“Ninguna tecnología energética tiene efectos inocuos; es un balance de pros y contras”
Jacinto Lobo fue director del EVE entre 1994 y 1998 y es asesor de la compañía Barbo Renovables, posición desde la que aborda los debates sobre la transición energética
La descarbonización de la economía es una de los desafíos mundiales que dejó hace tiempo de ser un reto de futuro para convertirse en una obligación del presente.
Defiende una transición energética realista. ¿En qué consiste?
—Hemos puesto unos objetivos muy ambiciosos, y no nos habíamos percatado de que detrás de ellos tiene que haber antes un cambio radical de tecnologías, de hábitos y de sistemas que hagan posible esa transición. Probablemente no tengamos tiempo para llegar a esos objetivos. Otro asunto es que reconsideremos la cuestión y nos pongamos objetivos más realistas en el medio plazo para con ello llegar al propósito final. Hay muchos científicos que creen que hemos pasado el punto de no retorno en el cambio climático. Otros piensan que aún tenemos tiempo. En cualquier caso, lo que está claro es que tenemos que seguir trabajando, porque si no hemos pasado ese punto estamos cercanos a ello.
¿La descarbonización de la economía va a ser un proceso más complicado de lo previsto?
—Hay que reducir radicalmente el consumo de energías fósiles. Sabemos lo que eso significa. El siglo XX tuvo tal crecimiento debido al gas y el petróleo. Su versatilidad y su facilidad de manejo permitieron el despegue de la economía. Pero debemos ser conscientes de que lo pertinente ahora es cambiar de rumbo de forma radical, y no es algo que sea sencillo, porque hablamos de transformaciones que van a afectar a la vida de 8.000 millones de personas.
Europa lidera gran parte de los esfuerzos en la reducción de emisiones, pero ¿ de qué sirve si otros grandes bloques, como Asía o Estados Unidos, no hacen lo mismo?
—La Unión Europea sido pionera, pero por mucho esfuerzo que hagamos solo supone el 8% del total de las emisiones contaminantes. Estados Unidos es un país muy descentralizado y, pese a lo que podamos concluir de las decisiones recientes que ha tomado la Administración Trump, tiene legislaciones propias en muchos Estados que están por delante incluso de Europa, como por ejemplo California. Y luego está China, que va a alcanzar su máximo de emisión de dióxido de carbono en los dos próximos años. En China hay una conciencia enorme de que la contaminación es un problema. Las autoridades saben que podrían producirse protestas como las de Tiananmen por esta cuestión, por lo que el gobierno de Pekín sabe que tiene que arreglarlo ya. Sin embargo, y pese a que está logrando contener su consumo y está acometiendo el cambio, China consume todavía la mitad del carbón del mundo.
“Creo que es necesario alargar la vida de las nucleares hasta que otras tecnologías puedan reemplazar su aportación”
Existen dos grandes visiones sobre la transición energética, que consisten en acelerarla o bien acompasarla. ¿Con cual se posiciona?
—Mi opinión es que hay que acelerarla. En el actual escenario de políticas declaradas, el objetivo de reducción de emisiones de dióxido de carbono que tenemos es considerado razonable, pero nos lleva a incrementos de temperaturas de tres grados, y de acuerdo con los informes del IPCC de la ONU, eso sería algo catastrófico. Los efectos del clima se manifiestan en zonas llamadas vulnerables, como las islas o la cuenca mediterránea, que es donde estamos. Esos fenómenos van a ser cada vez más violentos y ocurrirán de forma extemporánea, como algunas granizadas. El Acuerdo de París del año 2015 logró esa masa crítica de acuerdo sobre el cambio climático. Por eso digo que debemos tener una visión radical de cambio, pero de un cambio que tenemos que hacer todos, en el que se necesita poner de acuerdo a todos los países, y muchos de ellos no pueden tener tener este problema como su prioridad más urgente, ya que tenemos que asumir que algunos de ellos atraviesan guerras, otros están sufriendo hambrunas... En lugares como Ucrania y Gaza mucha gente está sin esperanzas.
El concepto de neutralidad tecnológica está muy presente en Estados Unidos, no tanto en Europa.
—Yo prefiero ver las cosas desde la óptica del resultado final. Si para lograr un objetivo final necesitas que se promocione una tecnología, hazlo. Las renovables se han apoyado en primas para su lanzamiento y distribución. Eso ha provocado que esas industrias se hayan vuelto competitivas y ahora ya no necesitan esa prima, están convencidas por sí mismas de los beneficios de la descarbonización. El uso del carbón no se ha parado por razones medioambientales, sino por motivos económicos, porque cuando los costes los tiene que asumir el productor, le estás obligando a cambiar de tecnología. Pienso que la neutralidad tecnológica es buena. Cada una de ellas necesita estar alineada con el objetivo, pero si necesitas echar mano de otra la tienes que ayudar porque al final va ser competitiva por sí misma.
Apoya una combinación de nucleares y renovables. ¿Qué beneficios trae esa unión?
—Los costes de las nucleares, como los residuos, ya están asumidos. Las centrales nucleares están funcionando bien y no están generando ningún incidente relevante. Las siete centrales españolas están entre las veinte primeras del mundo en términos de seguridad. En Alemania ya se están arrepintiendo de retirarlas de funcionamiento. Por eso creo que es mejor que sigan funcionando. No estoy hablando de construir unas nuevas, sino de alargar la vida de las que hay, dando margen para que esas otras tecnologías que aún no están a la altura del mercado cumplan ese papel. Entonces sí sería momento de apagar las centrales nucleares.
“La conexión eléctrica entre Gatika y Cubnezais es muy importante; con Francia siempre ha habido problemas de entendimiento”
¿Cómo ve los pasos para la transición energética en Euskadi?
—En los últimos años, por las manifestaciones que hemos visto en algunos pueblos por determinados proyectos de renovables, estamos viviendo ese síndrome de rechazo de forma un poco exacerbada. Nosotros, en Euskadi, estamos consumiendo un 30% de gas que procede de fracking de Estados Unidos y aquí, sin embargo, hemos prohibido desarrollar nuestras reservas de gas por este mismo método. Eso es una paradoja. Euskadi tiene tecnologías y suministradores importantes que están siendo proveedores a nivel mundial, pero debemos ser conscientes de que afrontan una competencia feroz de China. Existen mimbres interesantes en las universidades y se están haciendo desarrollos importantes, al tiempo que Euskadi está dentro de los círculos de innovación e investigación más importantes. Esa es la tónica a seguir.
Se está hablando de la falta de potencia en la red eléctrica vasca. ¿Cómo afecta a la economía?
—Los planes de inversión en el sistema eléctrico son continuos, pero cada vez más difíciles de implantar porque implican una memoria previa, estudios de impacto ambiental, alegaciones... Son proyectos siempre conflictivos y alargan el proceso. Se está invirtiendo, pero con avatares como el apagón del pasado mes de abril se complican. En el caso español, con Francia siempre ha habido problemas de entendimiento en todo tipo de conexiones, ya sean carreteras, ferrocarriles, gas o electricidad. Ahora estamos empezando el proceceso de construcción de la conexión eléctrica entre Gatika y Cubnezais, que es importante, porque los sistemas eléctricos, cuando mas interurbanizados estén, aguantan mejor. En Alemania, por ejemplo, la producción eólica se hace en el Báltico y en el Mar del Norte, pero el gran consumo se hace en Baviera, al sur del país. Ese proceso de distribución les cuesta mucho y lo hacen a través de Polonia, que se queja de que le están saturando sus redes de transporte. Es un problema general de toda Europa, que cada se acentúa por razones medioambientales y porque la sociedad está cada vez más concenciada en esta materia. No puedes hacer infraestructuras en contra de la opinión de la gente. Pero, en este aspecto, también se necesita más pedagogía, puesto que al final es un balance de pros y contras. Hay que tener claro que no hay nada inocuo. Nada es gratis y nada es perfecto. Por ejemplo, los vehículos eléctricos llevan cinco veces más cobre que uno normal. Se trata de un material estratégico y escaso, ya que solo hay tres países productores en el mundo. El análisis de ciclo de vida de las renovables no solo tiene en cuenta, en el caso de la eólica, lo que impacta la actuación de un parque, sino también su propia fabricación, analizando el impacto de construir las palas, transporte, instalación... Teniendo en cuenta esto, ni la eólica ni las fotovoltaica son totalmente limpias. Son mucho más limpias que el carbón, pero no energía limpia al 0%. No hay nada totalmente limpio.
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