poco más bajo” o que hubo algún otro que se presentó en el bar a tomar una cerveza “ya que en casa no podía dormir”.
Alfredo y Antonia recuerdan aquellos maravillosos años en los que organizaban un Jazzaldia paralelo en La Taberna al que acudían músicos de altísimo nivel de los dos lados de la muga
Eran, sin duda, otros tiempos. Alfredo Jiménez y Antonia Pazos llevaban diez años “de novios” cuando inauguraron este bar. Ambos se conocieron en Errenteria en el 77, fecha tampoco desprovista de connotaciones rockeras, y abrieron su negocio el mismo año en que se casaron, en Sanjuanes del 87. Alfredo había hecho sus pinitos en la barra del mítico Ku de Igeldo, “hasta llegué a ayudar a Pedro Subijana a servir una cena para un grupo de japoneses”, pero Antonia no tenía experiencia previa en el sector. “No me olvido del primer día. Me venían las cuadrillas de txikiteros a echar la bronca, me decían que les servía poco… había momentos en los que me metía en la cocina y no quería salir”, recuerda riéndose.
El consumo también era distinto. “Solo teníamos pintxos y bocatas”, rememora Antonia, “pero intentábamos no hacer lo de siempre, sino darles una vuelta con ingredientes especiales como la ternera asada, salsas de Roquefort… También teníamos platos combinados, buenas salchichas, codillos… Era una cocina simple pero efectiva. Y los fines de semana se doblaban y se triplicaban las mesas, y siempre había gente esperando…”.
Compartir vida y trabajo
El trabajar juntos nunca ha supuesto un problema para esta pareja. Como comenta Antonia, “cuando me empieza a molestar, le echo de la cocina y solucionado”. Alfredo asiente y añade que “cuando le entra el pronto hay que aguantar los diez minutos de rigor, y luego es una balsa”. El caso es que nunca ha llegado la sangre al río. Además, Antonia y Alfredo han sabido preservar sus espacios. Ella, por ejemplo, dirigió durante catorce años una tienda, La Gándara, en lo Viejo. Sin olvidar que hubo una etapa en la que alquilaron el bar y Alfredo aprovechó para formarse como barista e incluso hasta impartir clases de dicha especialidad. Y es que 37 años dan para mucho.
Hoy es Antonia la que lleva los mandos con Alfredo acogido a la jubilación activa. La victoria en el Campeonato de Tortilla de Euskadi les ha dado una notoriedad que ha atraído nueva clientela que se suma a la de toda la vida. Y aunque musicalmente La Taberna ya no es lo que era, mantiene una actuación mensual para gozo de sus parroquianos más veteranos. “El 19 de abril tocó un australiano, Ricky Hillbilly, y lo petó”, apuntan orgullosos estos dos currantes, viejos rockeros de la hostelería más canalla.