Es 28 de abril de 1966, un equipo del Departamento de Prehistoria de Aranzadi descubrió la cueva Torre, situada en la margen izquierda del río Oiartzun, en el término municipal del mismo nombre, y que supone el yacimiento paleolítico más oriental del territorio. La Sociedad de Ciencias se encontraba catalogando los enclaves de interés y es en esa primera incursión en la que hallan en el suelo de la cavidad dos fragmentos de un mismo hueso tallado –un cúbito izquierdo–, separados uno de otro por un metro de distancia. 

Ciervos, caballos, cabras, sarrios, uros y una figura antropomorfa, así como otros signos no figurativos, como líneas dispuestas de maneras distintas, son los motivos que se tallaron en este tubo mediante una herramienta lítica y que responden al imaginario de la cultura magdaleniense de cazadores-recolectores (15.000-8.000 aC). Cuatro años después de la primera cata llegó una excavación en profundidad de la cueva de Torre y en 1971, el primer estudio del material óseo y sus grabados, redactado por Ignacio Barandiarán. Se trata de un cúbito de alcatraz –se desconoce si el material se trajo de la costa o si, por algún motivo, el ave voló tierra adentro– decorado en el Paleolítico Superior que aún hoy sigue siendo objeto de análisis.

Es mayo de 2023, casi seis décadas después del hallazgo, la UPV/EHU ha sometido a esta “excepcional” pieza de arte mobiliar guipuzcoano, la “más completa” que se ha encontrado nunca en la península ibérica –se guarda en Gordailua–, a un “reestudio” con base tecnológica. El doctorando del Departamento de Geografía, Prehistoria y Arqueología Asier Erostarbe ha publicado un artículo científico titulado Revaluation of the Portable Art of Norhtern Iberia: a Magdalenian Decorated Bone Tube from Torre en la revista Journal of Paleolithic Archaeology, que responde a un fragmento de su tesis doctoral.

Asier Erostarbe, doctorando de la UPV/EHU, ha vuelto a analizar el cúbito de alcatraz de Torre. EHU/UPV

Gracias a microscopios de última tecnología, el estudio ha conseguido detallar los grabados con una “mayor precisión”, así como “descubrir algunos hasta ahora inéditos”. Erostarbe señala la existencia de un vigésimo tercer signo que anteriormente no se había descrito en otros artículos y que se encuentra en uno de los extremos del hueso. Se trata de dos líneas paralelas que, según especula el investigador, pudieran evocar la presencia de un signo mayor que se hubiese perdido con la rotura del cúbito, algo que no es posible determinar.

Las figuras se presentan en filas orientadas en sentido inverso y, salvo algunas pocas excepciones, no se superponen unas con otras. A la hora de decorar el tubo, para el que no existe unanimidad académica en cuanto a su función, se limaron las posibles impurezas del hueso. 

Debido al grosor de los trazados, se deduce que se utilizó más de una herramienta de tallado y a la hora de encarar los motivos, lo primero que se hizo fue demarcar los contornos y trazar los signos, “pasando la herramienta lítica varias veces para hacer profundos cursos”. “Las decoraciones formadas por líneas cortas o muescas se realizaban más tarde y, a veces, se aprecia que se daba la vuelta al hueso para realizarlas”, explica Erostarbe en el artículo. A su vez, añade, que el “artista poseía una gran capacidad cognitiva, una apreciación estética de la regularidad visual y una lateralización de las funciones motoras”.

Por último, al comparar los grabados de esta pieza con otras de la Cornisa Cantábrica y de los Pirineos, Erostarbe corrobora que en el Paleolítico Superior hubo “intercambios de comportamientos técnicos e iconográficos”.