Los números no son iguales, pero el mecanismo sí lo es: mientras la capital norteamericana va perdiendo funcionarios, recibe oleadas de técnicos en informática y gente dedicada a las relaciones públicas que se instalan en la capital y sus alrededores.
Los unos llegan para trabajar en las nuevas tecnologías, como la inteligencia artificial, mientras que los otros tratan de ganar posiciones en la nueva administración que no funciona solamente con personas diferentes a las que es necesario conocer y conquistar, sino con unos esquemas mentales e institucionales que no son todavía bien comprendidos.
Algunos –o quizá muchos– inversores en el mercado inmobiliario de la región capitalina, están preocupados por la oleada de despidos, que podría reducir el mercado para sus pisos o casas y, especialmente, bajar sus precios.
Es algo que está ocurriendo ya, porque las ventas son más lentas y los precios más bajos, algo que se basa tanto en el número de compradores como los tipos de interés de las hipotecas o las expectativas en cuanto al desarrollo del mercado inmobiliario.
Este último punto parece ser el más importante, pues de momento la capital norteamericana no tiene un superávit de viviendas: los alquileres siguen subiendo, lo que indica un mercado sólido en cuanto a clientes, pero temeroso ante las perspectivas políticas.
La realidad no es tan simple como algunos creen: ciertamente, el gobierno federal tiene un programa de despidos masivos, pero algunos comentarios de directores de los diversos ministerios e instituciones indican que la escabechina no será tan grande: en muchos lugares, los funcionarios con más posibilidades de encontrar nuevos empleos se marcharon ya, para aprovechar una serie de incentivos, pues quienes renunciaban a sus plazas eran compensados con el equivalente a 8 meses sueldo.
Sin embargo, algunos secretarios –como llaman en Estados Unidos a los ministros– han indicado que gracias a estos incentivos el número actual de funcionarios ya es adecuado y no es preciso despedir a nadie, mientras que algunos incluso piensan será necesario contratar a más gente, algo que seguramente será más difícil ahora que nunca: con un desempleo del 4,2%, Washington está al mismo nivel que el resto del país y por debajo del 5% que se considera pleno empleo en Estados Unidos, mientras que los despidos masivos de estos meses hacen menos atractivos los empleos gubernamentales que han perdido su aureola de seguridad.
Pero hay algo más: no solamente hay menos despidos de lo previsto, sino que el número de puestos perdidos en el gobierno es prácticamente el mismo que el ganado en la empresa privada. Esto se debe, en parte, a que los funcionarios con un buen historial son muy atractivos para cubrir puestos en que sea necesario lidiar con el gobierno. Así, por ejemplo, quienes abandonaron la Food and Drug Adminstration (Central de Drogas y Alimentos), son muy atractivos para laboratorios médicos pues conocen el proceso de aprobación de nuevos fármacos, imprescindible para llevarlos al mercado.
El auge de las empresas de ‘lobyists’
Por otra parte, hay un grupo que está viviendo un gran auge: las empresas de lobbyists como aquí se conoce a las organizaciones que tratan de influir en los políticos que aprueban leyes, como los congresistas o los funcionarios que aplican decisiones administrativas.
La Casa Blanca actual es muy activa para modificar las cosas que al presidente Trump desea, además de repetir la norma del primer mandato de Trump, que consistía en eliminar varias normativas por cada una nueva que introducía, lo que aligera el esfuerzo de control de los diversos ministerios y agiliza el movimiento empresarial.
Lo cierto es que en estos momentos hay dos interpretaciones contrapuestas por lo que respecta a las medidas de Trump: unos lo ven como un revolucionario, defensor de los nuevos parámetros de nuestra sociedad “computerizada” y víctima de funcionarios elitistas, mientras que otros, sobre todo fuera de las fronteras del país, lo consideran un bárbaro vulgar, inculto y desconsiderado.
Los primeros son universitarios, altos funcionarios y elites urbanas. Los otros, trabajadores y habitantes de regiones rezagadas. Lograr un consenso entre ambos es casi imposible: Los unos tienen en común con los otros tan poco como las dos versiones de Trump.