Eran días de feliz resaca copera. De saborear el título que la Real había obtenido en La Cartuja. Había caído la noche y Aitzol descansaba en casa, en el barrio donostiarra de Herrera, mientras el pequeño Julen, de cuatro años, dormía a pierna suelta. Y de repente el móvil empezó a sonar. Amigos, familiares, compañeros de trabajo... El club txuri-urdin estaba estrenando a través de sus canales de comunicación el documental de la final sevillana. Y, sin comerlo ni beberlo, el crío se había convertido en uno de sus actores principales. Ni Olabe con su arre borriquito a Illarramendi. Ni Moyá como maestro de ceremonias. Ni el gol de Oyarzabal. Ni la celebración de Aritz. No. La estrella era el niño que se besaba el escudo en Zubieta, despidiendo al autobús del equipo la víspera del partido.

Se llama Julen, García de apellido, y lo suyo con la Real va de abrazos y de actos efusivos. NOTICIAS DE GIPUZKOA le acompañó ayer en su visita al trofeo, en Anoeta. Y tanto su aita como el osaba Gari explicaban cómo expresa el chaval su pasión txuri-urdin. “Si estás en casa viendo un partido y la Real marca un gol, reparte besos y abrazos a todos los presentes”. Normal, por lo tanto, que animara al equipo como lo hizo el pasado 2 de abril, en un gesto espontáneo. “Yo ni sabía que lo había hecho. Me lo subí a hombros y le dije que les hiciera así con el brazo”, recordaba su padre Aitzol, cerrando el puño al alto, con fuerza. Sin embargo, Julen debió pensar que no era suficiente con eso y apostó por un gesto más sentido. Puede decirse que dio resultado.

Porque la Real ganó. Y el héroe anónimo de la Copa, el niño que se besó el escudo en Zubieta, vio la final enterita, sin amago alguno de caer dormido. Recordémoslo: el partido terminó a eso de las once y media y Julen solo tiene cuatro años. Aunque era más pequeño aún cuando se inició el camino hacia La Cartuja, allá por diciembre de 2019. Entonces tan solo había soplado tres velas, lo que explica que no recuerde bien sus últimas experiencias en Anoeta. Ha pasado mucho tiempo. “¿Te acuerdas cuando vinimos al campo, la Real marcó un gol y nos pusimos todos a botar de espaldas al campo?”, le pregunta su aita. Y él mira como las vacas al tren, como si le hablaran en chino. Parece que en su memoria no figura aquella fría noche de enero en la que acudió al estadio para ver a su equipo eliminar a Osasuna en los octavos de final. Después vendrían los cuartos, las semis... Y la final que ha terminado lanzándole al estrellato.

No es que la gente le reconozca por la calle. Julen no firma autógrafos ni le piden selfis. Pero, en el mundo txuri-urdin, todo el mundo sabe de quién le hablan cuando se alude al episodio del famoso InsideInsideAyer, mientras el crío se revolcaba sobre el césped artificial de la banda de Anoeta, donde calientan los suplentes, en el videomarcador proyectaban imágenes de apoyo de la afición, antes de partir hacia Sevilla. Y de repente apareció él, para regocijo suyo y de sus familiares. “¡Ah! ¿Pero este es el niño del reportaje?”, cuestionaban los siguientes de la fila. Sí, era él. El mismo que amagó con sentarse en el sitio de Imanol en el banquillo, justo antes de que el aita le dijera que no se puede, por aquello del covid y de las precauciones. Maldita pandemia. Por muchas cosas. Entre ellas, porque a la generación de Julen se le ha olvidado qué era aquello de ir a Anoeta. Pronto volverá, esperemos que para repartir besos y abrazos.