Donostia

"Así son las cosas allí". Allí, la azotea del mundo es un universo blanco, de nieve y hielo, cardado de rocas y aristas, peinado de viento y frío, un ying-yang, fascinante y hostil al mismo tiempo. Naturaleza salvaje. Allí, donde convergen la vida y la muerte, la sonrisa y el drama, es el Himalaya. "Así son las cosas allí". Lo dice la voz entrecortada de Horia Colibasanu, el alpinista que, despreciando su propia vida, arropó con el aliento acogedor del amigo a Iñaki Ochoa de Olza hasta que al navarro se le escapó la suya en el Annapurna cinco años atrás. "No haberlo hecho sería de gilipollas", resume Horia en el documental Pura Vida, que relata el homérico rescate de Iñaki, una oda a la solidaridad, al altruismo y a la amistad, valores que abrazan al alpinismo en su sentido más puro. "No hay nada de heroico en todo esto", deslizaba en el mismo documento Alexei Bolotov, que compartió cordada con Horia e Iñaki. Bolotov falleció el pasado 15 de mayo en el Everest. Antes, junto a Ulie Steck, Denis Urubko o Don Bowie, participó en el arriesgado operativo "porque había que hacerlo". "No hacerlo sería de miserables. Es una obligación moral insoslayable ir al rescate de alguien que lo necesita", expone Juanjo San Sebastián, experto alpinista, que en 1994 perdió a Atxo Apellaniz en el K2, una montaña que le dejó secuelas y una puerta de salida del Himalaya, tan bello como inclemente.

El sentido del deber traza el relieve de los himalayistas, tipos duros, cincelados por la pasión por la montaña, su razón de ser, y por una altura moral inigualable. La misma que nutrió el infructuoso rescate de Juanjo Garra, fallecido el pasado domingo en el Dhaulagiri después de pasar tres días, -inmovilizado por la fractura de la tibia y el peroné- a la intemperie a 8.000 metros de altitud. El Horia de Garra fue el sherpa Keshab Gurung. El desenlace, desafortunadamente, fue el mismo. "Pero hay que intentarlo siempre, hasta el final", reflexiona Sebastián Álvaro, coordinador de la operación de salvamento de Juanjo, que siguió, en su espíritu, la huella que abrió Ochoa de Olza. El desgraciado accidente de Garra convocó a un grupo de rescatadores que respondió de inmediato, sin titubeos, a la llamada de socorro. "Nadie dudó lo más mínimo. Txikon y Ferrán Latorre, que habían bajado del Lho-tse, se pusieron en camino en cuanto les avisé de lo que ocurría con Juanjo. Lo mismo hicieron Jorge Egocheaga, Dominic Moller, los pilotos de helicóptero italianos Maurizio Folini y Simone Moro, que pusieron a disposición su helicóptero para sacar de allí a Juanjo", enfatiza Álvaro, director de Al filo de lo imposible durante 27 años, sobre una conducta que en el alpinismo se considera inherente a su práctica.

La camaradería no se discute. No hay divanes allí arriba, no existe espacio a pesar de la inmensidad del paisaje. "En cuanto la gente pide ayuda, se le da", enmarca Sebas Álvaro, que recuerda cómo Alex Txikon y Ferrán Latorre se impulsaron de un respingo con su llamada a pesar de que acumulaban fatiga por su ascensión al Lotshe. "Y en el Himalaya, recuperarte es más duro, el cuerpo sufre más y resulta complicado", matiza Juanjo San Sebastián. Sin embargo, a pesar de que ofrecer una excusa es tan sencillo, nadie se refugia en la coartada. Todo se reduce a un mecanismo de acción-reacción, un clic que no atiende al principio básico de la autoprotección o la propia supervivencia sino que cumple órdenes que llegan desde lo más profundo, desde la conciencia, lugares donde prevalece la generosidad, la lealtad, el sacrificio por el otro.

sin excusas Esa cadena de valores, la correa de transmisión del alpinismo, es la que tiró de Orubko, Steck, Horia, Bowie o Bolotov hacia Iñaki Ochoa de Olza cinco años atrás y la que engrasó el compromiso de Txikon, Latorre, Egocheaga, Moller, los pilotos Folini, Moro, el sherpa que abrazaba con su compañía a Garra a 8.000 metros y Sebastián Álvaro para tratar de salvar la vida del escalador catalán. "Nadie pide nada a cambio, nadie habla de dinero, de cansancio, de que necesitan tiempo o de que van a perder material por el camino. Nadie pone excusas. Simplemente se hace", narra Álvaro, que gestionó desde España la operación de rescate de Garra. Es la ley de la montaña, sin asteriscos ni letra pequeña. Basta con un sólido racimo de valores para reclutar ángeles de la guarda. "Tu obligación es ir. Decir no, no es planteable", traza Juanjo San Sebastián sobre una cuestión que se define en el terreno de la "ética y la moral".

"La solidaridad es un pilar básico del alpinismo", destaca Sebas Álvaro, que agita la bandera de los valores como enseña de las personas que buscan los límites y acarician el riesgo a sabiendas de que viven al filo de lo imposible, en un ejercicio acrobático sin red de seguridad. "Uno es consciente de que en la alta montaña, en el Himalaya, se mueve al límite, que estás tú y la montaña, a solas", notifica San Sebastián, conmovido por la "ejemplaridad" del rescate de Ochoa de Olza y de Garra, dos hitos "por el cúmulo de actuaciones solidarias" que se dieron alrededor de ambos operativos. Solidario. Mosqueteros. Camaradas. "Existe también en otras profesiones en la que el riesgo es muy perceptible", alude Álvaro.

Para él la respuesta desinteresada de los alpinistas ante las llamadas de socorro, anteponer el , incluso el él a el yo, responde al altruismo. "Es algo que está dentro del ser humano. Si ves caer a una persona al suelo en la calle le ayudas a levantarse, te preocupas por ella aunque no le conozcas de nada". El eco de esa generosidad se amplifica en varios decibelios en la montaña por el propio riesgo e incertidumbre que conlleva el alpinismo. La frontera del ser o no ser genera un extraordinario elemento multiplicador. "Además del altruismo, está la practicidad: ofrecer ayuda nos va bien a todos. Es parte de todo esto". La cordada del hoy por ti mañana por mí es un pedazo de oxígeno donde cuesta respirar, una mano amiga en el Himalaya. "Es lo que marca el alpinismo". De hecho, lo contrario, resulta excepcional. "Son rarísimos los casos de gente que no haya querido ayudar, aunque haberlos haylos", analiza Juanjo San Sebastián. "Al fin y al cabo el límite se lo pone uno mismo, manda la conciencia de cada uno. Para mí, no ayudar es indecente". Dormir con la conciencia tranquila es insuperable para ambos.

Embarcarse en un rescate en condiciones extremas no requiere únicamente voluntad, generosidad o altruismo. Los riesgos se miden al máximo porque se trata de salvar vidas, no de perder más. "Hay que mantener la cabeza fría y tener las cosas claras, no se pueden hacer las cosas a lo loco y hay que ponderar las posibilidades", atestigua Sebastián Álvaro sobre tres días "muy vertiginosos" que concluyeron con un fatal desenlace para Juanjo Garra, pero que sirvieron para dar la vida a ocho personas, rescatadas por el helicóptero de Simone Moro, que pertenecía al grupo de alpinistas que buscaba a Garra. "Simone no pudo ver a Juanjo desde el helicóptero, pero gracias a él se pudo rescatar a otros alpinistas perdidos en el Dhaulagiri y que de no haber sido por él, posiblemente morirían". El salvamento de ese grupo de alpinistas, que se realizó con el helicóptero volando a 7.200 metros, una altura que se consideraba imposible, peligrosísimo maniobrar con el aparato a esa altitud, ha superado otro listón: el del mayor rescate jamás realizado empleando medios aéreos.

una excepción En el Himalaya, la terraza del mundo, el rescate es una posibilidad ínfima, una lotería, una maravillosa excepción, de ahí que esperarlo en el apeadero es de ilusos. En esa línea, Juanjo San Sebastián reconoce que "es la montaña la que te dice qué hay que hacer en cada momento. Si se puede hacer algo o no hay nada que hacer". Recuerda el alpinista que un escenario "tan hostil", donde son varios los casos en que compañeros de cordada han tenido que dejar a amigos morir porque "simplemente no se podía hacer nada por ellos", se debe partir con una premisa. "Nadie allí arriba puede esperar un rescate. Ese concepto que uno maneja aquí, en su vida cotidiana, no es posible trasladarlo al Himalaya porque carece de sentido. Un rescate es algo extraordinario, una excepción".

Es el peaje que se debe pagar por la búsqueda de retos, el precio por compartir una partida de ajedrez vital con el poder de la alta montaña, donde las cumbres son personales. "Cuando estás en esas montañas, sabes que estás solo y no puedes pensar que si te pasa algo te sacarán de allí. Hay que ser consciente de ello. Allí eres responsable de tus actos y te juegas la vida". Literalmente. "He perdido 30 amigos en 30 años en la montaña y eso te entristece. La muerte te hace reflexionar, pero la montaña es así", reflexiona Sebastián Álvaro, que en ocasiones piensa "si esto merece la pena, sobre todo por mis hijos, mi mujer... es injusto para ellos". También se han quedado amigos en la biografía de Juanjo San Sebastián: "Así es la montaña, pero también he perdido amigos por enfermedad, en accidentes...".

El Himalaya no hace prisioneros, da y quita la vida. Esa es una apuesta que Sebastián Álvaro ama profundamente. Se siente preso cuando pasa más de dos meses en la ciudad, atornillado por el ruido, noqueado por los edificios, oxidándose sin el alpinismo. La atracción de la montaña, su imán, es irrechazable. "La montaña hace que te sientas vivo. Es una elección. Sin la montaña pienso que mi existencia sería mediocre. Entiendo la vida como el tiempo que vives con calidad y profundidad y eso me lo da la montaña". Esa sensación única de vivir la vida según las pasiones se refleja en el paladar de San Sebastián. "Se trata de saborear la vida. Eso lo obtengo con la montaña, esa sensación de libertad es inigualable. La vida es un recorrido y en ese recorrido la montaña merece la pena. Hace mejorar a las personas. Soy de los que piensa que la montaña da mucha más vida de la que quita". Por eso los alpinistas rechazan esa pegatina tan grandilocuente que les señala como héroes. "No lo somos, en absoluto. Nadie nos ha obligado a esto. Hemos elegido esta forma de vida con la que somos felices". ¿Y la muerte? "Así son las cosas allí". Las huellas del Himalaya.