Vivian Maier no era nadie. O, por lo menos, así era considerada por la sociedad estadounidense del siglo pasado y así se consideraba ella misma, como “una persona ignorada”. Hija de inmigrantes europeos, nació en 1926 y tuvo una vida dura. No tenía raíces, era mujer y pertenecía a la clase trabajadora -era niñera de las clases altas-, un cóctel que le negaba la identidad, hecho contra el que se rebeló mediante su afición que rozaba la obsesión: la fotografía.

Vivian Maier. Una fotógrafa revelada, que se inauguró ayer en el espacio Kutxa Artegunea de Tabakalera, acoge 135 fotografías de esta exponente del street photography, de las cuales 33 nunca se habían mostrado antes en el Estado. Otra de las particularidades de la muestra es que también se han reproducido fotos en vinilos de gran formato, algo que muchos archivos no permiten, dado que prefieren que se respete el tamaño original de las obras. “Corred a verlas”, advirtió ayer en la presentación de la exposición su comisaria, Anne Morin, pues tras exponerse en Donostia, las imágenes volverán al archivo en Chicago que guarda los 120.000 que tomó esta artista amateur -la gran mayoría de ellas no las reveló-.

Maier solo obtuvo su identidad de forma póstuma. Es entonces cuando su historia, llena de vacíos y claroscuros, y su práctica se tornaron virales. “La fuerza del huracán ha sido más grande de la esperada”, confesó la comisaria. La mujer no se consideraba fotógrafa, asumió con resignación el papel que tocó en el mundo; para ella era más importante “tomar sus fotografías que verlas”.

Después de dedicarse profesionalmente a la crianza de niños desde los años 50, Maier acabó en los 90 viviendo en las calles de Chicago. Gran parte de sus pertenencias fueron subastadas para pagar deudas. Posteriormente, una antigua familia para la que había trabajado, Gensburg, la rescató de la mendicidad y le alquiló un apartamento en el que vivió hasta su muerte en 2009.

Unos pocos años antes, el cineasta John Maloof, que se encontraba preparando un libro sobre Chicago, se hizo en la citada subasta, a cambio de 300 euros, con una caja de negativos, sin saber qué era lo que estaba adquiriendo. Pasó el tiempo sin que Maloof valorase adecuadamente su ahora propiedad, decidió revelar parte y vender las fotografías por Internet hasta que el crítico e historiador Allan Sekula se dio cuenta de que aquel material era muy valioso. Fue entonces cuando el cineasta comenzó a investigar a Maier y, cosas de la fatalidad, logró saber quién era, dos días después de su muerte. Se dirigió entonces a la familia Gensburg y se hizo con un gran número de carretes a color y negativos. Materiales que ha ido revelando durante la última década, en ocasiones con dificultad, debido al mal estado de conservación de los mismos.

la exposición Vivian Maier. Una fotógrafa revelada muestra imágenes tomadas entre 1951 y 1985. El primer apartado y “pilar central” del modo de hacer de Maier son los autorretratos, que vuelven de manera recurrente. “Tuve la oportunidad de escuchar un audio de Vivian Maier en el que decía que se fotografiaba para lograr su lugar en el mundo”, explicó la autora, para añadir que la fotógrafa “no tenía acceso a cierta identidad”. Para la comisaria, todos los retratos y autorretratos son un manera tenaz de afirmar que ella estaba ahí, en ese instante.

Al mismo tiempo, en los autorretratos parece esconderse. Utiliza juegos de reflejos en charcos o pequeños espejos. Incluso, se expone una fotografía en la que se proyecta su sombra sobre el césped y solo a través de un pequeño objeto metálico se la puede observar tomando la instantánea, una clara referencia al clásico de la pintura flamenca El matrimonio Arnolfini, de Jan van Eyck -pese a su condición de “nanny” y de su origen humilde, la fotógrafa era “muy culta” e “irónica”-. “Su preocupación no era que la reconociesen sino decir: Aunque no me vean en esta sociedad, aquí estoy”, expuso Morin.

Los retratos hay que tomarlos también como autorretratos. Dado que busca reflejar su rostro en aquel al que fotografía -“No hay retratos en la historia de la fotografía como los de Vivian Maier”-. Aún más, en los casos en los que retrata a personas de las clases acomodadas, busca provocarlas captando sus gestos de incomodidad.

La muestra también recoge fotografías con escenas familiares con niños a los que cuidaba. A juicio de Morin, la autora siempre mantuvo una mirada infantil, fruto de su trabajo, pero también especuló que captaba a estas familias para vivir a través de ellas todo aquello que de lo que no disfrutó en su juventud.

La tercera parte de la muestra está dedicada al “teatro de lo ordinario”. Es decir, la vida en la calle de los barrios obreros de Nueva York -comenzó a trabajar de institutriz en 1951 y después se asentaría en Chicago-, donde realmente se encontraba la vida: “Retratos de personas como ella, de la periferia del mundo, sin identidad”.

El formalismo de Maier también tiene su sitio en Artegunea, en el piso superior. A partir de la década de los 60 comienza a interesarse por la geometría, el ritmo, los volúmenes y una cierta musicalidad, haciendo que “la figura del otro” desaparezca, una narración que avanza el final de su obra. Estas fotografías dialogan, debido a especifidades parecidas, con las de color -a partir de 1965 deja de trabajar con una cámara Rolleiflex de medio formato y se pasa a la Leica en 35 milímetros-: “Maier apura todos los elementos de este vocabulario. No hay ninguna foto en color que no debiese estar en color”.

Por último, la exposición organizada por la Fundación Kutxa presenta una serie de clips rodados también por la fotógrafa amateur. Morin destacó estos audiovisuales porque representan la mirada fotográfica de la autora, el metraje sigue su visión hasta que encuentra la escena que quiere retratar. Entonces se detenía, cambiaba la cámara Super-8 por la de fotos y tomaba la imagen que, solo de forma póstuma, ha podido conocerse.