n los primeros años del siglo XXI, la principal potencia de la persecución de ciclismo en pista era Ucrania. Los exsoviéticos dominaban tanto la prueba individual como la colectiva y, por ello, se llevaron ambos oros sin contestación en el Mundial de 2001, el primero del ciclo olímpico que desembocaría en los Juegos Olímpicos de Atenas. Pues bien, cuenta la leyenda que en dicho campeonato mundial, con Ucrania en lo más alto y el combinado estatal pugnando por hacerse notar, el seleccionador eslavo sonrió al comprobar que los caminos de ambos equipos se cruzarían. Se sabía superior. Insultantemente superior. Y por eso, ante los micrófonos de los medios de comunicación, recomendó al conjunto español apartarse cuando sus ciclistas le doblaran. Echarse a la cuneta del velódromo para que los inferiores corredores estatales no estropearan las prodigiosas marcas de sus pupilos. Ucrania ganó, por supuesto. Pero ante tal fanfarronada, España se picó. Y mucho. El donostiarra afincado en Oiartzun Asier Maeztu, Sergi Escobar, Carlos Castaño y Carles Torrent se prometieron que nunca más les infravalorarían de esa manera. Entrenaron, mejoraron y con el paso de los meses se convirtieron, sin ninguna duda, en una de las mejores escuadras de la persecución por equipos.

De hecho, en apenas un ciclo olímpico, el equipo de pista estatal pasó de tener unos tiempos mediocres a otros que les metieron en todas las quinielas. Consiguieron rebajar su mejor marca dos segundos. Y eso, en un deporte donde se gana por centésimas, era mucho. Muchísimo. Así que en el Mundial previo a los Juegos de Atenas, ese en el que los conjuntos mostrarían sus credenciales para las medallas olímpicas, Maeztu y compañía se llevaron el bronce. Inesperado, pero merecido.

Cierto es que en el velódromo de Melbourne, Australia, la anfitriona que logró colgarse el oro, le sacó más de cuatro segundos. Una eternidad en ciclismo en pista. Sin embargo, este Mundial supuso la explosión de España en la disciplina. La presentación de la candidatura estatal al podio olímpico que estaba al caer.

De esta forma, en la capital griega, Torrent, Maeztu y Castaño hicieron piña en torno a un Escobar que llegaba como flamante campeón del mundo. Es decir, este equipo nada tenía que ver con ese que tres años atrás tuvo que apartarse para que Ucrania quemara los tiempos. Además, tenía ganas de revancha. De saldar deudas para cerrar viejas heridas. Así que a las primeras de cambio, en cuanto tuvo ocasión, eliminó a la selección eslava. Después, con el orgullo repuesto, España se dedicó a pedalear con ritmo y a relevarse con precisión cirujana. Con una velocidad media de 60 kilómetros por hora, alcanzó la cuarta posición.

Es decir, se jugaría la medalla de bronce con una Alemania que intentaría defender su tercera plaza. El combinado estatal echó entonces el resto. Intentó bajar de los 4:05, pero no lo consiguió. Afortunadamente, el rival germano no hiló fino y acusó el cansancio, los nervios y la presión. Fue de más a menos mientras que España se contuvo al comienzo para echar el resto al final de la prueba. Y fue ese último arrojo, ese pedaleo a golpe de riñón el que terminó por subir a Maeztu y compañía al tercer escalón del podio de Atenas. Así, el guipuzcoano se llevó un bronce que apenas tres años antes era un sueño inverosímil. Todo un logro para este cuarteto.

Tras el éxito en Atenas, Maeztu repitió participación en los Juegos de Pekín, donde, sin embargo, no pudo pasar del séptimo puesto. Se llevó el diploma. Pero su gran palo llegó dos meses antes de Londres 2012 cuando, estando concentrado en Sierra Nevada, en plena preparación olímpica, le tuvieron que operar de urgencia de apendicitis. Los que hubieran sido sus terceros Juegos pasaron de largo.

Con todo, el donostiarra no tiró la toalla. Se preparó para Río, se levantó de nuevo con fuerza; sin embargo, antes de la cita brasileña, en el Mundial de París de 2015, el seleccionador español Salvador Meliá le cerró la puerta del equipo. Tenía otros nombres en mente, planes en los que no contaba con Maeztu. Así que el donostiarra, viéndose arrinconado y sin salida, decidió colgar la bicicleta. Lo hizo con los dientes apretados, obligado, pero con el recuerdo todavía muy reciente de esa medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Atenas. Su mejor resultado.

Tenis. Otro ilustre que renuncia a participar en los Juegos Olímpicos de Tokio. Roger Federer confirmó ayer en sus redes sociales lo que parecía un secreto a voces. El tenista suizo, que el próximo mes de agosto cumplirá 40 años de edad, no está listo para competir en la cita nipona. "Estoy disgustado por no poder representar a mi país en los Juegos, lo que siempre ha sido un honor. He comenzado ya la rehabilitación y espero volver al circuito a finales de este verano", señaló Federer, que terminó el pasado Wimbledon, donde llegó hasta cuartos de final, lesionado de su maltrecha rodilla. La ausencia del tenista helvético se une a la Rafa Nadal, que también descartó competir en los Juegos, que comienzan el próximo día 23. Está por ver qué decisión toma Novak Djokovic, que dejó en el aire su presencia en la cita olímpica.