Tarragona. "¡Qué bien estoy!". Lo dice, al fin, Igor Antón en Altafulla, lugar de descanso de Euskaltel-Euskadi. Como el estribillo de la canción del verano que se pega por reiterativo, Waka, waka, ¡eh! ¡eh!, Antón, dueño del maillot rojo que le sienta tan bien, se planta ante la prensa con esa coraza de despreocupación que saltó por los aires en Xorret del Catí -"Fue un sorpresón ser líder, y eso hace que te venga con más alegría", dice- tratando de que ninguna pregunta le saque de rueda. La rueda buena, ha aprendido, es un estribillo de filosofía de instituto, carpe diem, que él reinterpreta adaptándolo a la Vuelta que le sonríe como un "que me quiten lo bailado" más coloquial y que hace alusión a nueve días de carrera, más de un tercio de lo que le queda, en los que no ha hecho más que bailar a un ritmo frenético, en un mano a mano espectacular con Joaquim Rodríguez. Desde Andalucía hasta Alicante, una semana de desgaste por el calor, por las montañas, cortas y empinadas; por la tensión de finales trepidantes como los del castillo de Gibralfaro, Valdepeñas, Xorret, o Alcoi, el catalán ha corrido como un caballo desbocado y ansioso por ganar y ser líder, deseos ambos que ha visto con frustración -cabreos monumentales en Valdepeñas con Velits y con los jueces que no picaron un segundo, porque no lo había, en Xorret- cómo se le escurrían como la arena entre los dedos mientras a su lado un chavalito que siempre fue precipitado e impaciente le daba lecciones de aplomo y sangre fría. Un pique delicioso.

"No es que corramos picados, sino que los dos queremos ser líderes. Es el deporte, la competición, lo que nos hace correr así", concede el galdakoztarra. "Purito tiene ganas, es ambicioso y un gran corredor. Y lo cierto es que su manera de correr, desbocado como decís los periodistas, me ha venido y me puede venir bien. Gracias a su ímpetu hemos podido sacar tiempo a algunos rivales y puede seguir siendo el ciclista que marque la diferencia".

De hecho, Antón se debate entre el conservadurismo que gobierna a los líderes defensores de lo conquistado y la agresividad del escalador que mira con preocupación a través de las montañas del norte, muchas y empinadas, a la crono eterna y llana de Peñafiel. A lo primero, a defenderse, no está habituado Antón, un ciclista lanzado y precipitado, de los de arrojo, tesón, patadón y tentetieso. "Pero la verdad", reconoce, "es que me estoy sorprendiendo a mí mismo por la manera en la que estoy corriendo. Quizás es que he aprendido de situaciones como la de la Vuelta a Suiza de 2008, en la que fui líder y me tocó defender, o de alguna etapa en la que ha sido necesario correr con frialdad, sin precipitarse, dosificando. Así corrí en Valdepeñas, y gané. Así subí Xorret del Catí, guardando los muebles, y me puse líder. A veces se pueden cometer errores, pero tienen que ser pequeños y grandes los aciertos". Lo segundo, lanzarse a la yugular de los contrarrelojistas en cuanto la carretera busca la verticalidad, es el pan suyo de cada día. "Pero no puedo decir que vaya a hacerlo pese a que necesite, sobre todo, distanciar a Nibali. Atacar no es tan sencillo. Uno quiere hacerlo siempre, pero hay que poder. De momento, me conformo con mantener las sensaciones que tengo ahora. Ojalá pueda hacerlo. De veras que me encuentro bien y éste es, quizás, mi mejor año. Nunca había tenido estas sensaciones. Pero el cuerpo no es el mismo todos los días. Algún día me tocará sufrir".

Hoy, quizás, en el Rat Penat, corto y empinado. O mañana, en Pal. O el fin de semana en el carrusel cantábrico: el sábado, Peña Cabarga; el domingo, Covadonga, y el lunes, Cotobello. "Sobre el papel me va bien, no puedo negarlo, pero hasta que llegue la última semana no me plantearé si lucho por algo grande en esta Vuelta. Todavía no pienso en nada que no sea ir día a día", recula Antón, que aún no descarta a Menchov, "aunque ha perdido más tiempo del que yo pensaba", porque, recuerda, "ha ganado tres grandes, sabe de lo que va esto y puede recuperar"; que no piensa en un Schleck, Frank, por supuesto, embargado por la desidia; que mira con el rabillo del ojo a Mosquera, "un tío muy correoso, sobre todo ahora que empieza la montaña de verdad"; que advierte de la presencia sigilosa de Tondo, "un ciclista con experiencia"; y que teme, más a ningún otro, a Nibali, como dice Unzue, "el contrarrelojista que mejor escala y el escalador que mejor contrarrelojea".

La carrera y sus cosas Señal de lo centrado que está, Antón, que piensa en cosas grandiosas aunque la prudencia no le permita decirlas, no sólo habla de montañas y cronos, donde luchan los ciclistas supremos de poder a poder, sin posibilidad de renuncia, sino de circunstancias, de situaciones extrañas. Recuerda entonces al Pereiro del Tour de 2006 y al Arroyo del pasado Giro. "Esas cosas pueden pasar".

Antón repite que su condición es buena, que las sensaciones son inmejorables y que goza del momento, "que me quiten lo bailado", como un chiquillo y que de ninguna manera regalaría el maillot rojo porque esas cosas sólo las pueden hacer gente como Armstrong mientras que "la gente como yo no podemos despreciar nada de lo bueno que nos llegue", pero preocupación asalta su empalizada de serenidad por dos flancos. "Me preocupan las situaciones de carrera porque nunca sabes lo que la táctica te depara".

Y así, Antón, en el primer día de descanso en Altafulla, un pueblo subido a una loma que corona un castillo, frente al Mediterráneo, los atardeceres rojos, se descuida y exhala un suspiro pleno de convicción: "¡Qué bien estoy!".