Las arrugas son cauces secos que recorren la piel, pintando un lienzo en blanco que se va luciendo poco a poco, con los rigores del tiempo, como las rocas de un acantilado, que se van puliendo con el vaivén de las olas y pierden sus formas picudas, sus aristas, para encontrar la perfección. Las hojas del calendario golpean la epidermis con la fuerza de la naturaleza, la potencia viva más peligrosa que existe. Con el tiempo se encontró el mejor José Javier Zabaleta para descubrir que en el espejo no había un hombre, ni siquiera un pelotari, sino que había un coloso erigido por encima del resto de los mortales. El etxarrendarra es un jayán de porte anguloso y aristocrático en una carrera en la que ya se acumulan en el retrovisor kilómetros y kilómetros de viaje. El Zabaleta de ayer, consecuencia del de anteayer, no es el mismo que ganó el Campeonato de Parejas de 2013 con Juan Martínez de Irujo o el que se impuso en 2018 con Joseba Ezkurdia, ni mucho menos el que perdió la cita de 2019. Es otra cosa. De su derecha nace la marabunta. De su derecha nacen tempestades y galernas. De su derecha nace el caos y el orden. Alfa y Omega. Caja de Pandora. De su derecha nació la txapela del Parejas como florece el arte entre chispazos, como es arte un cielo estrellado, el movimiento de unos labios, un buen libro, un segundo de paz, el sonido del viento, la carcajada, el aroma de la libertad, el grito de los objetivos conseguidos, las lágrimas de felicidad, el sol anaranjado en el Taj Mahal o la serena mirada de un recién nacido.

De la derecha de Zabaleta llegó el título, el tercero de su cuenta en la modalidad, explotó un Big Bang y se forjó la tortura de Jon Ander Peña y Jon Ander Albisu. También nació un asombro, el del Bizkaia vacío, que se meció entre su poderosa exquisitez. Una delicia.

Y en ese escenario, ese magma, Danel Elezkano se convirtió en el metrónomo. Cambio de papeles. Ante el ventarrón del zaguero de Etxarren, el vizcaino aportó el equilibrio necesario. El zaratamoztarra se coronó por segunda vez con una hoja de ruta extraordinaria: siete tantos hechos y ni un solo fallo. El leit-motiv: la seguridad y la inteligencia. En el interior de Elezkano II convive la dicotomía: el bisturí del funambulista y la solidez del ingeniero. Danel une verbo y número. Danel argumenta con manos de estibador y la mirada infinita del artista. Danel se vistió con mono de trabajo y, a pesar de un inicio en el que no pudo tener demasiado protagonismo, terminó demostrando su virtud sobre el frontón: jugó y dejó jugar. Solidario. El vizcaino fue un faro en los momentos de necesidad, instalados únicamente en los primeros compases. Fue el cable a tierra. Tal para cual. La tormenta perfecta.

El 22-7 al que se llegó con la participación mayoritaria de los dos zagueros confirmó los pronósticos de la liguilla de semifinales. Fue una pena que el debate entre los dos mejores pelotaris de la competición, Zabaleta y Albisu, muriera sin apenas debate. Aunque al principio los de Baiko Pilota buscaran lo contrario.

De hecho, hasta el 3-6, momento en el que se acabó el debate entre ambas combinaciones para dar paso al monólogo de Zabaleta, Peña II y Albisu maniataron al guardaespaldas de Sakana. ¡Qué ironía! ¡El dominador dominado! Entonces, los guipuzcoanos asomaron como lo que son: temibles. Al joven de Tolosa le sobra desparpajo y el zaguero de Ataun brilló en su mejor versión. Incluso, fue el más destacado de los primeros compases. Elezkano II, en la discusión de zagueros, tuvo que aguardar a contrapelo.

Una cortada rápida por la pared de Danel cambió el signo (4-6). Y Zabaleta entró en combustión. Un haz de luz blanca cegó el frontón. Hiroshima. Peña II y Albisu se vieron obligados a naufragar. Arena entre los dedos. La tormenta engulló la diferencia. Al zaguero ataundarra, además, se le metió una pelota después de un voleón en el ocho para desembocar en un potro de tortura. La gota china.

Una tacada de diez tantos desnortó la final (14-6) y la alegría de Peña II se fue desmoronando como un castillo de naipes. Sufrió de tortícolis, mientras Albisu residía en Yemen, Alepo o Mogadiscio. Un bombardeo. Vía crucis en el Bizkaia. Llegó un momento que no les quedaba más que resistir hasta que la marea los barriera. Y Danel, agresivo, entretanto, seleccionaba cuál era el camino a seguir.

Un fallo de Zabaleta, en un golpe inapelable que se le fue al colchón colorado de la parte superior de la pared izquierda, fue el único borrón de los de Aspe. Después, siguió la dinámica: abrumadora, dominadora, creadora... De un tirón hasta el cartón 22. Parcial de 19-1. Sin anestesia. Y la final murió como se creó el universo, con una explosión. Y de ella nació un abrazo inmenso entre Elezkano II y José Javier, un grito de Danel mirando al cielo y consagrándose a su padre Jokin y las lágrimas de su zaguero, que llama a las puertas de la leyenda con una tempestad. Las arrugas lo contarán en un cuadro aún por terminar de pintar.