- La exposición Contexto y conceptos, con la que la Bienal de Arquitectura-Mugak puso ayer el punto final en Donostia a la edición de este año, no es solo un repaso a la extensa trayectoria de Carme Pinós, sino también a la evolución de la arquitectura de España desde la llegada de la democracia.

La exposición recoge proyectos que ha realizado a lo largo de su trayectoria. ¿Cómo es volver a ellos con la perspectiva actual?

-Nunca me arrepiento de los proyectos que hago porque no sigo modas. No los veo desfasados. Cada vez que he hecho uno me he entregado en cuerpo y alma. Eso no quiere decir que, sobre todo mientras los construyo, piense cosas como "aquí me he pasado" o "aquí tendría que haberlo hecho así", pero hasta los proyectos más antiguos los volvería a hacer igual. He intentado que la exposición sea muy didáctica y que mi experiencia sirva a los demás. He querido ser muy transparente y honesta con mis proyectos y en cómo se desarrolla mi pensamiento. Espero que también le sirva a la gente que no es arquitecta para entender cuál es nuestro proceso. Y para los que sí lo son, exponer mi manera de hacer les puede servir en su trabajo.

¿Cómo recuerda sus primeros años? No sería nada fácil para una mujer.

-No lo fue. El camino ha sido largo, pero no me voy a quejar. Siempre he mirado para adelante y he trabajado con todas mis fuerzas y ahora veo cómo la gente me considera, no solo por mi trabajo, también por mi constancia. Es algo que no te llena los bolsillos, pero te llena el corazón (risas).

Hasta este mismo año, que se llevó a cabo una retrospectiva en Madrid sobre usted, nunca antes una mujer arquitecta había protagonizado una exposición en el Estado.

-La situación está cambiando en todas las profesiones. El mundo necesita de la sensibilidad y de la empatía de las mujeres que, sea por genética o por historia, tenemos más desarrollada. Y gracias a Dios que se han dado cuenta (risas). Hay muchos factores que han permitido que la cosa cambie: la liberación sexual, que el trabajo ya no necesite de tanta fuerza... Hemos ido derribando barreras y la igualdad es inminente.

Para usted fue muy importante poder trabajar en México y abrirse camino. ¿Le sirvió como puente para ser valorada en España?

-Sí. A día de hoy continúo trabajando en México. Yo llegué aquí con un grupo de arquitectos de reconocido prestigio internacional que desde el primer momento confiaron en mí. Me dieron proyectos de mucha responsabilidad que me hicieron cambiar la manera en la que me veían en Europa y, sobre todo, en España. La Torre Cube (Guadalajara, México), que está expuesta en la muestra, fue un punto de inflexión en mi carrera. Me dio visibilidad pero, sobre todo, me dio credibilidad.

En España, en los 80 y, sobre todo, en los 90, hubo un 'boom' arquitectónico por construir grandes edificios a los que no se les dio ninguna utilidad. ¿Cómo lo vivió?

-Durante los primeros años de la democracia todo estaba por hacer y salían muchísimos concursos. Era un tiempo en el que se le daban muchas opciones a la gente joven. Junto a Enric Miralles, con escasos 30 años, nos encargan, por ejemplo, la Escuela Morella (Castellón), que fue reconocido como el mejor edificio del año. Luego llegó otra época que creo que tuvo que ver mucho con Euskadi y con el Guggenheim de Bilbao. Ese edificio cambió la historia arquitectónica no solo de España, sino mundial. La gente se dio cuenta de que la arquitectura podía ser rentable y todo el mundo quería tener su Guggenheim. Por ello, se hicieron bastantes disparates. Todos querían su arquitectura-espectáculo que moviese turismo. Desde la crisis de 2008, esto ha tenido una repercusión totalmente contraria. Ahora, se busca una arquitectura mucho más tranquila, que se rehabiliten los edificios, que haya una sostenibilidad... pero, de vez en cuando, siguen haciendo falta edificios singulares. Que el Guggenheim fuese resultado de tanto disparate no quiere decir que no se necesitase. Son las catedrales de hoy en día. La religión ya no las pide, pero la cultura y la comunidad necesita lugares que se identifiquen con ellos mismos.

Además, es un claro ejemplo del poder transformador de la arquitectura con las ciudades.

-Pero eso pasa cuando la arquitectura es capaz de identificarse con la comunidad. Cuando no es gritos vacíos, sino contenido real cultural. Cuando es buena arquitectura, es capaz de retener memoria. Patrimonio es cualquier cosa que es capaz de retener la memoria colectiva.

¿Siente que hoy en día hay menos creatividad en el mundo de la arquitectura?

-El mundo, en general, no quiere riesgos y todo está muy homologado. Todo va a hacia lo estándar y hay una regla de cómo hacerlo. Esto no es bueno. La creatividad necesita confianza y la confianza quiere decir asumir riesgos. Todo se quiere ya y eso no va bien con ella.

¿Cómo ve el futuro del sector tras la pandemia? ¿Va a servir para algo?

-El ser humano es un ser depredador y ante cualquier desgracia de uno, hay otro que la aprovecha. Los que vamos a pie debemos reivindicar los espacios de comunidad que nos hagan sentir que no estamos solos. Los espacios públicos nos tienen que hacer sentir parte de ello y no que la vivienda sea una mercancía para ganar dinero. No podemos dejar que se conviertan en material de especulación. Hay que reivindicar mucho más los espacios dignos. Si nosotros no lo hacemos, los depredadores van a continuar aprovechándose de ello.

"Ahora, se busca una arquitectura mucho más tranquila, pero de vez en cuando siguen haciendo falta edificios singulares"

"Con el Guggenheim de Bilbao la gente se dio cuenta de que la arquitectura podía ser rentable y todo el mundo quería tener el suyo"