n ueve fotografías en blanco y negro de gran formato, ampliadas sobre tela y metal, alguna de ellas de 16 metros, realizadas por la fotógrafa Isabel Azkarate (Donostia, 1950) durante sus estudios en Nueva York (años 80), son ahora presentadas con acierto en el Espacio Noventa Grados de la calle Mayor de Donostia. Ciertamente, la simbiosis entre la fotografía seleccionada y el contenido del espacio comercial es perfecta, y le ofrece además un aspecto tecno-urbano que revaloriza a ambas.

Azkarate es una freelance curtida en múltiples trabajos para nuestras instituciones (1978), y posee un archivo con más de 80.000 imágenes; además, es una gran viajera y ha visitado Nepal, México, Marruecos, Egipto,... habiendo realizado más de veinte exposiciones y diversas publicaciones sobre esos lugares. A Isabel siempre le ha interesado la foto del momento, la del instante, la fotografía-reportaje que trata de ser artística.

Ella logra captar a los personajes reales, individuales, singulares en su propia yoidad y cotidianidad, pero poco convencionales, como es el caso del hombre paseando a los perros por la calle, con el fondo de las torres de Manhattan, captado con perspectiva caballera; a los jóvenes y a las señoras charlando, sentados en los bancos con sus perros o paseando engalanada por la Gran Manzana, en perspectivas de medio cuerpo o de tres cuartos (lo que ofrece al espectador la sensación de estar observándoles a su misma altura, o en el mismo plano). Su mirada es curiosa, observadora, pelín satírica y guasona. Algo más negra que su mirada habitual, que siempre ha sido más suave, algo más corrosiva y sofisticada que la por ella utilizada. Gana en intensidad, probablemente por el tratamiento de los negros. En las fotografías se refleja el vestir y los hábitos de la gente, la clase social y los modos de convivir de hombres y mujeres en las grandes colmenas humanas. Cargada con sus cámaras Nikon y Canon, la fotógrafa siempre trata de captar cuanto le parece interesante a su paso. La vida real, los personajes cotidianos en su entorno y la mirada de la fotógrafa que se posa sobre ellos, los mima, los encuadra y los plasma. Son un trozo de realidad a través de su propia mirada.