a contrarreloj disputada cerca de Burdeos tenía todo el aroma de Tour, que quizá había faltado hasta la fecha: el calor de verdad; mucha gente animando al borde de la ruta, y la carretera estrecha, sinuosa, entre un mar de viñedos. Evocaba a otras etapas contra el crono protagonizadas por grandes campeones de la carrera francesa, Induráin, Merckx, Hinault, Fignon, Lemond, hasta donde me alcanza el color; pruebas en la disciplina de la lucha individual, disputadas bajo un calor intenso, quemadas por el sol, como ayer. El sol que es necesario en el Tour, y que siempre otorga más brillantez a la carrera, y marca de otra manera a sus ganadores. Se recuerda más y mejor a los vencedores en los Tours con canícula, más a nuestro Miguelón que a Riis, porque es lo que se espera de julio, y eso, como las vacaciones, lo repetido pero nuevo siempre, ha dado prestigio a la prueba, la ha situado en nuestro calendario vital, como un ingrediente indispensable del verano. Por eso el Tour debe someter a los corredores al sudor, al sofoco del esfuerzo en el mes de julio, y es lo que lo ha hecho incrustarse en nuestra vida más allá del deporte, casi como un acontecimiento natural y no deportivo o social, diferente de otras carreras como el Giro o la Vuelta. Ese sudor específico del calor juliano, que corre por los surcos de los rostros arrugados de los ciclistas, es el que les reviste de una aureola mayor de épica, de esfuerzo sobrenatural, de heroicidad.

Tras la contrarreloj, la carrera quedó tal cual estaba en los diez primeros lugares de la general, lo que da a entender el ajustado equilibrio de fuerzas con el que los corredores han llegado al final, a la tercera semana. Pogacar dio una imagen más terrenal, menos dominadora y no pudo meterse entre los primeros de la crono, aunque la ventaja alcanzada en la primera parte de la carrera, bajo el frío y la lluvia, le dio una renta muy cómoda y administrable. Esa humildad final nos da esperanzas para el espectáculo en las siguientes grandes pruebas ciclistas. Porque, como consecuencia de sus demostraciones de dominio en los Alpes, se hacían conjeturas de que ya no iba a tener rivales en el futuro, dado que aún tiene sólo 22 años (cumple 23 en septiembre). Esas predicciones dibujaban un panorama ciclista bajo su dominio omnipotente, inaccesible para los adversarios. Ahora, sin embargo, mirando cómo se ha desarrollado la carrera en los Pirineos y en la crono de ayer, con todo muy igualado, parece que la lucha va a ser feroz en el futuro. Frente a él estará su compatriota Roglic, cuya ausencia por la caída ha restado mucho espectáculo a la prueba, y también el colombiano Bernal, el belga Evenepoel, el inglés Pidcock, más el danés recién descubierto Vingegaard. Y por qué no Van Aert, el ganador de la crono de ayer, y que fue capaz de ganar en la etapa del Mont Ventoux. El belga es un corredor prodigioso, y no olvidemos que era quien destrozaba el año pasado el Tour en todos los puertos antes del ataque final de su coequipier Roglic. Solo tiene que afinar su peso, como hizo Induráin en su día, y mentalizarse, el resto lo tiene; resistencia, velocidad, aptitudes para el crono, y para la gran montaña. Su gran rival de las clásicas, Van der Poel, que dejó el Tour hace unos días para preparar mejor las Olimpiadas, no sé si tiene tales cualidades para vueltas de tres semanas, pues no ha mostrado aún como Van Aert, que pasa bien la alta montaña, pero su clase es tan excepcional que lo mismo, si se lo propone, podemos verle frente a Pogacar y al resto de rivales, disputándose los Tours del futuro. Solo hace falta que se lo ponga como reto, es decir la motivación personal tan decisiva en el deporte de alto rendimiento.

Ya siento el síndrome post Tour. Queda la etapa de París, que para mí siempre es triste, nostálgica, como lo son las escenas finales de una fiesta; me recuerdan más que se ha acabado la diversión, que lo bueno que era lo recién vivido. El final del Tour me empuja siempre a un tiempo de incertidumbre, de vacío, de no saber en qué emplear ese tiempo de la sobremesa donde vibraba o sesteaba con la carrera. Sé que hay que sobreponerse, como ante todos los sinsabores de la vida, y seguir adelante. Pero son inevitables unos días de zozobra, de ausencia, hasta que el presente coma el terreno a la nostalgia y se imponga con su ley física. La playa, la bicicleta de verdad y no imaginaria, los paseos, el sol, la vida real, apartarán la tristeza y vencerán. Pero es necesario un tiempo de aclimatación, e incluso, cuando la vida se ha impuesto, a veces por las rendijas de la memoria se cuela el recuerdo del Tour recién vivido, porque debo ser un sentimental que se regodea con lo recuerdos de las cosas bellas. Ya lo dijo el gran romántico, Lord Byron, “hay algo más bello que las cosas bellas, las ruinas de las cosas bellas”, que es como decir los recuerdos de aquello hermoso vivido. Hasta el próximo Tour, cuando otros héroes y hazañas se añadirán al Olimpo de los recuerdos.

A rueda

Mirando cómo se ha desarrollado la carrera en los Pirineos y en la crono de ayer, con todo muy igualado, parece que la lucha va a ser feroz en el futuro