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ener el día carlista es la expresión que me da a conocer un amigo mío apuntando que es utilizada por un familiar suyo, de cierta edad, cuando tiene el día revuelto, torcido y dando coces a todo aquel que se le acerca. Él suele responder diciendo "¡hoy dejadme en paz, que tengo el día carlista!".

Esa expresión, dada la acepción guerrera que contiene, considero que es acertadísima para calificar, no el día, sino los últimos tiempos que llevamos la gente que vivimos con, por y para los productores agropecuarios y, al menos en mi caso, con los ganaderos.

Los ganaderos vascos, y por ende, los ganaderos del Estado español, y me estoy refiriendo principalmente a los ganaderos de vacuno de leche y carne, viven unos tiempos especialmente complicados sin saber cómo hacer frente a la tormenta perfecta que se ha organizado con unos costes de producción por las nubes, con unos precios percibidos por su producto por los suelos y sin visos de reacción, al menos, favorable.

Las materias primas y los piensos para la alimentación animal han crecido en un 20-25% desde el otoño pasado y ahí, en ese nivel alto, continúan mientras leemos sesudos informes que auguran su mantenimiento por unos 6-8 largos e interminables meses. La energía eléctrica anda, como todos sabemos, desbocada y para más inri, el gasóleo agrícola para su maquinaría de trabajo a precio de oro líquido.

Eso sí, los precios percibidos por nuestros ganaderos siguen congelados o a la baja, lo que provoca que los productores se vean atrapados en un letal sándwich que los asfixia hasta la agonía y los conduce, lenta pero inexorablemente, hacia una muerte segura.

Los ganaderos han lanzado el grito desgarrador para que las empresas y cooperativas que compran y transforman su producción abran los ojos y caigan en la cuenta de que mientras ellos están intentando equilibrar su cuenta de resultados, previo pago sagrado de los sueldos de todos sus empleados, hacen oídos sordos a los gritos de los ganaderos que se desangran.

Igualmente, las cadenas de distribución, argumentario confeccionado por el gabinete de comunicación en mano, responden a los ganaderos que si bien son conscientes de que los bajos precios de la leche y de la carne son claramente insuficientes para retribuir al eslabón productor, ellos no pueden hacer nada, ni individual ni colectivamente, porque la batalla por el porcentaje de cuota de mercado les impide salirse de esa guerra fratricida de precios que han iniciado todas, unas pública y otras de forma subterránea.

Eso sí, todas las cadenas responden, amablemente, que ellos están a disposición de los ganaderos y empeñados en trabajar por su futuro. Los ganaderos, de mal humor, emitiendo más metano que sus vacas amigas por el inepto ministro de Consumo, Alberto Garzón, que todo tiene un límite y que sus líneas rojas, escritas por los números rojos de sus cuentas corrientes, no les permiten pensar con claridad.

Ellos sugieren que habrá que empezar a señalar ante los consumidores quiénes son los verdaderos, principales al menos, culpables de su situación y, tal como me decía un ganadero recientemente, morir matando.

En estas estamos mientras el ministro, Luis Planas, plano como siempre, sonriente como siempre, saca el capote y da media vuelta para que el ciudadano pase por el engaño, sabedor, porque de tonto no tiene un pelo, que los ganaderos, al menos los que llevan las riendas de esas ganaderías familiares que de boquilla tanto dice defender, se le van desangrando y desapareciendo del panorama.

Su hueco es sustituido por macrogranjas que, paradójicamente, dice combatir y que tan magníficamente responden a las necesidades de las empresas transformadoras y a las cadenas de distribución necesitadas de materia prima barata.

Señor Planas, agarre al toro por los cuernos, ponga orden en el patio, consensúe, o impónganse, con los mandamases de la industria alimentaria y de la distribución y acabe, de una vez por todas, con esta situación de alimentación low cost porque el sector productor se va al carajo.

De tal modo que, más pronto que tarde, no tenga ni motivos para contratar esas pomposas campañas publicitarias como la impulsada por Alimentos de España con el lema "El país más rico del mundo".

Sé que también debiera referirme al consumidor final y a su mayor o menor coherencia, dado que cuanto más preocupado y concienciado afirma estar por su alimentación, menor porcentaje de gasto familiar destina a la cesta de la compra.

No voy a entrar en esa guerra por larga e inútil y por que creo que el ánimo bélico mostrado hasta ahora es totalmente insuficiente para semejante batalla.

Quizás este artículo, en vez de día carlista, debiera haberlo titulado el año carlista.