La compañía Vaivén fue creada en el año 1997 por la actriz Ana Pimenta y el músico Iñaki Salvador para producir tanto en el ámbito dramático como en el musical y, tras decenas de trabajos, han decidido dar por finalizada la parte teatral de la compañía y se despiden en Donostia este 18 de mayo.

A pocos días para la última representación de la obra Redada familiar en Gazteszena, dentro de la celebración que han llamado El último Vaivén, Ana Pimenta recibe a NOTICIAS DE GIPUZKOA en su casa de Pasaia para hacer balance y recordar todo lo logrado. Llega a este momento “con pena”, aunque también “con algo de alivio” y, sobre todo, “muy agradecida a los elencos artísticos” y también “a los distintos directores con los que hemos tenido la suerte de trabajar: Fernando Bernués, Mireia Gabilondo, Josep Maria Mestres, Laila Ripoll, Javier Sabadie, Olga Margallo…”. “Han sido el cuerpo y el alma de la compañía”, asegura.

¿Qué motiva el cierre del área teatral de Vaivén?

Ha sido una decisión difícil, pero era insostenible. Ya llevábamos varios meses haciendo agujero económico, y sobre todo con la sensación de que no había nada que dejara entrever que iba a mejorar. En cualquier caso, la situación de Vaivén no creo que sea única sino que creo que habla de cómo está el sector. En nuestra estructura somos un equipo pequeño de cinco personas y no dan los sueldos. No puede ser que las empresas vivamos tan precariamente como para que si no salen 50 bolos, por decir algo, haya que cerrar. Vivimos muy al límite todo el rato. En nuestro caso, El patio de las moreras con el público funcionaba de maravilla, tuvimos unas críticas estupendas y tocaba temas como el derecho a una muerte digna, que es de máxima actualidad, pero quizá no era lo que a los programadores les interesaba en ese momento en sus teatros. Sea como fuere, que un espectáculo ya no haga el recorrido que tú necesitas que haga ya te deja completamente descolocado.

¿La pandemia también ha influido algo en la decisión de cerrar Vaivén?

Yo creo que no nos hemos recuperado de la pandemia. La gente se acostumbró a otro tipo de ocio… Tampoco se puede generalizar, porque dicen ahora que en Madrid hay muchísimo público. Puede que sí, yo no niego que en las grandes capitales y donde hay centros dramáticos estén mejor… Pero yo que llevo trabajando en provincias y en pueblos casi 40 años sí creo que no nos hemos recuperado desde la pandemia.

¿Qué es lo más duro de este cierre?

Me hubiera gustado no cerrar así, porque el mercado te da la espalda. A nivel estatal sobre todo se compra lo que es comercial. Estamos en un momento tan complicado que, por ejemplo, yo voy a Cádiz para un bolo, lo que es totalmente antiecológico. Me hago 2.000 kilómetros para hacer una actuación, y todo porque no se racionalizan las giras. Y hay que decirlo, las compañías de sello propio, con una manera de crear y de contar, hemos dejado de interesar. Vincular el teatro a la rentabilidad es un error terrible. La cultura no tiene por qué ser rentable. Habrá que racionalizarla, habrá que buscar los métodos para que no sea un agujero sin fondo. Hay muchas cosas que tendrían que cambiar, pero mientras vamos cayendo. 

Al hacerlo público han puesto sobre la mesa la mala situación del sector.

Mucha gente me transmite que ha sido muy valiente. Porque nos podíamos haber marchado sin hacer ruido, que se nos fuera viendo menos… Por desgracia es un mal endémico. Desde la crisis de 2008 no hemos recuperado el presupuesto de entonces a nivel institucional. A nivel de público tampoco hemos vuelto a llevar esa cantidad de gente a los teatros. Ahora parece que se está empezando a recuperar un poco, y que se están tomando algunas medidas, que por supuesto aplaudo. Está muy bien, pero creo que no es solo eso. El problema es que tú hagas un espectáculo y que no se preocupen de hacerle un seguimiento para que tú puedas tener una gira importante. Estamos un poco como el hámster en la rueda: cada año produces una nueva cosa. Por una parte necesitas producir, porque tienes que mantener a la gente estimulada, y entonces montas otro espectáculo, pero todavía no has amortizado el anterior. Vas creando una dinámica muy perversa.

¿Ha cambiado mucho el sector desde que empezaron hace 28 años?

Desde que yo abrí Vaivén con Iñaki (Salvador) recuerdo esta dinámica siempre. Nosotros hemos ido casi a espectáculo por año. Incluso a veces más. Si un espectáculo está girando y va muy bien, pues el otro puede ir menos bien. Entre unos y otros, como en cualquier otro negocio, puedes ir compensando. Creo que ha sido un error el no darnos cuenta de que no es que haya un exceso de producción, sino una falta de consumo. Yo no voy a decir que la gente produzca menos, pero si no hay manera de sacarlo al mercado, pues habrá que reflexionar entre todos los agentes. No es un problema de las compañías, no es un problema del Gobierno Vasco o las diputaciones, ni siquiera es un problema del público: es un problema de todos. Nos hace falta gente que quiera apostar firmemente por la cultura, por las artes escénicas.

Ustedes con poca gente han sacado adelante un proyecto como Vaivén casi 30 años.

Somos una estructura muy pequeñita, con lo cual cubrimos muchos frentes. Es decir, yo he sido directora artística de la compañía, productora, actriz, relaciones públicas… Y por eso hemos sido en gran parte autodidactas. Porque no hay que olvidar que como actriz he tenido la posibilidad de formarme, pero no sabía nada de gestión… Y ahora que ya lo sé hacer bien, va y se acaba (ríe).

La parte musical de Vaivén va a seguir adelante. ¿La situación de la música está un poco mejor que la del teatro?

Está horrible también (ríe). Lo que pasa es que en nuestro caso, y hay que ser absolutamente sinceros, Iñaki no vive de Vaivén, sino que es profesor de Musikene. Evidentemente, también tiene un foco de ingresos aquí cuando hay bolos, pero Iñaki no vive de eso. Es verdad que es un hombre muy polifacético. Entonces lo mismo está en un espectáculo de teatro, que está creando música para un documental, que está colaborando en una película, que está haciendo un concierto de jazz… Siempre tiene cosas. Pero no depende de ello, si no fuera así no lo podría hacer.

Han recibido muchos premios. ¿Qué significan para ustedes?

No vamos a negarlo: a todos nos sientan bien los premios. Para todos es como una palmadita en la espalda. Pero yo me atrevería a decir que gran parte de la alegría viene de que a lo mejor, con ese premio, puedes seguir un poco más. Si ganas un galardón, puede que salgan más actuaciones.

¿Cuáles diría que son los mayores logros de los 28 años de Vaivén?

Yo creo que hemos conseguido que al público le interesara lo que le contábamos. Para mí ese es el mayor logro. Conseguir interpelar al público y hacerlo reflexionar ha sido para mí lo más mágico. Me parece que una de las funciones del teatro es desasosegar. Que incomode, pero de una forma positiva, para hacer pensar. Para mí se va al teatro como a un espacio sagrado, a un espacio de comunidad crítica, donde la gente piensa.

¿Ha perdido el teatro esa función de hacer pensar?

Sí, es una de las penas. Pasa en general, estamos en una sociedad individualista a la que no le interesa compartir, ni nada que no sea la inmediatez, y el teatro es de otro ritmo. Aún así, hay gente que trata de reproducir todo eso en el teatro. Crea cosas de carcajada, que no tengan mucha reflexión, que no hagan a la gente comerse el coco… Eso sí, no estoy hablando de que el teatro tenga que ser panfletario. Y, por supuesto, hay que dejar claro que nosotros no queremos que deje de existir ese otro tipo de teatro. Lo que queremos es que haya espacio para los dos. 

Hacen siempre puestas en escena modernas, aunque además de obras más contemporáneas también han hecho clásicos.

Sí, pero siempre desde una lectura bastante moderna. Cuando hemos hecho clásicos, hemos intentado traerlos a nuestros días. El primer espectáculo que hicimos fue La coraje, que estaba basado en Madre coraje de Bertolt Brecht, pero con una visión diferente. De hecho, la situamos en el conflicto de 1992 en los Balcanes. Hicimos Antígona recogiendo el conflicto clásico, pero con una visión sobre el poder muy moderna, y además el texto no era el de Sófocles, sino que encargamos hacer un texto sobre la historia pero modernizado. También hicimos ¡Nasdrovia Chéjov!, que era a partir de unos textos de Chéjov, pero que era totalmente actual. Se cogieron los cuentos pero se le dio una pátina de modernidad importante.

Con Vaivén han trabajado por todo el Estado. ¿Hay mucha diferencia en la acogida entre una ciudad grande como Madrid y en pueblos pequeños?

Es diferente y depende a dónde vayas. Nosotros hemos tenido la suerte de ir en Madrid durante muchos años a una sala maravillosa que se llama la Cuarta Pared, que es una sala íntima, como de 200 espectadores, de barrio; era como estar trabajando en un pueblo. Por otra parte, se dice que el público de Burgos para abajo es más expresivo, y eso es verdad. Cuando hemos ido a actuar al sur, se ponían en pie a aplaudir, son mucho más de ponerse como locos, y eso aquí es más difícil. En ese sentido sí que hay una diferencia, pero es más entre Euskal Herria y otras zonas.

Entre otras obras, ‘Sin vergüenzas’ trabaja en esa faceta social del teatro, con un tema como el de la educación sexual en la adolescencia. Hoy en día, con las pantallas, es cada vez más difícil una correcta educación sexual en esas edades.

Lo de Sin vergüenzas fue muy divertido. Se estrenó en 2001. Hasta hace tres o cuatro años la estábamos haciendo en institutos. Y era maravilloso porque los muchachos en ese momento estaban al teatro, les interesaba tanto el tema que eran capaces de prescindir de los móviles, no estaban ansiosos ni muchísimo menos. En cuanto a la educación sexual, yo creo que estamos peor que hace 20 años. Tendríamos que habernos preocupado del tema hace mucho.

¿Han tenido alguna vez algún choque con alguna administración o institución por las temáticas sociales que han tocado?

Yo, la peor del mundo tuvo muchos problemas en la Comunidad de Madrid. Hubo ayuntamientos del PP que no quisieron contratar una historia de una monja que hablaba de sexo, de arte y de libertad. Esto no les interesó y sí que sentimos que tuvo muchos problemas. De hecho, estuvo en Madrid un mes y no hizo ni muchísimo menos la gira que se le podía esperar, porque había muchos ayuntamientos del PP que no querían contratarla. Sin vergüenzas tuvo también problemas en Madrid hace muchos años. Una vez, cuando estábamos en un teatro de la periferia, nos dijeron que había padres que se habían quejado del mensaje del espectáculo. Por eso solo hicimos unas cinco representaciones, las mínimas para que yo pudiera cubrir el sueldo de los actores, porque una parte de la sociedad bastante reaccionaria se negaba a que sus jóvenes fueran a ver un espectáculo así.

Ana Pimenta, con algunos de los carteles de las obras de Vaivén Iker Azurmendi

¿Cómo ve el teatro en, pongamos, diez años?

Si pudiera ser tan visionaria a lo mejor no habría cerrado (ríe). Creo que dentro de un tiempo el teatro va a ser de los pocos sitios donde ocurran las cosas de verdad. Porque te rozas con gente de verdad, porque estás viendo a gente de carne y hueso representando, porque te están brotando las emociones en ese momento... Todo esto me hace pensar que el teatro tiene que resistir. Pero hay otra parte de mí, la pesimista, que no sabe lo que va a pasar con los que vengan. Porque se está dificultando todo muchísimo a los jóvenes. Es que ahora mismo para hacer una actuación con una subvención tienes una cantidad de papeleo y burocracia… Esto al final echa a la gente para atrás. Por eso me da miedo que queden solo los centros dramáticos, los de relumbrón. Pero que lo que es el teatro de trinchera o el de picar piedra no tenga cabida, porque ni las instituciones ni el público lo cuiden. Me gusta pensar que va a quedarse como un símbolo de resistencia, de fortaleza, de vida. Pero, por otra parte, los indicadores apuntan en otra dirección.

¿Por qué han hecho siempre ese teatro de trinchera?

Yo no tengo nada en contra de otro tipo de teatro. Y muchas veces nos mezclamos, no es algo tan claro. En un momento dado tú haces una cosa más comercial porque quieres. Pero es que yo concibo el teatro como una serie de principios: una manera de crear, un sello, una dignidad, un compromiso lingüístico, ya que siempre hemos hecho las obras en castellano y euskera porque es la realidad de este país. Un compromiso con los jóvenes también, porque hemos querido siempre meter a gente joven en nuestros proyectos.

¿Cómo va a ser la despedida en Gazteszena del día 18?

Hemos llamado al espectáculo El último Vaivén. Empezaremos a las 18.30, una hora rara, por lo que ya se puede entender que va a ser un espectáculo largo. Lo primero que se presentará es Redada familiar, que se estrenó hace dos años y medio aquí, y que vuelve a casa muy sólida tras más de cien bolos por todo el Estado. Esta función es importante porque mete el dedo en la llaga en temas de mucha actualidad. Es una comedia en la que se habla del mundo del algoritmo, de la exhibición excesiva en las redes, de la crisis de la familia… Es un poco el sello de Vaivén: queremos que la gente reflexione. Tras esta función habrá una intervención de Iñaki a piano en la que interpretará la música de nuestras obras de teatro, algo que va a ser muy hermoso, tanto para las personas que las conocen como para las que no. Luego se darán varias intervenciones musicales de parte del elenco de la obra. Para terminar, Iñaki y yo haremos un sketch teatral. En Gazteszena hay unas salas donde nos tomaremos unos vinos y unos pintxos y, bueno, celebraremos la vida de Vaivén. 

¿Va a vivirlo como una celebración entonces?

Sí, será una fiesta. No quiero que sea algo fúnebre. Será un momento de encuentro, de celebración de lo que ha sido y aceptación de lo que toca. Quiero celebrar con la gente y con la profesión que hemos hecho durante 28 años cosas muy bonitas. Vaivén es memoria del teatro de este país. Yo no voy a ir a lamerme las heridas. Voy a seguir siendo actriz, voy a seguir ayudando a Iñaki con los proyectos musicales, con la venta, si puedo dirigir alguna cosa… Lo que pueda salir. Yo estoy ahí, sigo siendo una mujer de teatro.