Se proponen destinar 800.000 millones de euros en armas y la gente de la guerra suplica que se comprenda el esfuerzo que ello exige. Con todo el cinismo. Serían para destruir y matar civiles, como en Ucrania o en Gaza, dar trabajo a los que las diseñan y aumentar los beneficios de los fabricantes. Resulta conmovedora la imagen de Sánchez en la tele suplicando  la necesidad de dedicar fondos sin límite que deben detraerse de la sanidad, la enseñanza, las pensiones o becas. 

No decían que no se podía subir el SMI, mantener las pensiones. Ahora hay barra libre para armas y tropa, aunque se cierren empresas, se despidan trabajadores porque no hay fondos para salvarlas de la crisis, pero sí para las guerras.  

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Además el gobierno ha derogado el Impuesto sobre los beneficios extraordinarios a las eléctricas, gaseras y bancos que proceden de ciudadanos que tienen que optar entre comer o pagar la luz. Difícil de justificar. Qué hacen militares españoles en Afganistán, Líbano, Eslovaquia, Letonia y otros lugares remotos. A pesar del secreto para ocultar a la ciudadanía, estas aventuras suponen 3.000 millones de euros, cuyo objetivo es resaltar una imagen ridícula en el contexto mundial, con tópicos como el valor o el patriotismo para cautivar a la ciudadanía en la tele desfilando legionarios con la cabra o un paracaidista enredado en un farol. En realidad, el mundo militar es un oxímoron inexplicable, pues se forman para matar al enemigo, que es quienes determinan los generales, pero con  fondos públicos sin utilidad, más allá de alimentar valores de una clase social inútil y que sólo provocan dolor destrucción y a la que población teme.