La editorial Anagrama ha publicado hasta la fecha las 15 últimas novelas de la escritora francesa Delphine de Vigan. Es una de las mayores exponentes de la literatura gala, una autora multipremiada que en gran parte de sus libros aborda pasajes autoficcionados. Su obra más célebre es Nada se opone a la noche (2011), en la que narró el suicidio de su madre, como resultado último de un profundo trastorno mental que la persiguió toda la vida. De Vigan ha trabajado temáticas y estilos de escritura muy diversos e, incluso, una de sus novelas, Basado en hechos reales, fue adaptada al cine por Roman Polanski. El Gremio de Libreros de Gipuzkoa le ha concedido el premio Euskadi de Plata por Las gratitudes (2021), -lo ha recibido este miércoles junto a la donostiarra Ana Malagon-, un ejercicio de estilo austero y directo que resuena con su anterior trabajo, Las lealtades (2019), y en el que, sin dejar a un lado guiños autobiográficos, narra la historia de Michka, una anciana que comienza a perder la capacidad de hablar. La estancia de esta mujer en el geriátrico en la que decide internarse es contado por los otros dos personajes de la novela: Marie, una vecina de la que Michka se tuvo que hacer cargo cuando era joven, y Jérôme, el logopeda que intenta retrasar los estragos de su afasia. 

‘Las gratitudes’ comienza con una pregunta que traslado a la autora: ¿Cuántas veces al día da las gracias Delphine de Vigan?

(Ríe). Nunca las he contado, pero diría que lo hago bastantes veces, algunas veces más de la media.

Precisamente, la novela parte de esa reflexión, cuando la gratitud se convierte en un automatismo, se torna en frivolidad.

Sí. Efectivamente. Cuando me decidí a escribir este libro quise ir más allá de esas gratitudes automáticas o sociales. Lo que importa es que todos tenemos un sentimiento de gratitud que, a veces, hemos expresado, pero en otras ocasiones no. Todos tenemos una gratitud no verbalizada.

¿Usted también tiene una gratitud que le ha quedado pendiente de expresar?

Todos, en algún momento, nos planteamos esa pregunta. Por ejemplo, cuando alguien fallece te preguntas si le has dado suficientemente las gracias o no. Es verdad que, al escribir el libro, lo que tenía en mente era a una tía mía, que murió a la edad de 99 años. Esta tía, a lo largo de mi vida, me dio muchísimo apoyo moral, psicológico e, incluso, material. Espero haberle expresado suficiente gratitud cuando estaba viva. Cuando la muerte se produce de una forma brutal y repentina, esa duda surge de una manera más clara.

En ‘Nada se opone a la noche’ habla de eso mismo, del suicidio de su madre, de la muerte que llega de una forma brutal.

En ese momento me planteé esas preguntas: ¿Le he dado suficientemente las gracias? ¿Le he expresado suficientemente mi amor? Ese fallecimiento de mi madre me hizo tomar una determinación: en cuanto me llega, expreso ese sentimiento porque quizá después sea tarde y no tenga otra ocasión de hacerlo.

Aunque en el Estado se publicó en el año 2021, en Francia la novela salió a la venta en 2019, antes de la pandemia. Teniendo en cuenta que trata sobre la vida en una residencia de ancianos, todas las noticias que surgieron de lo ocurrido durante ese tiempo, ¿le han hecho mirar la historia de otra manera?

Estas residencias geriátricas eran lugares que yo frecuentaba debido a que mi tía vivía en una de ellas. He de decir que fue un lugar en el que estuvo muy bien atendida hasta el final. Luego, es cierto que con el covid-19 y la pandemia pusimos el foco sobre estos centros y vimos la soledad en la que vivían muchas de estas personas. Yo lo escribí antes, pero en el Estado español, como en otros lugares, se publicó coincidiendo con la pandemia. Eso le dio otra resonancia al libro. 

El personaje del logopeda, Jérôme, afirma que “envejecer es aprender a perder”. ¿Está de acuerdo?

Soy consciente de que es una frase un tanto terrible. Pero Jérôme, cuando la pronuncia, está en un momento de duda, de tristeza. Es algo contradictorio porque afirma eso, cuando su papel es el de intentar frenar el envejecimiento en los pacientes. Es una frase que cala muy hondo en muchas personas y algunas personas mayores se han puesto en contacto conmigo tras leer el libro para decirme que sí, que efectivamente es así, pero que, por otro lado, hay quien siente que a medida que uno envejece, también gana algo, sabiduría, por ejemplo.

La pérdida es uno de los elementos claves de la novela, que en el caso de Michka se traslada a su forma de hablar. Es curioso que haya decidido tratar los problemas de comunicación apostando por la austeridad y el minimalismo en el lenguaje.

Las gratitudes, junto al anterior Las lealtades, forman una especie de experiencia con la que he buscado expresarme con la mayor sobriedad, sencillez y economía lingüística posible. Menos palabras pueden, al final, dar mayor emoción. 

Para Mitchka ha inventado, prácticamente, un idioma nuevo.

Aunque pueda parecer sencillo, he tenido que hacer un trabajo con el lenguaje muy importante. Mitchka inventa palabras, tiene lapsus, modifica la sintaxis... Eso ha requerido mucho trabajo. Por otro lado, quiero celebrar el trabajo que ha hecho el traductor a castellano Pablo Martín Sánchez.

¿Cómo fue el proceso de inventarse esa forma de hablar? 

Empecé a basarme en sonidos. Era muy importante que lo que leyesen los lectores fuese reconocible. Es cierto que quise que en determinados momentos fuese cómico, mostrar las incongruencias. Todos los neologismos que incluí tenían que tener sentido y el lector tenía que reconocer que en ese momento Michka habla de sus angustias, de su pasado, de su niñez e inseguridades. Eso me supuso mucho trabajo.

 ¿Ha ofrecido ayuda a los traductores?

Para los traductores ha sido, sin duda, un trabajo de traducción creativa. Lo que hice fue elaborar una guía de 60 páginas en la que recogí cada término y lo expliqué para que los traductores a las diferentes lenguas supiesen exactamente a qué me estaba refiriendo, les fui dando pistas y claves. En algunas lenguas ha funcionado mejor que en otras, pero en el caso del castellano está claro que sí ha funcionado.

En su carrera ha trabajado la autoficción profundamente. Los tres personajes principales tienen rasgos reconocibles de su biografía. ¿Qué parte de usted hay en esta historia?

Es una obra de ficción pero sí que hay algo de mí. A través de esta novela vuelvo a esa idea que creo importante, cómo alguien que no es un pariente de sangre puede acabar teniendo un papel determinante en tu vida, tenderte la mano y hacer que tu historia cambie, como ocurrió con el caso de la tía a la que he citado.

Precisamente, el propio personaje de Michka, desde su geriátrico, busca a aquella ‘familia’ que la acogió durante la ocupación nazi de Francia y que posteriormente vivió con una tía suya. Michka, por su parte, una mujer sin hijos, acoge a Marie, que malvive con una madre enferma. ¿Es la familia un constructo para usted?

Sí, felizmente es así, que las familias se puedan construir. Tengo unos lazos muy estrechos con mis hijos pero les he querido hacer comprender que me tienen a mí, pero que deben estar abiertos a otras personas porque pueden encontrar en otras personas otras fuentes de inspiración.