A burbuja de Orlando en la que la NBA se ha enclaustrado para poder finalizar el tormentoso curso 2019-20 ya cuenta con su primera gran estrella y, a diferencia de lo que podría pensarse, no se trata de LeBron James, James Harden, Giannis Antetokounmpo o Kawhi Leonard. El MVP de la reanudación de la competición estadounidense nunca ha sido All Star y a sus 26 años ni siquiera constaba como uno de los tres o cuatro jugadores con mayor pedigrí de su franquicia, unos Indiana Pacers donde las alabanzas acostumbran a llevárselas Domantas Sabonis, Victor Oladipo, Myles Turner e incluso Malcom Brgodon. De hecho, este alero recaló el pasado verano en su nuevo equipo prácticamente regalado, pues fue traspasado por los Phoenix Suns por lo que en la NBA se conoce como cash considerations, una cantidad de dinero en efectivo que no acostumbra a ser muy elevada pues este tipo de operaciones no buscan obtener otro jugador en contraprestación sino liberar espacio salarial. Pero muchas veces la clave en el deporte consiste en saber aprovechar los momentos y eso es lo que está haciendo la última semana el semidesconocido T. J. Warren.

Con Sabonis fuera de la burbuja y Oladipo aún renqueante de su lesión, este alero de 2,03 metros ha encontrado el ecosistema perfecto para sobresalir y conducir a la victoria a los Pacers en los tres primeros duelos disputados en Orlando. En el primero sorprendió a todo el mundo con una anotación de 53 puntos, la tercera mejor de un jugador de Indiana por detrás de los 57 del mítico Reggie Miller en 1992 y los 55 de Jermaine O’Neal en 2005), en el segundo sumó 34 y en la madrugada del miércoles aportó 32 ante Orlando con 17 puntos sin fallo en el acto inaugural. Además, promedia un fantástico 65,3% en porcentaje de tiro (60,9% en triples) y con él en cancha los Pacers anotan 59 puntos más que sus rivales, cifra que no alcanza ningún otro jugador en la burbuja. Por cierto, en estos tres encuentros solo ha perdido un balón.

Warren demostró su potencial desde que aterrizó en la NBA en 2014 elegido por los Suns con el número 14 del draft tras dos notables ejercicios en North Carolina State. En su tercera temporada profesional promedió ya 14, 4 puntos por encuentro y en la 2017-18 llegó a los 19,6. Pero había dos factores que jugaban en su contra. El primero, sus constantes problemas físicos que le hicieron perderse muchísimos encuentros -solo en dos de sus cinco campañas en la franquicia de Arizona superó los 50 duelos de temporada regular, sin alcanzar en ninguno los 70- y sus carencias en el lanzamiento de tres puntos. En sus primeros años en la liga, Warren actuaba como un alero de los de la vieja escuela, anotando con gran efectividad en las distancias cortas e intermedias, pero con porcentajes que no llegaban al 30% desde el perímetro, algo que chocaba de lleno con las nuevas coordenadas del baloncesto moderno. Mejoró notablemente en el ejercicio 2018-19, pero Phoenix decidió desprenderse de él solo para librarse de los tres cursos que le quedaban de contrato por un montante total de 35 millones de dólares e Indiana se movió con acierto para hacerse con él sin tener que entregar jugadores a cambio. Un negocio redondo.

A las órdenes de Nate McMillan y en una escuadra más estructurada, Warren ha encontrado un ambiente mucho más propicio para brillar pese a contar con compañeros con muchos galones. Titular desde el primer día, su rendimiento ya había sido destacable antes de que la temporada tuviera que interrumpirse en marzo por la pandemia del COVID-19, alcanzando o superando los 20 puntos en 29 de los 61 encuentros que había disputado. Pero ha sido en la burbuja de Orlando, en unas circunstancias absolutamente excepcionales, donde T. J. Warren ha explotado. Ahora mismo es el jugador más en forma del planeta y, aunque lo lógico es que sus números no se mantengan a esta altura sideral, ha demostrado de sobra que su talento vale mucho más que las cash considerations por las que los Phoenix Suns le abrieron la puerta de salida de par en par.