l 14 de mayo de 1980, un desconocido Martín Zabaleta cambió la fortuna del alpinismo vasco. Hace exactamente 40 años, este hernaniarra, de profesión mecánico, se sacudía la pesada nieve de sus botas para dar sus últimos pasos hacia la cima del Everest. Para asomarse al balcón más alto de la Tierra, llenar sus pulmones con un poco de oxígeno y gritar. Eso es lo que hizo nada más alcanzar la cumbre. Zabaleta gritó tan fuerte que su mensaje llegó a sus compañeros del campo base en una época sin móviles y con un radio-teléfono como toda tecnología. Así supieron que su amigo se había convertido en el primer vasco en tocar el techo del planeta. Así supieron que su expedición acababa de hacer historia. Pero arriba, a 8.848 metros, el hernaniarra se deleitó con las vistas, aunque estuviera rodeado de niebla; inmortalizó el momento con 15 minutos de fotografías y, con la ayuda del sherpa Pasang Temba, que le acompañó en todo momento, clavó la ikurriña para que todo sucesor supiera que por allí ya había pasado Zabaleta.

La noticia de la gesta de esta expedición corrió como la pólvora entre el pueblo vasco y supuso un nuevo punto de partida. Porque un intento fallido en 1974 encendió la mecha, pero fue la cumbre hollada de 1980 la que provocó la explosión. Devolvió la ambición al alpinismo y originó la aparición de una nueva y buena generación de devotos de la montaña. Alberto Iñurrategi fue uno de esos discípulos. El guipuzcoano apenas tenía 11 años cuando Zabaleta clavó la ikurriña en lo más alto del Everest. Por aquel entonces "estaba distraído con el fútbol porque no recuerdo nada de ese momento", pero con el tiempo se dio cuenta de que esa cumbre "fue el inicio de la edad moderna de nuestro alpinismo". "Tanto aquella expedición como toda aquella generación pusieron la base de todo lo que hemos hecho después porque les debemos la experiencia, la técnica, la organización...", reconoce Iñurrategi.

De hecho, el de Aretxabaleta asimiló tan rápido aquellas enseñanzas que no solo formó parte de la siguiente expedición vasca que coronó con éxito la cima del Everest, sino que en aquel 25 de septiembre de 1992, junto a su hermano Félix, Patxi Fernández y Juan Mari, Pitxi, Eguillor, se convirtió en el montañero más joven en ascender la montaña más alta del mundo sin oxígeno. Sin embargo, más allá de la gesta deportiva de Zabaleta y sus amigos, que fue histórica, Iñurrategi destaca que la principal lección que recibieron de ese grupo de escaladores fue la relacionada con "la responsabilidad ética": "Nos dieron una estupenda clase de lo que es un equipo, un compañero de cordada. Porque todos recordamos el nombre del sherpa que estuvo con Zabaleta, porque en esa época aprendimos que los porteadores de altura también llegan a la cumbre, pero en las expediciones de ahora no se les tienen en cuenta".

Y es que 40 años son muchos y pasan muy rápido, sobre todo para la montaña más alta del mundo. Porque Zabaleta la holló en una época en la que solo se condecían dos permisos al año y cada uno se tenía que abrir su propia huella. Una época en la que querer subir allí arriba era algo de aventureros y en la que lo esencial eran los crampones y un buen abrigo. Aunque el hernaniarra acabará acompañado por un rosario regalado por el Papa a una expedición polaca, un termómetro, una bandera de Nepal y una orgullosa ikurriña.

Zabaleta hizo historia cuando subir al Everest era muy peligroso y no un trekking de altura, cuando poco más de un centenar de afortunados habían pisado su cumbre y el himalayismo era solo para los admirados chiflados. "Ahora la gente no quiere arriesgarse, se hacen planteamientos minimizando los riesgos y entonces se pierde el valor esencial del alpinismo que es la emoción, esa erótica del riesgo... Lo único que no cambia es que todavía hoy en día el Everest sigue siendo el objetivo principal de mucha gente", reflexiona Iñurrategi.

El 14 de mayo de 1980, en el segundo intento de una expedición vasca en el Everest, Zabaleta conseguía coronar la montaña más alta del mundo. Se convirtió en el primer vasco que pisaba el techo del planeta. Fueron 12 horas larguísimas por la vía del collado sur, un camino lleno de nieve blanda y congestionado por la niebla. Fue una ascensión muy complicada, caótica, en la que tanto Zabaleta como Pasang Temba sufrieron por la escasez de oxígeno artificial. De hecho, el sherpa habló de retirarse, pero el hernaniarra vio tan cerca la cima que aceleró el paso. Fueron tantas horas de ascenso que, cuando hicieron cima -alrededor de las 15.35 horas-, ya era muy tarde para bajar. La noche se les echaba encima.

Deshicieron sus pasos con rapidez, pero Pasang estaba muy cansado. Débil. Intentaron continuar, pero el sherpa cayó y quedó colgado de una fina cuerda a más de 8.000 metros de altura. Zabaleta reaccionó rápido, pero fue una señal inequívoca: tenían que parar. Montaron un vivac improvisado en una grieta, se sentaron sobre sus mochilas y vieron la noche pasar. Sin comida, ni bebida. No miraron el termómetro, pero calcularon unos 35 grados bajo cero. Y, cuando comenzaron a desistir, llegó el amanecer. Un nuevo comienzo. Con la fuerza del sol se pusieron de nuevo en marcha hacia el Campo IV y entonces acudieron en su busca. Dos sherpas, dos ángeles, que les llevaron té y oxígeno. Que les llevaron vida.

Porque, como bien recuerda Iñurrategi, la gesta de Zabaleta no fue de un solo hombre, sino de todo el equipo. Fue de Felipe Uriarte, Luis María Sáez de Olazagoitia, Ángel Rosen, Juan Ignacio Lorente, Juan Ramón Arrue, Kike de Pablo, Xabier Erro, Ricardo Gallardo, Xabier Garaioa, Emilio Hernando, Joxe Urbieta, Takolo, y todos y cada uno de los porteadores que les acompañaron. Porque hace 40 años, con 16 millones -conseguidos gracias al apoyo de las instituciones vascas y de la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao- y tres meses, el alpinismo vasco era tan grande, tan honesto, que aunque tan solo uno pudo catar la cima del Everest, el resto fueron capaces de comprobar qué sabor tenía el éxito.

Sin expediciones. Aprovechando el cierre de fronteras a causa de la crisis sanitaria, una expedición china se encuentra ya en el Everest con una única misión: medir su altura. El coronavirus ha provocado que el Gobierno de Nepal cancele todos los permisos de este año, impidiendo las polémicas imágenes que se hicieron virales la primavera pasada en las que centenares de personas hacían cola para hollar la cima más alta del mundo; por lo que un equipo chino está aprovechando la ausencia de aglomeraciones para verificar si el Everest alcanza los 8.848 metros, que es la altitud aceptada. La idea de esta expedición, que ya ha iniciado los trabajos preliminares de investigación situando a un grupo de científicos en el campo base de la vertiente tibetana de la montaña, es utilizar el sistema de navegación satelital chino Beidou, competencia del GPS, y otras herramientas tecnológicas.

El 14 de mayo de 1980, un desconocido Martín Zabaleta se convirtió en el primer vasco que logró coronar el techo del mundo

"Esa expedición y esa generación fueron el inicio de la edad moderna del alpinismo vasco", reconoce Alberto Iñurrategi