La geografía guerrera está instalada en Ucrania, Gaza, Yemen, Myanmar y más. Hay países en litigio constante como en Oriente Medio, India y Pakistán y más. Los grandes conflictos bélicos continúan en muchos sitios del mundo. Necesitamos ciudadanos socios y cívicos más que enfrentados y rivales. No necesitamos el poder-dominación, sino el poder de la solidaridad y del cuidado. Es clave pasar de la irracionalidad del odio y de las armas, y hacer puentes de entendimiento, de encuentro y de búsqueda de la auténtica paz. Nuestros grandes líderes de la ética como de la religión plasman estos deseos en sus alocuciones. La muerte que produce la guerra es terrible, pero el mal moral que suscita todavía lo es más.
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No olvidemos que la guerra no es solo muerte, sino también, y sobre todo, maldad. Por eso las cicatrices de una guerra son muy hondas y difíciles de curar. Cuando las cuestiones económico-sociales y políticas no se pueden dirimir más que con las armas, significa que el diálogo humano ha fracasado y que la dignidad de las personas queda en entredicho. Espero que nuestros hombres y mujeres –sobre todo del mundo político- no sean proclives a la guerra sino a la concordia y a la paz. En una guerra siempre hay perdedores o mejor dicho, las dos partes salen perdiendo. Las guerras son siempre un fracaso de la humanidad. Es importante salvar la clave social y no tanto la armamentística.