l autor del concepto de telecinquismo merecería la medalla de oro de la sociología. Quien fuese definió con agudeza la peor versión del alma española, de pasado curtido de rabia e ignorancia y presente de pésima convivencia, falta de respeto y baja autoestima. El telecinquismo propaga ad infinitum los defectos de la comunidad y anula sus virtudes hasta hacerlas desaparecer. Y no es solo por la programación antisocial de Telecinco, líder de audiencia y valedor de las bajezas humanas: es por la penetración de ese estilo navajero, lenguaraz y arrogante de entender el diálogo en todos los ambientes, del vecindario a la nación, del bar a la familia y de la cuadrilla a las redes sociales. La pandemia de la degradación.

¿De qué sirven la excelencia formativa, los libros, el arte, la ciencia y el cultivo de la compasión, si se impone el grito en los diálogos, el ataque personal como razón y el asalto a la intimidad ajena y los peores del barrio tienen la palabra pública? La política se ha contagiado de telecinquismo y el debate parlamentario se aproxima al esperpento cotidiano de Belén Esteban y la Pantoja. Las tribunas institucionales son platós donde se remeda a la Patiño y la frivolidad de Ana Rosa. El Gobierno de España no lo preside Sánchez, sino Vasile, embajador de Berlusconi y mago de la coprofagia.

Euskadi no escapa a este drama. Además de que Telecinco es el canal más consumido por los vascos, se llegó a fichar a uno de Sálvame para dirigir las tardes de ETB2. Al formular la nueva ley de educación la ministra Celaá debió pensar primero en cómo neutralizar el efecto demoledor del telecinquismo sobre niños y jóvenes. No hay izquierdas contra derechas, ni existe un problema de lengua vehicular: hay un sistema deshumanizador que entretiene miserablemente cada día a millones de ciudadanos y a todos nos aniquila.