l ciclismo es un deporte individual que necesita del trabajo colectivo, de equipo. Esto es evidente en el pelotón cuando hay que proteger al líder de la penalización aerodinámica del viento, cubrirle; lo es cuando los compañeros se esmeran tirando al frente del grupo, para anular alguna escapada o para desgastar a los rivales; o cuando se abastece al capitán con las vituallas o los botellines, para evitar que este baje hasta el coche, gastando fuerzas o exponiéndose al descuido. Pero lo es también cuando el equipo sabe sustituir el liderazgo de un nombre por otro compañero, cuando las circunstancias lo reclaman. Y para ello hay que preparar a todos los corredores, sacarlos de su cliché de gregarios, dar a cada uno su relevancia, inocularles la idea de que son tan importantes como el jefe, y que ellos mismos pueden ser capitanes en cualquier momento. Las formaciones que entienden bien esto, obtienen a la larga más éxito. Es el caso del Ineos, antiguo Sky británico, o anterior escuela de Mánchester, de la que ya hablamos, los distintos equipos que ha montado David Brailsford. Cuando Froome falló, supo dar la alternativa a su lugarteniente Geraint Thomas, y cuando este flojeó un poco, en el Tour del 2019, a Egan Bernal. Y ahora, en este Giro finalizado, tras la caída de Thomas, se la dio al londinense Teo Geoghegan Hart. Sin atender a los galones previos, solo a la oportunidad, dando a cada corredor el mismo valor supeditado al colectivo. Lo contrario que hizo el equipo alemán Sunweb, dejando solo en el Stelvio y en Sestriere a su hombre mejor situado, y quien mejor podía resistir en la crono final, Kelderman, mandando por delante, con los Ineos, a su compañero Hindley. Era una muestra antagónica, en la que no se veía esa prevalencia de lo colectivo. Daba pena ver a su mejor hombre perdido entre dos aguas. El Sunweb tiene dos puestos en el podio, el segundo y tercero, pero creo que si Hindley se hubiera quedado con Kelderman en los momentos decisivos de las dos etapas alpinas, habrían ganado el Giro. Y la imagen era desoladora, de naufragio. Es más edificante como actúa la escuela británica, porque al subrayar al equipo no hace sino potenciar a todos y a cada uno de sus corredores, haciéndolos iguales.

Mientras eso ocurría y se llevaban el Giro, aquí en la Vuelta, el Ineos daba otro ejemplo de lo mismo, colocando con el maillot rojo a Richard Carapaz, ese rocoso ecuatoriano al que va a costar desbancar. Actuaron como equipo, tirando a bloque Andrey Amador, con Carapaz a rueda, en la peligrosa bajada de Cotefablo, para desmantelar antes de Formigal al Jumbo holandés, que tampoco se caracteriza por leer bien las carreras y vive de la clase de su líder, Roglic. El día fue dantesco, y aquí empezamos a ver una tónica de lo que puede ser una Vuelta que se va a desarrollar en noviembre en el norte, con el frío y la lluvia ya metidos en el calendario. Los hermanos Izagirre, expertos en ciclocross, en caminos embarrados, se movieron como peces en el agua, dirigiendo como mariscales de campo los movimientos de una escapada numerosa. Gorka atacó en el mismo descenso que lo hacía el equipo británico, en el Cotefablo, pero por delante, y Ion remató la faena, engrandeciendo su palmarés con victorias de etapa en las tres grandes vueltas.

La segunda parte de la magistral victoria de Fuente, el Tarangu, en Formigal en la Vuelta de 1972, la escribió nuestro Txomin Perurena. Y la escribió cincelando los mismos valores colectivos del ciclismo que mencionaba, constituyendo un ejemplo para contar a los jóvenes ciclistas. Txomin tenía un gran sentido de la orientación en ruta, de los movimientos tácticos dentro del paquete, de las escapadas buenas, y por eso se convertía en el capitán del Kas en el pelotón. Muchas veces era él, y no el director desde el coche, quien decidía cuándo había que tirar, o intentar la escapada y con quién; o ensayar un abanico. Sabía interpretar las carreras y a eso se debe su elevado número de triunfos. Pero, a pesar de sus numerosas victorias, era, todos lo decían, un gran compañero de equipo, a quien no importaba sacrificar sus opciones de victoria si vencía un compañero. Txomin iba de líder en esa Vuelta del 72, que parecía ser la suya, predestinada para él, pero avaló la fuga de dos coequipiers, Fuente y Grande, camino de Formigal, porque las opciones del equipo se fortalecían. Txomin tenía esos galones en el Kas, así que el director le preguntó si abortaban la escapada de Fuente para defender su liderato, o no. Txomin le contestó que mantuviera la fuga, siempre y cuando Fuente dejara de rueda a Grande subiendo el puerto de Monrepós. Porque entendía que si eso ocurría, significaba que Fuente iba muy fuerte, "sin cadena". Txomin conocía bien a aquel asturiano, y sabía que si tenía su día nadie podría alcanzarle. Él perdía el maillot de líder, pero se fortalecían las opciones del equipo. Es lo que pasó. Tarangu hizo una demostración colosal subiendo Formigal y se llevó la Vuelta. Txomin ya nunca pudo ganarla, pero dio un ejemplo de lo que es el ciclismo y también de los valores de la camaradería.

A rueda

Los hermanos Izagirre, expertos en el ciclocross, se movieron como peces en el agua, dirigiendo como mariscales de campo los movimientos de una escapada numerosa