rcières-Merlette es Luis Ocaña, que escribió allí el 8 de julio de 1971 una de las mayores gestas de la historia ciclista. Ocaña se había iniciado en el profesionalismo aquí, con Perico Matxain, en la filas del Fagor. El conquense tuvo el día más inspirado de su vida, atacó casi desde la salida, a los 13 kilómetros, en el col de Laffrey, fue dejando por el camino al resto de sus compañeros de fuga, ilustres como Agostinho, Van Impe, Zoetemelk, y se quedó solo en el Col de Noyer, el penúltimo, para aventajar a Merckx, tercero en la meta de Merlette, en 8 minutos y 42 segundos. El segundo, Van Impe, lo hizo a 5 minutos y 52 segundos. Merckx estaba enfermo del estómago, por una indigestión, pero no buscó excusas, y dice: "Ocaña nos ha matado a todos, como El Cordobés mata a sus toros". Ocaña, ya nunca más le ganó un tú a tú al belga. Y desde entonces le asaltó la fatalidad. Ese mismo año perdió el Tour en los Pirineos, cuando tenía más de 7 minutos de ventaja. Pero en un día aciago de lluvia se cayó en el Col de Mente y abandonó. Le persiguieron la caídas, las desgracias, y, años después de abandonar el ciclismo, cuando cubría el Tour como periodista, se cayó con el coche por un precipicio, quedando malherido. Una fatalidad que tuvo el broche con su suicidio, por un tiro de escopeta. ¿Quién sabe cuánto dolor quedó en su cabeza, que no pudo superar? Quizá desde aquella victoria en Orciéres-Merlette que se volvió el símbolo de lo inefable, de lo que se escapa por mucho que uno ponga lo mejor de sí, del destino, de la derrota.

Hablo de mitos con la convicción de que estos agigantan la realidad, no la empequeñecen. Escribí alguna vez del lugar como escenario para los acontecimientos, y de que el lugar, bajo esa premisa, es superior al hecho, porque es permanente, y acoge la vida que cambia. Y la vida, esta vida, se enriquece con el brillo de lo sucedido, de otras historias pasadas, que palpitan en la vida de ahora, con nosotros. Como dijera Marx respecto a la conciencia, que a veces se tiene, sin saberlo: "No lo saben pero lo hacen". Los hechos, de esta manera, no están aislados, sino que se llenan de correspondencias, en las que otras vidas laten junto a nosotros, con nosotros. Es el universo poético. Lugares, sueños, mitos, actos, se funden, se mezclan, la historia se vuelve presente, y todo eso nos hace crecer, nos ensancha.

Ayer, Orcières-Merlette no estuvo a la altura del mito. Faltó el calor de julio que vacía los organismos, faltaron un par de puertos más exigentes antes de la subida final, como en la etapa de 1971, y faltó un poco más de Tour, pues recién comenzado, aún los corredores mantienen las fuerzas intactas. Y aquel año esa etapa estaba mediada la carrera. No obstante, pudimos ver cómo presentó sus credenciales el esloveno Roglic, manifiestamente superior. Alaphilippe no defrauda, aguantó el maillot con solvencia, y auguró que realizará un Tour como el año pasado, a contracorriente, defendiendo con uñas y dientes la prenda amarilla. Librando una batalla en cada meta. Milita en un equipo ganador, acostumbrado a darlo todo. Dicen que el maillot amarillo da alas, y extrapolando la cosa al futbol, que algunos equipos ganan solo con la camiseta y el escudo, con el miedo escénico que provocan. Buscando esta fuerza exterior, mágica, en ese equipo, el Deceuninck belga de Alaphilippe, se llaman La manada de lobos, y llevan inscrito ese lema en el maillot: Wolfpack". Así salen en todas las carreras, con la determinación de un equipo y con el ansia del deseo individual.

El Tour comenzó en Niza, y ha circulado varios días por los carreteras y ciudades del Mediterráneo. Viendo esos paisajes me vino el recuerdo de una maravillosa novela, quizá la mejor sobe la Resistencia francesa, Las escalas de Levante, de Amin Maalouf. Está llena de esa atmósfera, de las ciudades francesas, Marsella, Montpellier, y de Oriente, Líbano, Palestina. En ella, un viejo combatiente en la Resistencia, de origen libanés, Ossyane, Bakú en la clandestinidad, se va a encontrar con su amada, de la que, por sus equivocaciones, más los azares de la historia, ha estado apartado 30 años. Acude a la cita en París cuatro días antes. Está nostálgico y decide emplear ese tiempo en ver las 39 calles, avenidas o plazas que llevan nombres de resistentes. Me llegó con el Tour ese aire del Mediterráneo, y recordé quizá la única calle francesa con el nombre de un ciclista nuestro, el catalán Miguel Mució. Está en Perpiñán. Miguel fue campeón de España en 1927, vencedor del Volta a Catalunya en 1924 y 1925, y de la Clásica de Ordizia en 1928. Miguel, comprometido políticamente en el PCE y el PSUC, se exilió tras la derrota republicana y combatió en la Resistencia. Fue encarcelado por los nazis en el campo de concentración de Neuengamme. Sobrevivió muy débil a la liberación y fue hospitalizado allí mismo. Murió envenenado por el personal médico nazi que los aliados, negligentemente, dejaron al cargo del hospital del campo. Yo también quisiera ser de un país al que los resistentes dieran nombres a sus calles.

A rueda

Ayer Orcières-Merlette no estuvo a la altura del mito; ese fue el lugar donde en 1971 Ocaña firmó una gran gesta: aventajó en meta a Merckx en casi 9 minutos