Desde que Picasso lo pintó en 1937 por encargo del Gobierno de la II República para el pabellón de la Expo en París, el Guernica, tras un periplo por el mundo digno de Ulises hasta que llegó a Madrid en 1981, se ha convertido en el grito antibelicista más famoso del siglo XX, y cumple 80 años.

Una cifra que es un acontecimiento histórico y que el Museo Reina Sofía, donde se encuentra desde 1992, lo celebra con una exposición que se abrirá al público hoy con el título Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica.

Comisariada por Timothy J. Clark y Anne M. Wagner, historiadores de arte y profesores eméritos de la Universidad de Berkeley (Estados Undos), la exposición indaga en el camino creativo que llevó a Picasso a pintar este cuadro en blanco y negro, con una variadísima gama de grises y toques azulados y sin una gota de rojo, de sangre.

Cuando en 1937 el Gobierno de la República le encarga el mural a Picasso, que había sido nombrado en 1936 director del Museo del Prado, la propuesta le supone un desafío.

Al principio el pintor malagueño no parecía encontrar motivo en el que centrarse, quizás debido a las circunstancias de la guerra, aunque en enero hizo su primer aporte político como “artista popular” a la causa republicana.

Grabó dos grandes planchas divididas en nueve viñetas que constituyeron una dura crítica contra los rebeldes y que llamó: Sueño y mentira de Franco (I y II).

Pero el 26 de abril de aquel mismo año, aviones alemanes de la legión Cóndor, ayudados por los italianos, al servicio de los rebeldes franquistas, bombardearon la localidad vizcaina de Gernika, que no constituía ningún objetivo militar y cuya devastación fue un acto brutal hacia la población civil.

Fue entonces cuando Picasso decidió mostrar el atroz bombardeo y el horror de la guerra y, con sorprendente rapidez, entre mayo y primeros de junio Picasso creó el que iba a ser uno de los iconos del siglo XX, en un mural de 349x776 centímetros, con lenguaje cubista y ciertas deformaciones surrealistas.

Picasso efectuó ocho versiones del cuadro hasta llegar a la definitiva, en la que el caballo herido desafiante ocupa la posición central y el sol se transforma en luz artificial a través de una bombilla.

El cuadro es símbolo de la tragedia de la guerra, donde todo es violencia, horror, dolor, gritos mudos, cuerpos mutilados, brazos y piernas por el suelo; y donde una madre, al lado de un toro, llora llevando al hijo muerto en sus brazos, en medio de las llamas.

Picasso, en una entrevista publicada el 13 de marzo de 1945 en la revista estadounidense New Masses, avala esta idea al afirmar sobre el simbolismo del cuadro: “El toro no es el fascismo, aunque sí la oscuridad”.

Más explícito fue cuando, durante su realización, manifestó: “En la pintura en la que trabajo, y que titularé Guernica, y en todas mis obras, expreso claramente mi repulsión hacia la casta militar, que ha sumido a España en un océano de dolor y muerte”.

Tras su paso por el pabellón de la Expo parisiense, el Guernica emprendió viaje a Noruega, Dinamarca y Suecia, luego a Londres y después, en 1939, por deseo de Picasso fue para Estados Unidos y se exhibió en Nueva York, San Francisco y Chicago para volver al MoMA de Nueva York, donde se quedó por el deseo del pintor que pidió en 1958 que no se moviera más.

madrid, 1981 En septiembre de 1981 llegó finalmente a Madrid y fue instalado en el Casón del Buen Retiro. Se expuso por primera vez el 25 de octubre de 1981. Once años después, el 26 de julio de 1992, el cuadro fue trasladado al Museo de Arte Reina Sofía, donde permanece desde entonces, aunque algunas que otras posturas, como la del director del Prado, Miguel Zugaza defienden que la obra debía de estar en el Prado.

Picasso dejó por escrito que el Guernica tenía que volver al pueblo español cuando en España se restableciesen las libertades públicas.