SI alguien piensa que subir a las cimas más altas del mundo cargando a la espalda más de 20 kilogramos de peso comporta algo de espiritualidad hacia la montaña no tiene más que ver las caras de esos curtidos nepalíes agotadas por el frío y el esfuerzo para darse cuenta de la equivocación. Porque allí arriba apenas queda sitio para el misticismo, y mucho menos para quienes deben acompañar a las expediciones de los adinerados occidentales por el Himalaya llevando para ellos sus víveres y equipamientos. Para los porteadores que viven de este trabajo subir a la montaña es un mera cuestión de supervivencia. Lo demás queda para los turistas.
Pasang Sherpa Chhiring nació hace 20 años en la localidad de Lukla, en Nepal, el pequeño país asiático que acoge a ocho de las catorce cimas más altas del mundo. Pertenece a la etnia sherpa, una de las muchas que conviven en ese rincón del planeta, y, aunque desde muy pequeño comenzó a ayudar a su familia con los trabajos domésticos, no fue hasta los ocho años cuando tuvo que ponerse un bulto a la espalda para llevar la carga de unos expedicionarios. Parecía que su vida estaba destinada a ser como la de otros muchos niños sherpas de esa zona rural del Nepal -para quienes la fina frontera entre la miseria y la dignidad queda marcada por el trabajo que puedan dar los montañeros de Europa o EEUU- hasta que un alpinista navarro, Koldo Aldaz, se cruzó en su camino y su vida cambió por completo.
En aquella época, el chaval formaba parte de una expedición al Everest y su trabajo consistía en cargar hacia arriba con un fardo a sus espaldas. A cada metro, el bulto aumentaba de peso. "Me vio tan cansado en aquella ascensión al Everest que no me dejaron seguir, pero yo no quería dejarlo porque el dinero era importante para mi familia", asegura Pasang, recordando que por la labor de un día le pagaban un euro y medio. Aldaz le hizo bajar, no sin antes prometerle al pequeño que le pagaría por el trabajo; y cuando la expedición iba a terminar, el alpinista planteó al chaval y a su madre la posibilidad de dejar las montañas por un tiempo e irse con él a Europa para aprender.
Eso ocurrió hace nueve años, cuando tenía once, porque Pasang ahora reside en Eguíllor, una pequeña localidad a 20 kilómetros de Pamplona donde el chaval, junto a su tutor, trata de forjarse un futuro sin perder de vista sus orígenes.
No resulta complicado imaginar las dificultades de aclimatación a las que habrá tenido que hacer frente para ser lo que es hoy en la actualidad: un chaval de pueblo cuya mayor preocupación estos días ha sido la de preparar el decorado de Eguíllor para el carnaval. Para llegar ahí tuvo que dejar atrás a su familia: su madre, su hermano Pemba, sus abuelos -con los que se crió-, los amigos de la infancia, sus yaks. Las montañas del Himalaya no forman parte de sus añoranzas. Sabe que siempre estarán ahí.
Periódicamente ha viajado a Nepal. La última vez fue hace ocho meses para estar con los suyos y de paso echar un vistazo a las obras de construcción de un albergue bioclimático en su localidad natal, a cuyo aeropuerto de montaña llegan la mayoría de turistas que desean ver la mole de 8.488 metros del Everest, la cima del mundo o la cabeza del cielo, como lo llaman ellos. La asociación Lukla Lodge (albergue en Lukla) se constituyó hace tres años con el fin de construir una instalación de estas características en el hall de entrada al Everest que cumpliera una doble misión: aprovechar la presencia de los expedicionarios occidentales para buscar la rentabilidad del proyecto y al mismo tiempo disponer de unas instalaciones para que, cuando el tiempo paraliza las expediciones, pueda ser utilizada por los lugareños como escuela, centro social o de formación para los porteadores.
El albergue consta de 140 metros cuadrados repartidos en cuatro pisos, con una capacidad para 40 personas. De septiembre a octubre funcionará exclusivamente como albergue para los turistas; el resto del año cumplirá funciones para la comunidad. Bajo la tutela de Koldo Aldaz y unos cuantos más como él dispuestos a echar una mano a los nepalíes, el proyecto es una realidad. No ha sido sencillo, pero la estructura ya está terminada y aunque, falta equipamiento, se prevé que con 27.000 euros el albergue estará en condiciones de arrancar (se pueden hacer aportaciones a la iniciativa social número 14.517 de Tú eliges, tú decides, de Banca Cívica). Pasang espera regresar dentro de tres años y gestionarlo bajo la supervisión de sus tutores. Su sueño está a un paso de tocar la cumbre. Falta un empujón.