Donostia. Ingresó en Aranzadi con quince años y lleva 51. En aquella época a Fermín Leizaola le interesaban la geología, la mineralogía y la espeleología y durante nueve años desarrolló su actividad en este campo. "Entonces había que buscar las cuevas y una persona como yo, nacida en San Sebastián, un urbanita, tenía un conocimiento relativo de nuestro territorio. ¿Y quiénes eran los aliados que me informaban de las cuevas? Los pastores y los baserritarras", afirma el etnógrafo. Y añade: "Entrar en contacto con estas personas fue un choque muy grande e introducirme en su modo de vida me pareció interesantísimo. Me pareció que urgía más este mundo, a punto de desaparecer".
¿Cómo se encontró el mundo rural de aquella época?
Las diferencias son abismales. En los años 58, 60, 62 en el mundo rural de Gipuzkoa todavía quedaban aspectos muy vivos. Lo que no había eran medios. Ahora los tenemos pero nuestro medio rural se está extinguiendo: los artesanos, las personas que conocen la cultura tradicional, las formas de vida... No hay un lugar en Gipuzkoa donde hoy no haya una televisión.
Y, ¿en qué medida puede ayudar la investigación de un etnógrafo?
Puede ayudar a salvaguardar aunque sea en documentos esas formas de vida, ese mundo que se nos escapa porque está desapareciendo. Sin embargo, tenemos muchísimos más elementos para hacer unos buenos registros. Ya me hubiese gustado tener un buen magnetofón en los años 60 y una buena cámara fotográfica. También había cosas positivas: la gente tenía mucha más frescura. No había problemas por sacar una fotografía; al contrario, estaban encantados.
¿Cómo fueron esos comienzos?
Para conocer el pueblo que estás estudiando tienes que vivir con él. Barandiaran me repetía muchas veces: "Lo no vivido difícilmente puede ser interpretado". A mí me interesaba el mundo del pastoreo, el de la ganadería extensiva y lo que tenía que hacer era estar allí y ver cómo trabajaban. No podía estar en una biblioteca leyendo lo que otros habían escrito y un día sacar cuatro fotos. Cuando me dieron el primer premio de investigación a mediados de los 70 llevaba trece años recogiendo datos sobre el pastoreo. Ahora va uno tres días a la Pampa argentina y saca un documental y un libro sobre los últimos fueguinos. Estando un mes allí uno no se entera de lo que vale un peine.
¿Tiene la sensación de que todo el mundo se siente investigador?
Cada uno tiene sus metodologías. Yo soy hijo de determinados profesores y de la experiencia, que es lo que verdaderamente te va haciendo en las cosas.
¿Echa en falta esas técnicas con las que aprendió?
El problema de la metodología es que no hay materia de estudio. Cuando veo en el periódico las esquelas y muchos de los fallecidos tienen 85, 90, 95 años, pienso que una parte de mi pueblo está desapareciendo con un bagaje que se va a la tumba, que no se ha podido transmitir porque a los hijos no les ha interesado lo que contaban sus padres y porque los nietos hasta se han podido reír. Eso es gravísimo.
¿Se ha sentido alguna vez frustrado?
La vida es una especie de concatenación de frustraciones y cada uno va reponiéndose de cada una de ellas. Lo cierto es que eso está ocurriendo.
¿Entonces, ¿qué futuro tienen los etnógrafos?
El etnógrafo tiene que realizar un trabajo constante, una recogida fiel de los materiales que le suministra el informante. Luego se comparan con los de otros pueblos y de ahí podemos sacar algunas teorías. Pero primero es recoger porque, si no, no hay nada que hacer. Estaremos lucubrando. Lo verdadero es lo que nos cuenta el informante que lo ha vivido. Y repito: lo no vivido difícilmente es interpretado.
¿Además de investigador divulgador?
En mi caso es algo que me ha interesado muchísimo. Durante quince años he sido profesor invitado de la Escuela de Magisterio del Seminario y tuve la oportunidad de practicar la docencia. Para mí fue una experiencia magnífica. Preparar las clases, hacerlas amenas... Es una exigencia. Las conferencias y cursillos también son cosas que marcan. Además, tengo alumnos con los que he continuado una amistad.
¿Observa a la sociedad más sensible con estos temas?
Las cosas no se hacen gratuitamente. Los cursos, exposiciones y demás actividades hacen que la gente se interese y se cree escuela. Después con actividades más específicas se empieza a tomar conciencia de que esos elementos son parte de la cultura. Desgraciadamente, hay quienes creen que hemos surgido por generación espontánea con un móvil e Internet y que toda la vida ha existido la televisión. Eso hay que desmontarlo porque son personas que quieren arrasar con todo lo de antes porque creen que no sirve. Tenemos que darnos cuenta de que somos hijos de unos tatarabuelos que utilizaban unos elementos que han posibilitado que estemos donde estemos y eso hay que respetarlo porque es parte de nuestra cultura.
¿Cree que la invasión de las nuevas tecnologías y el modo de vida actual hace que las nuevas generaciones no se interesen lo suficiente?
Sí, pero hay algunos que toman conciencia porque quieren apresarlo. Depende muchísimo de quién cuente las cosas. Un objeto explicado por una persona con sensibilidad real y un buen comunicador hará que un joven se interese por esos elementos y se dará cuenta de que no ha nacido con un móvil sino que se trata de una evolución en el tiempo.
¿Qué recuerdo guarda con especial cariño de todos estos años?
Tengo un enorme cariño a cómo me han recibido los pastores sin conocerles de nada. Y eso que se dice que son ariscos. Yo he tenido una entrada perfecta. He podido conversar con ellos, me han tratado, me han admitido en su mesa, he compartido mi comida con ellos, he hecho que gasten horas en explicarme cosas... Les tengo una admiración y un respeto terrible. Y lo mismo puedo decir de los baserritarras. A veces estaba en la puerta de un caserío haciendo preguntas, me invitaban a entrar y salía de allí a las seis de la tarde.