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ace algo más de seis años escribí un artículo sobre la evolución de la estructura productiva del agro y destacaba sobremanera que, lamentable pero imparablemente, en el Estado español, cuando no Europa, vamos hacia un escenario con una agricultura sin agricultores. El artículo de marras dio mucho que hablar, y preveo que este no se quedará atrás.

Pues bien, esta misma semana, las organizaciones agrarias vascas, Enba y EHNE, encuadradas en Asaja y COAG, respectivamente, han lanzado públicamente un grito de angustia provocada por la insoportable e injustificable subida de la alimentación animal, principalmente el pienso, que subió un 20% de media allá por octubre y se mantiene, como suele ser habitual en estos casos, en sus trece.

Si la subida de la alimentación fuese a consecuencia de unos mayores precios para nuestros proveedores, los agricultores, aun siendo igualmente insoportable, podríamos calificarlo de mal de unos y bien de otros.

La cuestión, no obstante, es que ni los agricultores perciben un mayor precio por su producto ni los ganaderos pueden aguantar la subida de sus inputs mientras, sigilosa pero eficazmente, inversores y/o especuladores de mercados bursátiles y de futuros juegan en la ruleta de las materias primas, obteniendo el pingüe beneficio que hasta ahora lograban en otros mercados, sabedores, lo que es peor, de que su letal juego se lleva por delante tanto a productores como a la población mundial más pobre.

A los últimos, los más pobres, porque dada su escasa renta disponible, gran parte de esta la tienen que destinar a la compra de alimentos. Y a los productores, porque dada la configuración de la cadena alimentaria actual y su desequilibrio estructural, se ven incapaces de repercutir la subida de los costes de producción al siguiente eslabón, bien sea a la industria y/o distribución bien sea al consumidor final.

Como es lógico, los productores quieren y necesitan, sí o sí, que la subida del coste de su principal input, la alimentación animal, sea repercutida al precio que percibe por lo que, impepinablemente, las industrias y la distribución deberán actualizar sus precios a no ser que quieran quedarse sin productores.

Como decía, los ganaderos vascos acudieron a Donostia para dar cuenta de su insostenible situación mientras, casualidades de la vida, en la misma ciudad y a la misma hora se presentaba, con gran pompa y boato, la iniciativa público-privada The Food Global Ecosystem.

Esta iniciativa está impulsada, además de por las instituciones públicas vascas, por unas 60 empresas agroalimentarias, muchas de ellas desconocidas para el gran público, que conformarán, literalmente, una estrategia compartida cuya inversión prevista en los próximos seis años supera los 500 millones de euros, y se convertirá en una potente candidatura empresarial que participará en el marco de financiación europeo Next Generation EU, ese maná europeo que tantos informativos acapara y por el que todos los gobiernos, entidades y empresas pelean cuchillo en mano para llevarse el mayor cacho.

Al día siguiente, al repasar el eco de ambas noticias en diversos medios de comunicación, siento una gran tristeza, cuando no rabia, al sentir que las fotos de ambos actos reflejan, quizás, la realidad dual que vivimos en el mundo alimentario.

Por un lado, están unos productores, ganaderos en este caso, presos del sandwich conformado por los altos precios de los inputs y los bajos precios percibidos por industria y distribución, mientras, por otra parte, la industria agroalimentaria, creo que sería más acertado llamarla alimentaria dada su escasa vinculación con el agro de muchas de ellas, que juega en otra liga, galáctica, donde el brillo y los reflejos no les dejan ver, ¿o quizás no quieran verlo?, la situación de la primera parte de la cadena agroalimentaria.

Soy consciente de que la producción agropecuaria sólo tendrá futuro si acierta en los modos de transformación y comercialización que se caracterizan, obstinada realidad, por el cambio continuo y que, por lo tanto, la innovación y la adaptación a los hábitos de consumo del cliente final son requisitos imprescindibles para mantenerse a flote.

Ahora bien, recurrir a terminología anglosajona como future, global, food, 4.0, innovation, etc., con los que dar un estilo ampuloso y marketiniano, palabrejas de cuatro duros como diría aquel, para focalizar la mirada y la atención en la parte más lucida, atractiva y brillante de la cadena y al mismo tiempo, minusvalorar y arrinconar a la parte productora, al parecer la parte menos chic de la cadena agroalimentaria, cuando menos, duele.

Al igual que hace seis años hablaba de una agricultura sin agricultores, ahora, con gran pesar, escribo sobre esa gente que se ciega con el brillo de las grandes cifras de la macroeconomía y de unas cuantas empresas punteras que proyectan el futuro alimentario desde la óptica de sus propias entidades con una peligrosa tendencia a la endogamia, que olvidan a las empresas que traccionan el producto local y que hacen el vacío a los productores, no vaya a ser que las camisas de cuadros desentonen entre tanta corbata.