Los melómanos y los amantes de la música negra de la primera mitad del siglo XX están de enhorabuena. Después de casi cuatro años de silencio, el Mojo Workin’, festival que durante su década de andadura se caracterizó por traer a Donostia a veteranos indiscutibles del rhythm and blues y el soul del otro lado del Atlántico, volverá a levantar el telón en marzo del año que viene. El encuentro, organizado por la asociación sin ánimo de lucro Gure Gauza, anunció hace unos pocos días a través de la redes sociales el resurgir del Mojo Workin’, festival que a base de esfuerzo y de buen hacer se hizo su sitio en la capital, adquiriendo una gran personalidad propia y ofreciendo un programa de música y leyendas que no habían podido verse por estos lares.

 “Guardad las fechas. Nuevo formato, misma esencia”. Este es el mensaje que publicaron hace unos días en Twitter, junto a una imagen en la que se especificaba que la nueva edición volverá a tener dos jornadas que se celebrarán el 8 y 9 de marzo del año que viene. Eso sí, los conciertos y pinchadas no se llevarán a cabo en Gazteszena, como venían haciéndose durante las últimos años, sino que en su nueva etapa el Mojo Workin’, que trabaja ya activamente en la configuración del cartel que se anunciará en los próximos meses, tendrá una nueva sede: la sala de conciertos Dabadaba.

Con el objetivo de hablar del resurgir del festival, NOTICIAS DE GIPUZKOA entrevista al director del Mojo, Arkaitz Kortabitarte, sobre este nuevo periodo que, en adelante, será más contenido, algo más manejable para la organización. Aún resuena lo ocurrido en 2020, con la llegada de la declaración del Estado de Alarma, coincidiendo con el fin de semana en el que se iban a celebrar los conciertos. Los músicos llegados de Estados Unidos, Carolyn Crawford, Spyder Turner, Chris Clark y Ruby Andrews, llevaban una semana en Donostia, las entradas estaban vendidas –llegando a lograr el sold out para su segundo día– y la mayoría del gasto se había ejecutado. Pensar en ello y en sus consecuencias para la organización, todavía hoy, resulta “doloroso”, reconoce Kortabitarte. Por eso, prefiere mirar hacia adelante y enfocarse en lo que está por venir.

Desde que anunciaron la celebración de una nueva edición, el goteo de mensajes transmitiendo felicidad y alegría ha sido constante, una complicidad que también han sentido durante estos años de silencio: “Los amigos más cercanos han intentado no ser muy pesados porque saben que lo hemos pasado mal, pero gente a la que hacía tiempo que no veíamos nos preguntaba si el Mojo Workin’ iba a volver”. 

Y es que hablamos de un encuentro que llegó a reunir a un público muy fiel que solía llenar Gazteszena, espacio al que llegaron después de transitar por otros escenarios. 

De hecho, el festival comenzó a celebrarse a caballo entre el Doka y en el Bukowski para luego dar el salto a la sala Club del Victoria Eugenia y a Mogambo, y acabar recalando en el reconocido escenario de la casa de cultura de Jareño. El formato también fue variando. Al principio la primera de las dos jornadas las dedicaban a pinchar música negra, hasta que vieron que era viable organizar dos días de conciertos. 

Nuevo formato para una nueva época

“La idea que tenemos es volver pero de una manera más sencilla”, explica Kortabitarte. De esta manera, han recurrido a Dabadaba, sala con la que siempre han mantenido “muy buena relación”. Por supuesto, sólo atendiendo a cuestiones de aforo, el festival no podrá ser el mismo. Gazteszena contaba con capacidad para 700 personas y dos salas para djs, algo que se ve reducido en el local situado en el paseo de Mundaiz, con posibilidad de reunir a 300 personas.

En cuanto a la propuesta musical, añade el director, también le están “dando una vuelta”. Los artistas que viajaban a Donostia solían actuar con una banda compuesta por músicos locales y puesta por la organización. Kortabitarte no descarta continuar con esta manera de hacer, pero también valora la opción de programar bandas algo más jóvenes que estén girando por Europa. “Nos gustaría seguir manteniendo la idea de que sean propuestas que no hayan podido verse por aquí”, subraya.

A las dificultades propias de organizar un evento de forma privada se le suman dos factores coyunturales. Por un lado, la edad de las leyendas que solían llegar a la capital guipuzcoana desde Estados Unidos va en aumento y cada vez son más reacias a viajar, sobre todo, desde la pandemia. 

El otro de los condicionantes tiene que ver con la desmesurada inflación, que hace que cualquier desplazamiento sea más caro, algo que por otra parte desde el Mojo no quieren que repercuta en el público. Aunque cambie el formato, “el espíritu seguirá siendo el mismo”: música negra anterior de a los años 60 del siglo pasado. Otra iniciativa que la organización mantendrá será la pinchada tras los conciertos hasta altas horas de la madrugada.

Desde la organización confían en que el público fiel volverá a responder a la llamada del Mojo Workin’. “Tras lo ocurrido en 2020, creo que la gente tiene ganas de despedirse bien del festival. Sabíamos que algún día íbamos a dejar de hacerlo, pero que hubiese ocurrido así era un poco triste”, comenta Kortabitarte, que agrega que este retorno es “una prueba”. “Si funciona, se podría repetir el formato, aunque no creo que vuelva nunca algo tan grande como lo que hacíamos en Jareño”. Grande o pequeño, lo importante es lo importante, que el Mojo Workin’ vuelve y que la música volverá a sonar.