acudido del sillón por las emociones de las dos últimas etapas montañosas del Girome tomo el pulso y parece que fuera yo quien escalara el Mortirolo anteayer, o el Monterovere ayer. Menos mal que contengo la euforia entre mis paredes. En eso el ciclismo resiste, frente al fútbol u otros deportes de masas, y sin dejar el apasionamiento, mantiene esa emoción en el marco de la deportividad, de la buena lid. Y es que las dos etapas alpinas han sido trepidantes. Por delante, entre los corredores que se filtran en escapadas consentidas, y por detrás, entre los gallitos. Ambas etapas tuvieron un diseño estratégico parecido. El Mortirolo dejó a muchos tocados, para que el Valico di Santa Cristina pareciera un muro. Allí entre ataques y contraataques de los escapados, se impuso el checo Hirt, el más paciente y quien más fuerzas tuvo al final. Ayer lo mismo. La subida final a Monterovere era durísima, con los últimos seis kilómetros por encima del 10% de pendiente. No podía haber más cambios en esa subida. Van der Poel, que iba en la escapada, se marchó solo nada más comenzar el puerto. Parecía que se iba a encumbrar también como un escalador, lo único que le falta, parecía copiar lo que hizo su archirrival Van Aert en el Ventoux, en el Tour. Pero a mitad de puerto la pendiente se le atragantó, su pedaleo era fluido pero no avanzaba, y fue cazado por Leemeize. Cuando parecía que la etapa iba a ser para este holandés, apareció desde atrás el colombiano Buitrago, engullendo un minuto y medio que llevaba perdidos en cinco kilómetros, para rebasarlo e irse solo a la meta.

Por detrás, quedo definido el trió más fuerte, Carapaz, el australiano Hindley, y Mikel Landa. Ayer fueron los coequipiers de Carapaz y de Landa, quienes tensaron la carrera en el último puerto para comprobar que el portugués Almeida, un peligro contra el crono, flaqueaba. Al ver esto, Landa se lanzó al ataque, y nos hizo vibrar como años atrás. Se ve que está bien. Aunque siempre da la sensación de que le falta un poquito para hacer la diferencia e irse solo. Agarrando el manillar por abajo, en la curva, como Charly Gaul, como Pantani, y de pie sobre los pedales, también como ellos, con una pedalada profunda, de mucho desarrollo, hace daño, y elimina a casi todos menos a los otros gallos. Le falta continuidad, seguir de esa manera más tiempo, sin desmayo, como hacía Pantani, lo que hacía imposible seguir su rueda.

Ya no quedan muchas jornadas, y da la impresión que el Giro se va a decidir en la mítica Marmolada. Un puerto que asusta, tanto por sus seis kilómetros finales, que son un auténtica pared al 11% de pendiente media, con tramos al 18; como porque gran parte transcurre en una recta inacabable, que mina la moral. Allí se hundió Marino Lejarreta frente a Chiocholli, el año que más opciones tuvo de ganar el Giro. Los tres favoritos están en menos de un minuto, y Carapaz y Hindley en tres segundos. Si la Marmolada no ajusta esas cuentas, la ya clásica contrarreloj final en Verona, con la Arena romana como escenario, será cosa de dos, porque ahí Landa ya no tiene opciones.

Los Alpes italianos, que recorren en un arco todo el norte del país, ofrecen montañas variadas, desde los más frondosos en vegetación, como los piamonteses y lombardos de estos días, con montes que se parecían paisajísticamente a los nuestros; hasta los Dolomitas, adonde se dirige la carrera, en éstos se impone la majestuosidad vertical, la desnudez, la roca. El Monterovere de ayer era pintoresco, y ayudaba al festival de cambios y sorpresas que vimos en la subida. La carretera estrechita aparecía y desaparecía entre árboles y túneles excavados en la roca, parecidos a los de la vieja carretera a Pamplona. Era una carretera esculpida en el monte.

En la agonía, en la falta de fuerzas que genera el desgaste continuo del los puertos en las etapas montañosas, se puede ver todo tipo de pedaleo. Hindley, el australiano, muestra un pedaleo a molinillo, muy ágil, se ve que sus maestros de referencia han sido Froome y Armstrong. Landa, por el contrario, sube con más multiplicación, lo que le obliga a subir en muchos tramos de pie sobre los pedales, da la impresión que ha mirado mucho a Pantani o a Pogacar. Carapaz es una mezcla, ni una cosa ni otra, lleva cadencia pero no excesiva, ni tampoco un desarrollo brutal, se parece más a Roglic. Lo mismo se observa en los que no son los líderes, porque están igual de sujetos que ellos a la fuerza de la gravedad. Van der Poel estaría alineado en el equipo de los de molinillo, pero sin embargo, a él no le resultaba muy eficaz. Y el vencedor, Buitrago, es más del equipo de los que suben con fuerza, con pedaleo pesado, pero que cuando lo mueven corren mucho; su escuela parece aquella de los escaladores colombianos, los escarabajos. Aunque no sé si realmente son escuelas, si copian, si tienen modelos, o si responden solamente a sus aptitudes físicas. En realidad, todo vale si se hace avanzar la bici cuesta arriba.