Corría despavorido el Tour, en esa huida hacia delante, quitándose el calor con más calor, disparando una velocidad imposible, por encima de 50 kilómetros por hora de media, hacia Châteauroux, bautizada como Cavendish City. El velocista de la Isla de Man cantó bingo tres veces (2008, 2011 y 2021) en sus calles. Suyas son las llaves de la ciudad.

A rebufo de ese recuerdo, el día creció entre urgencias y prisas. El miedo al viento, que todo lo zarandea, contribuyó a la locura. La canícula del julio francés, su bochorno, que no es capaz ni de mitigar el agua, enajenó al pelotón, que era un caos y orden, un desacuerdo y un entente cordial.

Merlier bate a Milan

Tim Merlier recogió el testigo de Cavendish y celebró su segunda victoria al imponerse en el mano a mano al espasmódico Jonathan Milan, probablemente más potente pero menos veloz que el belga. El campeón de Europa izó su estandarte en Châteauroux tras rubricar un esprint académico.

Aplacó al toro mecánico de Milan con una enorme aceleración. Venció Merlier por media bici en un esprint que pareció más ajustado, que podría haberse resuelto por una nariz, como la del célebre Cyrano de Bergerac.

Tim Merlier bate a Jonathan Milan. Efe

Al personaje literario le dio vida Gérard Depardieu, nacido en la ciudad de la velocidad, otrora actor de culto y caballero de la Legión de Honor francesa antes de sus desvaríos, de conseguir la nacionalidad rusa en 2013 y la emiratí en 2022 tras un serial de distintas mamarrachadas. La dignidad no se obtiene con un pasaporte.

Van der Poel, arengado por Jonas Rickaert, buscó una quimera en tierra de velocistas. Sin Philipsen para las llegadas, el suyo fue el esprint más largo del mundo. Su apuesta, formidable, que conectó con el alma del ciclismo, pereció a menos de un kilómetro, cuando fue engullido por las fauces hambrientas de los velocistas, los gestores del espacio tiempo. El neerlandés, una pulsión, rodó fugado junto a su amigo Rickaert.

Una fuga estupenda

Sumó 173 kilómetros de sueños e imaginación en un pleito corajudo contra el pelotón, que solo pudo tumbarle al final. Pose de estibador, espalda de boxeador de los pesos pesados, el neerlandés golpeó con los puños del entusiasmo y a punto estuvo de celebrar un K.O. tras un emocionante combate que elevó a Van der Poel en el imaginario colectivo y concedió altura a una jornada guionizada para el esprint. Van der Poel, corajudo, dueño de un imponente motor, retó a todos. Se peleó contra el mundo y estuvo a un dedo de someterlo.

Su entrega representó el ciclismo del orgullo. Irreprochable su actitud, la de un loco maravilloso buscando la gloria a través de un acto de fe y dignidad. No pudo vencer, se lo impidió el sentido común, la inercia de los velocistas, la matemática del ciclismo, pero concibió otro final, uno por escribir.

Ajeno a la prosa que cae plomiza, que construye muros. Fue un verso suelto al que cobijó el sacrificio de Rickaert, que le nutrió cuanto pudo antes de que el eco del silencio le absorbiera. En soledad en el callejero de Châteauroux, el mecanismo infernal del esprint le tocó el hombro.

Tour de Francia

Novena etapa

1. Tim Merlier (Soudal) 3h28:52

2. Jonathan Milan (Lidl) m.t.

3. Arnaud de Lie (Lotto) m.t.

4. Pavel Bittner (Picnic) m.t.

5. Paul Penhoët (Groupama) m.t.

6. Biniam Girmay (Intermarché) m.t.

7. Phil Bauhaus (Bahrain) m.t.

8. Jordi Meeus (Red Bull) m.t.

120. Ion Izagirre (Cofidis) a 1:53

122. Alex Aranburu (Cofidis) m.t.


General

1. Tadej Pogacar (UAE) 33h17:22

2. Remco Evenepoel (Soudal) a 54’’

3. Kévin Vauquelin (Arkéa) a 1:11

4. Jonas Vingegaard (Visma) a 1:17

5. Matteo Jorgenson (Visma) a 1:34

6. M. Van der Poel (Alpecin) a 1:46

7. Oscar Onley (Picnic) a 2:49

8. Florian Lipowitz (Red Bull) a 3:02

60. Alex Aranburu (Cofidis) a 31:19

67. Ion Izagirre (Cofidis) a 35:09

Permiso de Pogacar

El galimatías que es la Grande Boucle fijó por delante a Van der Poel y Rickaert, fugados de la mano, desde el primer latido de vida de la jornada. Colegas de equipo. Dos locos sobre ruedas y una misión suicida: derrocar el sistema establecido.

El neerlandés, ciclista con aura y cartel de estrella, luz de camerino la que le ilumina, se fue al frente con Rickaert como mochilero porque el líder, Tadej Pogacar, magnánimo con su amigo, así lo quiso.

El resto de equipos comprendió de inmediato la narrativa y se encogió de hombros, como si la carrera no les interpelase. La estratificación del Tour es un sistema de castas y responde punto por punto a esos engranajes en los que no son necesarias las palabras para comprender el lenguaje de signos que gestionan las corrientes internas.

Los anónimos y los descamisados, los humildes, parecen no tener espacio ante la autoridad de los jerarcas, que comparten preocupaciones y distracciones, que observan desde la atalaya y manejan los hilos sin disimulo.

El ciclismo está cada vez más polarizado y solo una minoría parece tener derecho a la gloria. Los aristócratas, sentados en sus butacas, deshojan la margarita a su antojo y eligen a modo de un capricho. Dueños de un casting arbitrario que aparta a la mayoría y enaltece a un puñado. Tú, sí; tú, no.

Días atrás, ese modelo alcanzó el pináculo cuando Wellens, uno de los guardias que cuidan de Pogacar, recibió la bendición, después de hablar a viva voz con otros dorsales con purpurina, para puntuar en una cota menor y quedarse con el maillot de la montaña y evitar así que el esloveno tuviera que completar la ceremonia de podio. El movimiento respondía a la plan ideado desde el UAE para que su líder comenzara antes el ciclo de descanso y recuperación.

Así respira el Tour, bajo el influjo de los poderosos y de la élite. En ese hábitat, Van der Poel se fugó y Rickaert hizo de aguador y de protector cuanto pudo.

Era la liebre que necesitaba Van der Poel para encarar las rectas largas, en medio del campo, cremalleras de asfalto que de cuando en cuando se abrían al jolgorio de la afición, anexionada a la religión del Tour.

Sobre todo, en los pueblos, vestidos de fiesta y de charanga en domingo a la espera de celebrar, como cada 14 de julio desde 1789, la toma de la Bastilla, epítome de la Revolución francesa. La misa pagana estaba en la carretera. Allí sonaron las campanas de réquiem para Joao Almeida.

Joao Almeida tuvo que abandonar. Etb

Abandono de Joao Almeida

El portugués, con la costilla rota, acuchillado el organismo en cada respiración desde la caída del viernes, tuvo que abandonar. No tenía sentido que continuara adelante el luso, que era un fado, la pena y padecimiento.

A cada aceleración, se le clavaba el dolor en el costado con saña. Se bajó de la bici para cerrar su Tour con saudade después de un esfuerzo conmovedor por sobrevivir. La melancolía del adiós de Almeida quedó impresa en el rostro de Pogacar. El UAE tendrá que recomponer el reparto de roles en la montaña, donde el luso partía como el sherpa de confianza del esloveno, su último relevista.

Van der Poel y Rickaert, el alma en cada pedalada, deletreaban una quimera en una debate formidable con el pelotón, que no lograba suturar del todo la falla provocada por el neerlandés y el belga, que se aliviaban y se animaban por eso de la amistad como Butch Cassidy y Sundance Kid cabalgando hacia la esperanza en medio de un tragedia, de la caza de los hombres libres. Dos hombres y un destino.

Van der Poel y Rickaert compartían carreteras, paisajes, calor, olores y sabores a modo de la generación beat, la que recorrió las arterías de Estados Unidos en En el camino de Jack Kerouc. Rebeldes, inconformistas, vitalistas, se lanzaron a una aventura formidable, a una Odisea. El neerlandés, orgulloso, avivó el Tour. La pasión de Van der Poel.