Madrid - El keniano Eliud Kipchoge, de 32 años, campeón olímpico de maratón, corrió ayer en el autódromo de Monza el maratón más rápido de la historia, con una marca no homologable de 2h.00:25, en un reto diseñado por Nike para bajar de las dos horas en la carrera de 42.195 metros. El ritmo trepidante decayó en los diez últimos kilómetros y Kipchoge no pudo bajar de las dos horas, que era el objetivo, pero se quedó muy cerca.
Originario de la provincia del Valle del Rift, Kipchoge demostró que el hito de rebajar las dos horas está a la vuelta de la esquina.
Para romperlo, había que recortar 2:57 al récord mundial de Kimetto, y para ello Nike se inventó una carrera de laboratorio con la ayuda liebres rotatorias que entraban por turnos en carrera, de forma que la marca no podía ser homologada.
El artículo 144 del reglamento de la IAAF estipula: “No se permitirá marcar el paso en carreras por personas no participantes en la misma carrera, por atletas doblados o a punto de ser doblados o por cualquier clase de aparato técnico”.
Para romper la barrera de las dos horas en maratón, había que superar en un 2,5% el récord mundial de Kimetto (2h.02:57), y para ello fueron seleccionados tres contendientes, el mínimo que exige el reglamento en una carrera: el campeón olímpico, Eliud Kipchoge, el etíope Lelisa Desisa, dos veces ganador en Boston, y el eritreo Zersenay Tadese, plusmarquista mundial de medio maratón.
Pero la clave estaba en las liebres, una selección de 30 atletas de primer rango, como el estadounidense Bernard Lagat, de 42 años, o los africanos Selemon Brega, de 17, Stephen Sambu, Sam Chelanga, Andrew Bumbalough o Chris Derrick.
Todo el equipo había desembarcado el 1 de mayo en Milán y trabajó a diario en el autódromo de Monza, a cuyo circuito, de 2.405 metros, los tres atletas seleccionados tenían que dar 17,5 vueltas para cubrir los 42.195 metros del maratón, ayudados por un grupo permanente de seis liebres. A partir de la primera vuelta y media, las liebres eran sustituidas de tres en tres.
A las 5.45 horas, todavía noche cerrada en Monza, se dio la salida. Los nueve corredores -seis de ellos en labores de liebre- emprendieron el reto. En el asfalto, un rayo láser dibujaba un espacio de seis metros en forma de pirámide truncada, al que los corredores debían ajustarse, en ritmo y emplazamiento, para que los tres actores principales aprovecharan los beneficios de una formación en punta de flecha.
El parcial exacto de Kipchoge por el kilómetro 5 fue de 14:14. Las liebres seguían la marca del láser sin problemas. Por el 10º kilómetro ya había amanecido y el campeón olímpico, con camiseta roja en contraste con las blancas de los otros dos, pasó en 28:21 (para un tiempo final estimado de 1h.59:35).
Contraviniendo otra de las reglas de la IAAF, los atletas recibían avituallamiento líquido desde dos bicis motorizadas que marchaban junto a ellos. Por delante de todos, el Tesla que abría carrera mantenía el ritmo para clavar las dos horas. La consigna, por tanto, era simple: Siga a ese coche.
Las liebres se relevaban sólo en el espacio reservado para el intercambio, al más puro estilo Fórmula 1.
Por el kilómetro 15, Kipchoge pasó en 42:34 (para crono final de 1h59:48); y cubrió el medio maratón en 59:57 (Tadese tiene el récord mundial en 58:23). La carrera se adentraba en territorio inexplorado a esos ritmos.
El ritmo seguía por debajo de las dos horas en el 25: 1h.11:03, 15 segundos más rápido que la plusmarca mundial oficiosa. En el 30, tras un parcial más lento, el crono marcaba 1h.25:20, camino de las dos horas clavadas.
A falta de 10 kilómetros, a un ritmo jamás sostenido por nadie antes, Kipchoge dobló a Desisa, pero comenzó a tener dificultades para seguir a las liebres, que hubieron de adaptarse a sus fuerzas, abandonando la marca del láser.
En el kilómetro 35 el tiempo era de 1h39:37. El reto de bajar de las dos horas se alejaba 6 segundos. La liebre en punta menudeaba sus miradas hacia atrás para no alejarse, y el coche cuya posición marcaba imperturbable los límites del desafío, se alejaba metro a metro.
Kipchoge sufría. Pasó por el kilómetro 40 en 1h.54:04. De ahí a la meta, 2.195 metros de agonía. Las liebres se retiraron a falta de 300 metros para ceder todo el protagonismo al gran héroe, que paró el crono de meta en 2h00:25 e inmediatamente pidió perdón por no haber conseguido el reto. Pero no tenía motivo: ayer rozó en Monza los límites del ser humano en la carrera más larga del programa olímpico, alimentando el debate sobre cuánto tiempo habrá de transcurrir para que caiga el muro de las dos horas.