erdido en mi habitación sin saber qué hacer corro el riesgo de convertirte en Mecano, qué mal rollo, así que rápidamente busco, busco, busco algo, ¡mierda, si ya lo decía yo! Vale, es un buen día para ordenar la habitación. Cosa que no he hecho nunca desde que vivo aquí pero, ¿qué otra cosa puedo hacer si mis compis de piso me tienen encerrado? Echo un vistazo al móvil para aprender el estilo Mari Kondo. Mierda, no tengo el móvil y mi jefe me ha dicho que no diga tacos. Así que me planteo utilizar el método de toda la vida: a saber, que la montaña de ropa del suelo acabe dentro de los cajones, ya si es doblada o no, en eso no vamos a entrar. Hago unos montoncitos: los gayumbos, los pantalones, camisetas y ¡una bici estática! Ya ni me acordaba, que nos la dejó el dueño de la casa, que como éramos jóvenes le íbamos a sacar un huevo de partido. La tuvimos en el salón un tiempo y hasta hicimos un encierro de San Fermín con ella, pero no pedaleando, empujándola por la casa porque parece que tenga cuernos. Pero como se rayó el parqué y, sobre todo, no era estable con los cubatas, un "tuya, que tienes tripa" después, amanecí con ella al lado de la cama. Y tras mirarnos como Peter Griffin y Ernie, el pollo gigante, descubrí su práctica función de perchero. Hostia, ahí va la reflexión del día (que mi padre me ha dicho que reflexione, que es muy de columnista): si nos dejaran salir a la calle con la excusa de hacer deporte (todos muy separaditos y tal) nos íbamos a poner de medalla de oro olímpica. Incluso yo, que no corro ni aunque se escape el bus porque, voy a contar un spoiler, si esperas, siempre viene otro.
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