Dos metros de diámetro y seis de profundidad son las dimensiones del yacimiento de Kiputz, una sima natural de un paraje de Mutriku, convertida hace unos 20.000 años en una trampa mortal para decenas de renos, ciervos y bisontes cuyos restos, expuestos ahora en San Sebastián, nos remiten al último máximo glacial.

Bajo el título: "Kiputz, un abismo en la prehistoria", la muestra relata el devenir de este yacimiento privilegiado, descubierto en 2003 por espeleólogos del grupo Munibe de Azkoitia que dieron con una verdadera ventana al pasado de la que, a lo largo de cuatro campañas de excavaciones, arqueólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi han extraído los huesos de 48 ciervos, 23 renos y 18 bisontes esteparios, la misma especie que nuestros ancestros pintaron en la cueva de Altamira (Cantabria).

El diputado foral de Cultura, Denis Itxaso, el concejal donostiarra Jon Insausti, y el director del centro Gordailua, Carlos Olaetxea, han presentado esta exposición, comisariada por los peleontólogos Pedro Castaños y Xabier Murelaga, que podrá ser visitada en el Museo San Telmo de San Sebastián hasta el próximo 2 de febrero cuando será trasladada al museo de Altamira.

Una muestra que, en palabras de Pedro Castaños, permitirá al visitante retrotraerse hasta "el último gran invierno" de la "última gran glaciación", hace entre 20.000 y 18.000 años, cuando los neandertales ya se habían extinguido y las temperaturas eran tan bajas que el casquete polar cubría Escandinavia, el norte de Alemania, y la banquisa de hielo llegaba hasta los actuales Países Bajos.

Un crudo invierno de 2.000 años en los que el mar retrocedió hasta extremos impensables hoy en día, descubriendo una porción de la plataforma continental de unos 18 kilómetros en la Cornisa Cantábrica y de hasta 200 en la cercana zona de Las Landas, transformada durante ese período en una gélida estepa actualmente sumergida.

Miles de herbívoros de especies hoy desaparecidas en estas latitudes pastaron durante cientos de años en aquella desaparecida llanura, a menudo cubierta de nieve y con una vegetación pobre y escasa similar a la de los límites árticos, que renos, rinocerontes lanudos, bisontes esteparios y mamuts compartieron con los cromagnones (homo sapiens) que para entonces ya habitaban la zona.

Algunos de estos animales, principalmente ejemplares jóvenes e inexpertos, tuvieron la mala suerte de precipitarse accidentalmente en la sima de Kipuzt, situada tierra adentro, en el valle del Deba, aunque 20.000 años después su desgracia se convirtió en la fortuna de los arqueólogos que descubrieron, en esta "cápsula del tiempo", inalterada durante milenios, un total de 18.296 fragmentos óseos.

Un verdadero tesoro arqueológico que ha permitido recuperar los más abundantes conjuntos paleontológicos de renos, bisontes y ciervos de toda la Península Ibérica, a menudo esqueletos casi completos como los tres que ahora se pueden contemplar en San Telmo: un reno, un ciervo y un espectacular bisonte estepario de casi mil kilos, cuyo cráneo, uno de los mejor conservados de Europa, constituye la verdadera "joya de la corona" de la exposición.

La riqueza del yacimiento se explica gracias a la escasa presencia de depredadores en la sima que hubieran podido devorar los cuerpos de los herbívoros, ya que probablemente los felinos contaban con agilidad suficiente para escapar de aquella trampa natural, en la que sólo se han localizado restos de un cachorro de león de las cavernas.

Caballos, cabras montesas, rebecos, jabalíes, osos, lobos y zorros, estos últimos en menor medida, son otras de las especies presentes en este yacimiento, en el que también han aparecido restos de turones, martas, tejones y hasta algunas aves como anátidas, halcones, búhos y córvidos, además de gallos lira, perdices pardillas y lagópodos, especie esta última perfectamente adaptada a las frías condiciones ambientales de aquel gélido momento.

Una relación "muy rica" y nada despreciable de animales que, como recuerda Castaños, ofrece una imagen perfectamente "representativa" de la fauna del momento pues los restos se acumularon de forma accidental sin la intervención de los depredadores o los seres humanos, lo que nos proporciona una "información extraordinaria" que ya ha dado para numerosos artículos y hasta una tesis doctoral, y que aún podría reservar alguna sorpresa en el último estrato que queda por excavar.