nte la negativa de mis dos compañeros de piso a dejarme salir de casa y aprovechar la fase 0, que entiendo que es cero y no uno porque es como la prueba del algodón, a ver si la liamos pardita, decidí madrugar ayer, algo que llevo regular, pero que Imanol y G la llevan aún peor, que además los viernes se suelen mamar con vino de baratillo, del rollo Don Simón. Me calcé de nuevo la única camiseta deportiva que tengo, la de la Real, y salí de casa a las seis de la mañana como si fuese un gato. El hombre ante la soledad y lo salvaje. Al llegar al portal me encuentro con cola para salir. “No eres tan listo, ¿eh?”, me dijo con su acento raro, casi gangoso, el presidente de la comunidad, ese al que pillamos corriendo antes de la desescalada. La movida es que la poli se había puesto en nuestro portal para organizar las salidas. “¿Va a correr o a pasear?”, fue la pregunta estrella de la jornada, que viene a ser como aquello de “¿Crucifixión o libertad?”. “Ah, salgo a correr”. “Estupendo, salga por la puerta, arrímese a la izquierda, una cruz por persona”. Ante las aglomeraciones de primera hora, la autoridad decidió optar por una desescalada con la técnica de los relevos. Solo se sale después de que el anterior haya entrado. Como en una discoteca de la antigua normalidad o como en un ultramarinos de la nueva. Para mi suerte habitual, el presidente de la comunidad era el que estaba delante de mí en la cola y, cuando le llegó el turno, a eso de las ocho y media, desapareció. Al mediodía lo habían cazado descansando en la frontera, fumándose un puro mientras almorzaba. Intenté explicar a las fuerzas del orden que era un jetas y que no tenía porque pagar yo por su irresponsabilidad; me respondieron que otro día madrugase más.