- En la reciente memoria de Sormano permanece aún nítida, por dramática y escalofriante, la caída de Jan Bakelants en un descenso tramposo y burlón que fracturó al belga en 2017. Se rompió cuatro vértebras de la espalda tras estrellarse en una curva decorada con un pretil mientras descendía a gran velocidad una de las míticas cotas de Il Lombardia. Los ciclistas señalaron el lugar con una cruz y el neón del peligro. Esa curva asusta. Ese mismo escenario fotografió la estremecedora caída de Remco Evenepoel mientras arriesgaba en la bajada de La clásica de las hojas muertas buscando la cabeza de carrera, que conquistó Jakob Fuglsang. El danés se regaló un Monumento. Evenepoel, el prodigio belga, deseaba esa instantánea, pero su imagen fue otra. Inquietante.

El jovencísimo ciclista trazó mal una curva, hizo un recto y chocó contra el muro al que muchos temen con tal violencia que salió despedido de la bicicleta por encima de la protección. Voló para caer en un barranco, justo al lado de un puente. El impacto seco de su montura contra el muro de piedra cortó de inmediato el aliento de la clásica. Quedó muda. En silencio. La caída fue terrible. Durante unos minutos, eternos, sobrevolaron los peores presagios sobre la integridad física de Evenepoel, del que no se tenía ninguna noticia. La zona, arbolada, pero hundida en la orografía, imposibilitaba una visión clara de la salud del corredor. Evenepoel había desaparecido en el vacío. Solo la bicicleta negra con el dorsal 111, apoyada en el murete, fijaba el lugar exacto del accidente.

El corredor, ovillado sobre sí mismo, con el casco atado y la mirada asustada, esperaba el rescate. Una vez fue hallado, se comprobó que Evenepoel, aunque dolorido, no había perdido el conocimiento a pesar de una caída de varios metros de altura. Inmovilizado por el equipo médico de la clásica en una camilla, el corredor, al que le colocaron un collarín, fue trasladado de inmediato por una ambulancia al centro hospitalario donde se le realizaron pruebas radiológicas que apreciaron una fractura de pelvis y una contusión en el pulmón derecho. La vida de Evenepoel, el joven que está maravillando al planeta ciclista, no corría peligro, aunque deberá permanecer de baja. Una vez llegaron las noticias tranquilizadoras, la clásica pudo respirar tranquila, aunque jadeante por el duelo de los capos en las cuestas de Civiglio.

En la ascensión, el tridente del Trek compuesto por Nibali, dos veces campeón de Il Lombardia, Mollema, vencedor el pasado año, y Ciccone, claudicó ante el furibundo Fuglsang. El danés entendió que ese era el momento de incendiar la carrera. Bennett se alistó al empeño del líder del Astana. Vlasov, camarada de Fuglsang, tuvo que renunciar y la clásica se enredó en un vis a vis entre Fuglsang y el neozelandés en las rampas de San Fermo della Battaglia, el nudo gordiano de la cita italiana. Un debate a dos. Fuglsang martilleó el revólver de sus piernas y se disparó.

Bennett solo pudo observar el humo de la detonación provocada por el danés, que se desprendió del retrovisor para lanzarse a cincelar el segundo Monumento de su palmarés después de la victoria en Lieja el pasado año. Rejuvenecido, Fuglsang no supo más del acoso de Bennett. Con el danés en el podio, se esperaba el parte médico de Evenepoel, que resultó tranquilizador. También fue una jornada accidentada para Max Schachmann, que impactó contra un vehículo que apareció incomprensiblemente en mitad del recorrido de Il Lombardia. El alemán pudo seguir en una clásica en la que Evenepoel, el ciclista que asombra, asustó al mundo tras estrellarse en la curva maldita.