e despiertan tres golpes secos contra la cabeza. ¡Pam! ¡Pam! ¡Pam! Salto de la cama como una gacela vestida con pijama de Son Goku. ¿¡Un terremoto, es un terremoto!? Intento salir disparado, pero la puerta no abre, mis compañeros de piso mantienen mi secuestro por miedo al contagio. Pero si no tengo síntomas, y no he tocado carne desde ni se sabe. Alzo la vista y descubro que la lámpara del techo se ha convertido en la atracción del barco pirata. Me arrepiento de no haber sacado tiempo para sujetarla mejor. Cada vez que alguien entraba me lo decía: "Eso un día se te cae encima y te mata". Lo que me faltaba ahora, morir en pleno confinamiento asesinado por una lámpara rencorosa. Será por falta de virus, ácaros y otras especies mortales en esta casa. Céntrate, Joseba, céntrate. Me pongo en modo lechuza y agudizo el oído. Parece que todo vuelve a estar en calma. ¿Ha pasado el terremoto? Ninguno de mis amigos parece haberlo oído. O han salido huyendo. ¿Amigos, por qué los llamo amigos? Va a ser verdad que en la casa todo se magnifica. Me sorprendo colocándome en posición kárate kid, yo que ni sé cómo sigue. No tenía que haber dejado la peli a medias. Y de pronto, un taladro se mete en mi oído. Tres golpes más hacen temblar la pared. Más taladro. Más golpes. No es un terremoto, es el vecino haciendo bricolaje. ¡A las nueve de la mañana de un confinamiento! ¿Qué quiere, hacerse un loft con mi habitación? Pero, ¿estos sitios no estaban cerrados o han montado un mercado negro para domingueros? En estos tiempos raros en los que todo el mundo te remarca los golpes que da la vida, yo solo puedo pensar que más golpes da el vecino.