Gilbert da otro trago a 'la Amstel'
El belga calca su exhibición de 2010 y repite triunfo por delante de Joaquim RodríguezAndy Schleck inició con una leve renta el Cauberg, que lanzó al valón y desnudó a un Rabobank que no supo rematar
Donostia. Fue una réplica casi exacta de la obra maestra que Philippe Gilbert plasmó en la Amstel Gold Race de la pasada campaña. Andy Schleck hizo ayer de Alexandr Kolobnev y se plantó con unos segundos de ventaja en el Cauberg, donde el valón, esta vez lanzado por un Joaquim Rodríguez que quiso morir matando, volvió a encender esa traca de vatios que lleva dentro para beberse la clásica de la cerveza por segunda edición consecutiva. El belga del Omega Pharma-Lotto se convirtió así en el segundo ciclista que da dos tragos seguidos en la prueba holandesa, aunque el tulipán Jan Raas se emborrachó entre 1977 y 1980.
El gran derrotado fue Rabobank, que se mostró inoperante para tratar de apurar la última copa. Como siempre, asumió toda la responsabilidad en el pelotón para echar abajo la fuga de Simone Ponzi (Liquigas), Albert Timmer (Skil), Pierpaolo De Negri (Farnese Vini) y Thomas Degand (Verandas Willens), escapados después de la primera hora. Los dos últimos fueron los que más resistieron, hasta ser cazados primero por Carlos Barredo (Rabobank) y Jan Ghyselinck (HTC-Highroad), y en breve por el pelotón, aún con más de 60 unidades y seis de las 31 cotas aún por subir.
Mayoría de rabobank, pero... La primera era el Gulperberg, donde comenzó otra carrera y poco después se acababa la de Frank Schleck y Fabian Cancellara, que se fueron al suelo. En los últimos 20 kilómetros, se invirtieron las tornas. Rabobank seguía siendo mayoría -Gesink, Freire, Martens, Luis León, Tankink..., pero Omega-Lotto llevaba más vatios y se bastó con Jurgen Van den Broeck y Jelle Vanendert para no dejar solo ante el peligro a Philippe Gilbert.
El valón dominó la parte final con una superioridad insultante. A Rabobank le comió la moral antes de llegar a Valkenburg. Pese a los numerosos tulipanes en el grupo de cabeza, ni intentaron moverse. Ni Robert Gesink ni Paul Martens tentaron la suerte en la parte final, por lo que a los holandeses no les quedó otra que jugársela con Óscar Freire. El cántabro estuvo soberbio, pero el Cauberg no es una rampa para genios, sino para corredores potentes y con cierta explosividad, si es que aún puede quedar mecha con 260 kilómetros en las piernas.
Gesink y Martens debían ir sin pólvora. De lo contrario, lo normal habría sido que al menos realizaran un disparo al aire, aunque fuera con munición de fogueo. Ante la pasividad de la formación que llevó la batuta durante la prueba, Katusha cargó sus balas. El primero en desenfundar fue Joaquim Rodríguez, cuando el grupo aún lo formaba una treintena de corredores en el Keutenberg, a 13 kilómetros de la meta, donde ya se abrió Samuel Sánchez. Como en las dos llegadas de la Tirreno-Adriático a Montelupone, como en las dos pasadas de la Vuelta al País Vasco por el muro de Aia o como en la reciente visita de la ronda vasca a La Antigua, el catalán del Katusha se alió con las rampas del 22% y salió disparado. Coronó con 5 segundos sobre el grupo en el que Omega-Lotto, primero con Jurgen Van den Broeck y después con un gran Jelle Vanendert, no iba a permitir ningún movimiento. En la bajada, a Purito lo relevó su compañero Alexandr Kolobnev, pero fue Andy Schleck, en un ligero repecho a casi 12 kilómetros para la meta, el único que puso nervioso a Gilbert: "Cuando nos anunciaron 15 segundos de ventaja, sí me inquieté -admitió el belga-, pero confiaba en el trabajo de Vanendert", que ya se dejó ver en la Vuelta al País Vasco. El propio líder del Omega-Lotto tuvo que dar un respiro a su gregario con algún relevo, porque nadie más colaboro en un grupo reducido ya a doce unidades, diez de ellos a rueda, encogidos bajo la alargada sombra de Gilbert.
Schleck se plantó a pie de los 900 metros del Cauberg con apenas seis segundos de ventaja. Un suspiro para un organismo con el ácido láctico a punto de paralizarlo. La puntilla se la dio Purito, que arrancó casi desde abajo, aprovechando una dureza que sabía que no se iba a encontrar en los últimos metros. Gilbert se subió a su chepa y, con el luxemburgués superado por la inercia, ya solo quedó esperar el momento en el que el belga se avalanzara a por su segundo trago de cerveza. Fue a unos 400 metros para el final. Tan sencillo como bajar un piñón, apretar los dientes y dejarse llevar. Coser y cantar. "Ha sido el mejor", se resignó Joaquim.