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Hace más de 40 años, allá por 1984, yo, una adolescente de 13, sentada en la cocina de la casa de mis padres en un barrio obrero de Donostia, escuché por nuestra radio de pilas una voz que me ha acompañado desde entonces a lo largo de toda mi vida.
Ese año vio la luz Born in the USA. Su autor, de barrio humilde también, sabía como nadie llegar a los corazones y a las almas de millones de personas; desde su humildad él ponía (y pone) voz a todos nuestros sueños, a nuestras alegrías, a nuestras penas. Sus canciones han estado siempre conmigo, aunque he de reconocer que me gustan mucho más sus álbumes de rock que otros más íntimos como Nebraska o The Ghost of Tome Joad, por ejemplo, con los que mi hermano le apodó por aquel entonces con un apelativo que no voy a repetir.
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A pesar de esto, a mi hermano me lo llevé el año pasado a uno de los conciertos de Madrid y que conste que se emocionó con el tema The last man standing. A mi Jefe le he visto una docena de veces (poco comparado con otros muchísimos fans), aunque en mi casa están un poco hartos de mi devoción hacia él, y eso que he conseguido llevarles a más de un concierto.
Hace dos años, con mi primogénita (la pequeña aún se me resiste) le pudimos ver en Barcelona, al concierto al que acudieron también Barack Obama, su mujer (que hasta subió al escenario a hacer coros) y Spielberg. En ese concierto, con el tema The wrecking ball, no paré de llorar porque era la canción que escuché muchas veces mientras iba en el coche a mi trabajo, en pleno confinamiento, justo después de la muerte de mi padre.
En 2008, primera vez que Bruce estuvo en Donostia, y gracias a dos fotógrafos de este periódico (Ruben y Ainara), tuve la suerte de fotografiarme con él. Este año mi querido Jefe vuelve a la ciudad y allí estaré una vez más.
Le espero con toda la ilusión, tres horas de felicidad aseguradas.