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Springsteen dota de una fuerte crítica política a su fiesta rockera en Donostia

40.00 personas han gozado en el primer concierto del estadounidense en el Reale Arena, donde repetirá el martes 24

Las mejores imágenes del concierto de Bruce Springsteen en AnoetaArnaitz Rubio

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A ritmo de rock de estadio, el Reale Arena se ha convertido esta noche en la tierra prometida, ese espacio utópico donde reinan la ética, el bien común y la democracia durante el primero de los dos conciertos de Bruce Springsteen y su The E Street Band en Donostia, celebrado bajo una lluvia intermitente. Casi 40.000 personas, cifra similar a las que acabarán roncas también el próximo martes 24, han gozado de casi tres horas de música donde los himnos rockeros y sus baladas clásicas se han embadurnado de crítica política a la Administración Trump y se han convertido en vehículo para reivindicar la esperanza y los sueños.

Han sido dos simples anécdotas: este sábado se ha conmemorado el Día de la Música en todo el mundo y ha entrado el verano, con una temperatura en Euskadi templada y perfecta para disfrutar de un espectáculo de rock de estadio al que solo le ha sobrado la lluvia inicial. Lo de Springsteen está lejos de ser anecdótico y, dada su edad, sus ya casi 76 años, roza la hazaña ciclópea, que ha vuelto a materializarse este sábado por la noche en el Reale Arena, en la ciudad vasca que se ha convertido, por derecho, en el escenario preferido del veterano rockero estadounidense.

En cuarta actuación en la capital vasca, nueve años después de la inolvidable gira de conmemoración de su disco The River, el tipo en fuga constante de su oscuridad interior durante su juventud, el que había nacido para correr y convirtió en metáfora en cinemascope juvenil un paisaje de coches y autopistas compartidas con su chica y sueños por cumplir en el horizonte, es, hoy, un patriota crítico, un tipo nacido en Estados Unidos pero progresista, una brújula que cree en valores como la honestidad, la fidelidad, el amor y la ética en “tiempos traicioneros”.

La política impregna su presente

Y como todo está en juego, en su gira actual, como se ha confirmado esta noche, ya no hay rastro del hilo conductor que atravesaba y dotaba de unidad la anterior, en la que le cantaba a la fugacidad de la vida, al amor y a la amistad a pesar de la muerte. Ahora, con la llegada de Trump, la política impregna su presente personal y ético, y, por tanto, el cancionero que ha descargado en Donostia. Luchando, y ganando, a las limitaciones vocales y físicas de la edad, ha abierto fuego dos minutos antes de las 21.00 horas con No Surrender, toda una declaración de resistencia a la que ha añadido My Love Will Never Let Yo Down y nos ha entregado 10 minutos frenéticos e inolvidables con los tres guitarristas sacando fuego de sus instrumentos.

Con chaleco nada rockero y corbata ha explicitado sus intenciones con un discurso, con subtítulos en euskera y castellano, que ha mezclado “el poder justiciero del arte, de la música y del rock´n´roll en tiempos peligrosos” con una andanada de profundidad abisal. “En mi casa, la América que amo, la América sobre la que he escrito, que ha sido un faro de esperanza y libertad durante 250 años está actualmente en manos de una Administración corrupta, incompetente y traidora”, ha indicado. “Esta noche, pedimos a todos los que creen en la democracia que se levanten con nosotros, alcen sus voces contra el autoritarismo y ¡que suene la libertad!”.

Junto a sus clásicos sonó un repertorio de carácter crítico, incluido un discurso anti Trump y llamadas a la libertad y la democracia

Springsteen, un anciano en su vida normal que cumplirá 76 años en septiembre, se transforma, como Clark Kent aunque sin necesidad de capa, cuando se cuelga una guitarra al hombro para hacer creer a su parroquia –una secta que mataría por él– que los sueños son posibles, los personales y compartidos como sociedad. Y en pista y la grada todos han reaccionado como un único ser cuando ha sonado Land of Hope and Dreams –uno de sus grandes himnos del siglo XXI, con guiño incluido a People Get Ready, ese himno oficioso de los derechos civiles–, todos subidos en el mismo tren, de “los santos y pecadores” a “prostitutas y jugadores, corazones rotos, necios, reyes y almas perdidas”.

Contra "los ladrones codiciosos"

Ya todos a bordo, henchidos de rock, esperanza y sueños, el rockero ha atacado Death to My Hometown, una de las melodías irlandesas de Wrecking Ball, el disco contra “los ladrones codiciosos” que motivaron la crisis financiera de 2008. Solo uno de sus versos ha quedado desfasado: “ningún dictador ha sido coronado”. Ahí está Trump, acosando, insultando y degradando la democracia… Y Springsteen para denunciarlo a ritmo de rock de estadio, con la vena del cuello henchida de rabia.

Sin la velocidad ni la urgencia de antaño, algo imposible, pero con la misma convicción, Springsteen ha ido sacando el látigo alternándolo con canciones gloriosas de electricidad y emotividad en constante duelo. De clásicos como Darkness on The Edge of Town a otros menores, en el caso de Lonesome Day, a canciones de crudo compromiso ético y político, antiguas y recientes, siempre con la música como motivo central, con un aparataje luminotécnico modesto y el apoyo de las tres pantallas LED, catedralicia la que cubría todo el fondo del escenario.

Desde ella hemos visto cada gesto de una banda implicada, sin la convaleciente Patti Scialfa en esta gira pero rejuvenecida y ampliada hasta la docena y media de miembros con secciones de coros y metales, con los lugartenientes habituales protagonizando momentos inolvidables: Stevie Van Zandt a las guitarras y coros, el siempre virtuoso Nils ‘Crazy Horse’ Lofgren también al mástil, Roy Bittan a los pasajes más delicados al piano y el siempre poderoso Max Weinberg a la batería, auténtico alma y corazón percutivo de Springsteen.

Siempre interactivo con el público, ha descargado todo un arsenal de canciones comprometidas y de raíz política, rescatadas de discos como Nebraska, en el caso de Atlantic City y Youngstown, a la reciente Rainmaker, quizás la peor canción de su último disco original, Letter to You, ahora recuperada con más subtítulos por su alusión a Trump y a quienes mienten y son capaces de cualquier cosa: “la gente necesita creer en algo tan malo… el hacedor de lluvia dice que el blanco es negro y el negro, blanco/un poco de fe por dinero”, ha clamado el rockero, que en House of Thousand Guitars, también de su último álbum y solo con su guitarra acústica, ha tildado a Trump de “payaso criminal”, ha abogado por “la unión de la gente” y ha defendido la música como ese espacio donde sentirse cómodo y protegido.

Espacio para los clásicos

No han faltado los clásicos, de Badlands a sentidas interpretaciones de las fogosas Because The Night y The Promised Land, en la que se ha dado su primer baño de masas regalando su armónica, a la bailable Hungry Heart , entre un mar de brazos oscilantes. En la sentida balada The River hemos vivido otro mar, en este caso de móviles encendidos y relámpagos en el cielo, mientras la electricidad ha sacudido Murder Incorporated. En My City of Ruins ha vuelto a sacar el látigo de predicador progresista en favor de la libertad de expresión y ha pedido fortaleza y fe en tono gospel tras emocionarnos con la mejor canción de Magic, Long Walk Home, que ha introducido como “una oración para mi país”. En esta oda a la necesidad de sentirnos conectados a nuestras raíces y recuperar el sentido de pertenencia y comunidad ha sobresalido un gran solo de saxofón de Jake, el sobrino del mítico Clarence Clemons, cada vez con más presencia escénica y mejor desempeño al frente de su instrumento.

La verbena de los bises

Un clásico del calibre de Thunder Road, un tema que vale por toda la carrera de un músico y que ha regado de magia la noche, ha dado paso a unos bises larguísimos, con el estadio iluminado. Ha sido una fiesta sudorosa, una lluvia de éxitos que se ha desarrollado entre bailes, sonrisas que no cabían en los rostros, botes y estribillos compartidos.

Ha empezado con el mastodóntico y patriótico –pero progresista y crítico con la guerra de Vietnam y el trato a sus veteranos– Born in the U.S.A., cuyo uso prohibió a Trump en sus campañas a las elecciones, y ha seguido con su canción bandera, ese Born to Run que vuelve a resumir sus ansias de libertad juveniles, y su mayor éxito comercial, el inane y ochentero Dancing in the Dark, nuevamente rockero y que ha sido recibido por 40.000 mil cuerpos que han bailado entre la borrachera de la luz del estadio. Entre ambos ha intercalado Bobby Jean, quizás la mejor canción rock escrita nunca para resaltar la amistad incondicional, antes de sumergirse en Tenth Avenue Freeze–Out.

Springsteen ha aprovechado sus guiños y los desarrollos jazz de los metales, para recordar, entre la alegría general, a los miembros fallecidos de The E Street Band, el teclista Danni Federici, y Big Man, el saxofonista Clarence Clemons, así como para presentar al grupo. Y para cierre del concierto, en comunión absoluta, sonaron dos versiones, la ya habitual Twist and Shout, con el público dándolo todo, y el Chimes of Freedom de Dylan, que ya escuchamos en aquella gira inolvidable con Amnistía Internacional.

Y, por si el jolgorio general hubiera apagado la resonancia comprometida de la gira, el de New Jersey ha hecho suyos aquellos versos de su adorado amigo: “las campanas destellan por los refugiados en el inerme camino del exilio, por cada mísero soldado perdido en la noche”. Con las metafóricas campanas de esa oda a la lucha por la justicia y la libertad parpadeando en estos tiempos complejos, el estadio, con el corazón encogido, dijo agur a su Dios terrenal… hasta el martes próximo. Seguro que con Trump pitándole los oídos y con el deseo, como reivindicó Lucinda Williams en la noche del viernes del Azkena Rock con su versión de Rockin´ in the Free World, de Neil Young, de poder seguir viviendo y rockeando en un mundo libre.