Bruselas. El viento, el viento. Invocan en la salida de Rotterdam. Algo sopla, algo sopla. Concretan. Mejor cuanto más fuerte, mejor cuanto más fuerte. Se descubren finalmente. Son los despiadados, los ansiosos, los adictos a la adrenalina que detestan ver a los ciclistas correr sin tensión, dejarse ir y esperar a que la etapa acabe provocando el bostezo. Obtienen lo que quieren los insaciables, pero no donde esperan. No en los diques holandeses que contienen el golpe poderoso del puño del Mar del Norte, gélido y bravo. No, especialmente, en la impresionante barrera de Oosterschelde, una lengua de cemento, tres kilómetros de estrechez que parten el agua como dice la Biblia que hizo Moisés y que se exponen con total desnudez al viento, que sopla, sí, que sopla en un día agradable y soleado.
Sopló el viento y atizó de lo lindo a Maarten Wynants, Lars Boom y Alan Pérez, el navarro que sabiendo que era una locura, salió a por el larguísimo Boom, que le saca medio cuerpo, pero que no le gana en bravura al chico de Zurukuain, que creció sin tener ojos más que para su tío Roberto Lezaun, su verdadero ídolo por encima incluso de Indurain. Cruzaron los tres el eterno dique pegados al murito de cemento que retiene el viento, suspiraron al fin, se despidieron del picado Mar del Norte, de su azul oscuro salpicado de la espuma blanca de la rabia, giraron a la izquierda en una rotonda, el viento en la espalda, y se fueron para Bélgica, para la tierra de Eddy Merckx y de Tom Boonen, que no corre el Tour por una tendinitis en la rodilla, con lo que los belgas se apostaban ayer en las cunetas sin saber a quién gritar o por quién chocar sus hermosas jarras de cerveza en una tarde de domingo sin fútbol. Así que las vaciaron sin más. Por placer.
Detrás de Alan, Wynants y Boom, se despidió el pelotón del Mar del Norte. Lo hizo sigiloso. Ni rastro de la batalla que exigían los ansiosos. Los favoritos cruzaron el dique de Oosterschelde en tensión, el corazón en un puño, pero sin agredirse. En rebaño. Hechos un ovillo.
Luego la carrera se durmió y cayó en el relax, en la distracción, sumidos los ciclistas en su mundo interior. Ivan Basso, por ejemplo, reabsorbiendo el Tour, recuperando la sensación del aire caliente de julio en su rostro, limpiándole la mirada de niño, de entusiasta que se asomó por primera vez a la carrera en 2001, nervioso, tiritando de pavor, ansioso por pedirle un autógrafo a Laurent Jalabert. En eso estaría, quizás, el italiano, tan relajado, que olvidó que el Tour nunca descansa de la misma manera que los perros no aprenden que la carretera no se cruza cuando pasan los ciclistas. Cruzó uno. Y se lo tragó Basso. Él y David Millar. Fue un aviso. Luego sería más dantesco.
Al final, las caídas En el Tour no hay escapatoria. Cuando hay tensión el peligro es latente; un despiste y se monta el caos. Si no la hay, los ciclistas se emboban, se atontan y… el peligro es latente. Cedieron cerca de Bruselas, saludado ya Eddy Merckx y familia al paso por la puerta de su casa, en las afueras de la capital belga, Alan, Wynants, Boom y todos los que lo intentaron después. El HTC-Columbia se desplegó poderoso como solía, como en todo el pasado Tour, confiando en la recuperación de Cavendish tras un año parco en resultados y prolífico en desplantes, salidas de tono y marrullerías varias. A dos kilómetros tomó el tren del británico una curva a la derecha. Era cerrada. Demasiado cerrada para Cavendish, que descarriló y se llevó por el camino a Mirko Lorenzetto -"me ha arrollado un tren", dijo luego el italiano-, Jeremy Hunt y Óscar Freire.
El HTC se quedó desnortado, sin señal en el GPS. Así que apareció el Garmin. Que se las prometían felices al verse solos, sin oposición y con Tyler Farrar entero y en forma. Escucharon el estruendo que llegaba de ahí atrás, los gritos, el ruido de las bicicletas chocando entre sí, los frenazos, pero no vieron el amasijo de cuerpos enredados y pegados al asfalto, a Cancellara, a Luis León Sánchez, a muchos más que cayeron y ocuparon toda la calzada montando una empalizada que se extendió de lado a lado de la carretera.
Sólo se salvaron una treintena de ciclistas que corrían dichosos por la librada, los dientes afilados, la mirada clavada en la meta. La mirada de incredulidad de Tyler Farrar, que se enganchó con un Ag2r, arrastró su bicicleta 20 metros y asistió impotente al funeral de sus opciones. La mirada temblorosa de Alessandro Petacchi, que hace seis años que ganó cuatro etapas en el Tour y desde entonces no había vuelto a pisarlo y teme no recordar la forma tan especial de moverse en el sprint de un Tour, un reino salvaje. La mirada de pavor del ciclista que ganó el famoso sprint de la brutal caída que provocó Cavendish en la Vuelta a Suiza. La mirada vacía del ciclista que gana en Bruselas y a su cara no asoma ni un rayo de felicidad, más bien lo contrario, una desgana desconcertante que no refleja ni gozo por el logro ni pavor por el caótico y accidentado final. "Nadie frena, siempre son los mismos… No lo entiendo", dijo con desdén, la mirada lánguida, Petacchi.
l Primera fuga del Tour. Nada más dar inicio a la primera etapa de la ronda gala se forma una escapada con tres corredores. Salta Lars Boom (Rabobank), que se lleva a su rueda al navarro Alan Pérez (Euskaltel-Euskadi) y al belga Wynants (Quick Step).
l Saxo Bank al frente. El equipo del líder, el Saxo Bank, comanda el pelotón. Las diferencias de la fuga en el km. 50 de carrera se estabilizan en torno a 7:30.
l Caída de Hansen. El australiano Adam Hansen sufre una caída en la que también se ve involucrado Remy Di Gregorio (FDJ). El ciclista del Columbia sufre por seguir el ritmo que marca el pelotón. Luego sabe que tiene la clavícula rota.
l El viento entra en escena. Se temía la presencia del viento durante la jornada y así sucede. El viento de costado trae la tensión al pelotón y provoca otra caída, con Basso, Millar y Roche entre las víctimas.
l Reacción del pelotón. El pelotón baja las diferencias y, a falta de 30 km., alcanza a los escapados, salvo Wynants, que aguanta un poco más. Se une a él Pliuschin (Katusha).
l Sprint accidentado. Los equipos con sprinters se ponen manos a la obra y alcanzan a los fugados a 8 km. de meta. A 3 km. para la llegada se produce una caída con Cavendish y Freire entre los implicados. Dentro del último kilómetro se produce una enorme montonera en la que se ve implicado el líder Fabian Cancellara. Alessandro Petacchi (Lampre) se impone en el sprint de Bruselas por delante de Renshaw y Hushovd.