La pintora, grabadora y escultora vizcaina Mari Puri Herrero (Bilbao, 1942) expone su última producción sobre papel (2020-22), acompañada de grandes telas de años anteriores, en la galería Arteko de Donostia, en la que, fiel a su ya larga trayectoria de 40 años, muestra su clara predilección por la figura humana, la naturaleza, y su entorno urbano, bajo la denominación Del color de los días.

Colores eléctricos azules marinos, negrescos, rojos y naranjas intensos trazadas con pequeñas y múltiples pinceladas de caseína y aditamentos de collage, sobre diversas clases de papel confeccionado a mano, de estructura vertical a la manera de los rollos japoneses, plasman profundos y selváticos paisajes en los que el ser humano de pequeño tamaño se halla inmerso y transfigurado en el mismo.

Su pintura siempre ha jugado con el ser humano, inserto en exteriores e interiores, mudos e intemporales en el espacio, en acciones cotidianas, el paseo, la lectura, la calle, cercanos al Nouveau Roman de los realistas mágicos, y a la mejor tradición goyesca, en los que realidad y ficción, figuración y simbolismo, se hallan mezclados y entretejidos.

Desde una figuración más sólida y bien peinada (1983), hasta su última obra más líquida y suelta, se aprecia un interés por el color de carácter fauvista, fruto de sus principios pasos con el pintor Ascensio Martiarena, y un anclaje de la figura humana, paradigma de sus preocupaciones sociales y del entorno cultural del foco vizcaino de fin de siglo.

Excelente y refinada dibujante, usa el pincel en sus últimas obras como fino buril con el que plasma sus íntimas vivencias acerca del ser humano y la naturaleza, con acentos poéticos y ecológicos, hasta llegar a la pura mancha de color, y a la utilización del mismo con espíritu órfico y metafísico. El aditamento del collage a su pintura, añade ritmos cinéticos y dinámicos a sus composiciones diagonales, en muchas obras. El juego de las pinceladas pastosas y expresivas sobre fondos blancos y crudos, aportan un concepto abierto y de mayor libertad a sus propuestas. Árboles, presencias/ausencias humanas, y algún pájaro, son sus repertorios iconográficos mas queridos.

Excelentes resultan también sus medianas y grandes telas, como Estrasburgo (1991), Ir y venir (2003), Barco ardiendo (2010), Día rojo (2022), así como dos pequeñas obras del fondo de la galería, y la refinada escultura Cocinero (2014), en azul eléctrico, representación simbólica de la cultura gastronómica vasca.