El escritor e investigador de cine Luis Alegre Saz presentará esta tarde en el cine de Tabakalera uno de los grandes clásicos del cine estadounidense: El apartamento, de Billy Wilder. La proyección se enmarca dentro de la iniciativa Klasikoak, que comparten la Filmoteca Vasca y el Zinemaldia.
¿Cómo situaría ‘El apartamento’ dentro de la filmografía de Billy Wilder? ¿Y en la historia del cine?
Es la quintaesencia de su cine, al modo en el que François Truffaut lo dijo de Encadenados al respecto del de Hitchcock. Esta película condensa a la perfección su estilo, sus rasgos y su manera de entender el cine y la propia vida. Y es una cumbre de la historia del cine, una de esas joyas inmarchitables.
¿A qué género la adscribiría? ¿A la comedia o al drama?
Uno de sus encantos es que es refractaria a las etiquetas. Es un cóctel sublime de humor, tristeza, melancolía, drama, melodrama, tragedia, poesía, emoción, delicadeza, romanticismo, luz, oscuridad, limpieza narrativa, fábula moral y radiografía social y de la condición humana. Es una película sin género. Pero la vida tampoco lo tiene.
Jack Lemmon fue uno de los actores fetiches de Wilder y junto a MacLaine también protagonizó ‘Irma, la dulce’. ¿Hay paralelismos entre ambas?
Sí, pero, aunque Irma, la dulce me gusta mucho, El apartamento me parece más honda e irresistible.
Hablamos de una película que analiza, de alguna manera, la corrupción moral de los personajes, de hasta dónde están dispuestos a llegar, como en el caso de Jack Lemmon, para obtener lo que quieren.
La corrupción moral que retrata El apartamento es la de todo un sistema social basado en la existencia de víctimas y aprovechados. Pero el personaje de Jack Lemmon está muy matizado. No es un corrupto de manual: es un pusilánime de buenos sentimientos, que no sabe decir que no, es un arribista casi sin querer. Lo que al final hace, precisamente, es huir de la corrupción moral y de la pérdida de la dignidad con las que había coqueteado.
En el caso de Sheldrake (MacMurray), es un personaje acostumbrado a comprar lo que desea. Lo hace con Lemmon y también lo hace con Shirley MacLaine, cuando le deja el dinero. Es el corruptor sin moral.
Sí, Sheldrake es un cretino integral. El símbolo de todos los aprovechados, prepotentes y manipuladores de este mundo.
También existe un paralelismo con el hecho del intento de suicidio de ambos personajes.
Sí, es el lado más sombrío de la historia, abordado con una elegancia superior. Esta película está repleta de simetrías como esa. Todo rima.
El espejo roto como símbolo de personas rotas, la llave que se pasan unos a otros, el ascensor y los pisos como ejemplo de la escala social, la pistola... Es una película llena de símbolos.
Exacto, pero, al tiempo que sutiles, son símbolos muy cercanos, transparentes, cotidianos, nada crípticos.
La evidente cuestión moral se revela al final cuando, Lemmon decide “ser un hombre” y renunciar. En este sentido el personaje de Dreyfus, el vecino, actúa como arquetipo de la rectitud.
Los personajes de los vecinos son decisivos. Ellos viven pegados a una realidad, la de Baxter, que es exactamente la contraria a la que ellos imaginan y creen ver con sus propios ojos. Eso da un juego narrativo tremendo.
Como se ve al final de la película, ¿el amor lo puede todo? Esta es una constante en el cine de Wilder.
Una de las maravillas de El apartamento es ese retrato portentoso que deja de la verdadera naturaleza de los sentimientos, esencialmente ambigua e insondable, y del poder de esos sentimientos para dominar nuestra voluntad. ¿Por qué razón tenemos que enamorarnos?; ¿Por qué razón yo no puedo enamorarme de alguien como usted? Son preguntas que lanza Fran a Baxter. Son preguntas sin respuesta. Porque no la tienen.