El inclasificable músico brasileño Hermeto Pascoal, con su estética tan personal y su condición de albino que determina totalmente su aspecto, nos ha hechizado con su proyecto y su apertura de miras.
Tiene ya 89 años, pero ahí sigue, subiéndose a los escenarios y, como ha demostrado esta tarde en el Kursaal, dirigiendo una estupenda banda de músicos, a los que da pequeñas indicaciones. Él no está para muchos trotes, pero, cuando toca, destaca y mucho.
Un público muy maduro ha llenado las dos terceras partes del auditorio y ha disfrutado de una ceremonia que ha resultado un diálogo con la naturaleza a través de sonidos tribales, música con olor a tierra.
Un espectador más
Hermeto Pascoal parecía casi un espectador más, situado fuera del espacio donde evolucionaban los demás músicos. Sentado con un teclado e infinidad de utensilios con los que poder producir ruidos, se mantenía tranquilo, casi inmóvil, viendo el vertiginoso ritmo que imprimía a sus composiciones el quinteto musical que le acompañaba.
Todos muy destacables instrumentistas, que ofrecieron una gran demostración técnica durante toda la tarde. El repertorio, siempre rápido, nos ofrecía melodías circulares con toques experimentales donde los sonidos menos convencionales salían de las manos de Pascoal.
Todos los músicos han tenido sus minutos para demostrar sus capacidades, y ya desde el principio el encargado de los vientos (saxos y flautas), Jota P, se ha destapado con sus habilidades. La apuesta era arriesgada, pero fluyó perfectamente.
Cachivache
Hermeto Pascoal utilizó un cachivache llamado “taza de agua” con el que emitió unos cantos casi inhumanos, con una textura muy salvaje.
Los temas parecían no tener fin y el líder se encargaba de cerrarlos dirigiendo con sus manos. Por lo demás, él se mantenía lejos, aportando de vez en cuando una pincelada especial, como cuando hizo sonar un cuerno del que brotaban sonidos nada convencionales, muy mágico todo.
El hijo de Hermeto, Fábio, es percusionista, e utilizó todo tipo de cacharros que suenan. Nos sorprendió con un solo de carácter étnico que tuvo incluso sus momentos cómicos, imitando sonidos de naturaleza animal o incluso humanos. Mientras tanto, seguían con disonancias y con ese viaje espiritual guiado por el chamán.
Ritmos imparables
Esto perfectamente podría ser la banda sonora para ese vasto ecosistema que es la Amazonía. Muchos de los sonidos generados tenían ese halo natural que convirtió todo en una fiesta selvática llena de ritmos imparables.
El bajista Itibere Zwarg y su hermano, el baterista Ajurina Zwarg, conformaron un engranaje impecable que mantuvo el listón altísimo en todo el concierto y del que era difícil descarrilar.
El grupo se atrevió con un tema de aire popular hispano, con ¡olés! incluidos con la ayuda del público e incluso guiños al Concierto de Aranjuez, muy desbocado, eso sí. Hermeto interactuó con el público, al que hizo repetir los cantos tribales que surgían de su voz apagada, tarea nada fácil teniendo en cuenta también que las melodías que susurraba eran por momentos un tanto complejas. Fue una gamberrada que se permitió el maestro.
Hubo también espacio para los ritmos latinos, magistralmente marcados por el pianista Andre Marqués y el resto de la banda, ritmos muy contagiosos, asequibles en este caso. La banda se despidió con un ejercicio de percusiones y vientos con el que se metieron definitivamente al público en el bolsillo.
La imagen de un Hermeto Pascoal, con su aspecto frágil caminando y despidiendo al público con sus manos, terminó emocionando a más de uno. El Hechicero había completado su ceremonia.