Una buena noticia en el camino entre el Macizo Central y los Pirineos, el triunfo del eritreo Girmay, lo que ayuda a africanizar el ciclismo. El resto malas: el abandono de Pello Bilbao, y de Jakobsen, enfermos, más la caída de Roglic, perdiendo dos minutos. El maleficio persigue a Roglic en su historia con el Tour, una mala suerte ayudada, al menos ayer, por la mala carretera. Se habla poco de esto, quizá por el chauvinismo vecino, pero las carreteras comarcales francesas están llenas de trampas, en forma de isletas centrales, separadores de carriles elevados, propios de una ingeniería de tráfico táctica, ya obsoleta y en desuso por peligrosa. Pero ahí siguen.
No hay ninguna cadena montañosa tan francesa como el Macizo Central. Los Pirineos y los Alpes, montañas de más solera, son compartidos con otros países, pero el Macizo Central es sólo suyo, y el Tour sabe sacarle partido para dar una imagen de marca a la carrera. Son montañas volcánicas, ásperas, con menos kilómetros de ascenso que sus hermanas mayores pirenaicas y alpinas, pero con porcentajes difíciles, en torno al 10%, la pendiente decisiva en el ciclismo. Lo tengo comprobado, ése es el porcentaje que más daño hace a las piernas, si es sostenido durante varios kilómetros, y el que permite abrir mayores diferencias. Esa cifra determina el punto justo, equilibrado, entre dureza complicada y posibilidad de ir rápido. Por encima del 10% todo se hace demasiado duro y la velocidad relativa entre unos y otros se minimiza, impidiendo, salvo desfallecimientos, que las distancias sean abismales. Por debajo, se puede llevar desarrollo y las diferencias se atenúan. El 10% sostenido es la clave. Y en el Macizo Central abunda. Este año no han escalado el coloso de esas montañas, el Puy de Dôme, donde se han escrito páginas legendarias del ciclismo. Allí sucedió la pugna, codo con codo, entre Poulidor y Anquetil en 1964, dejando la famosa foto que los inmortalizó. Allí triunfaron Julito Jiménez y Bahamontes. Allí comenzó a hablarse de los guerrilleros Angelito Arroyo y Perico Delgado, primero y segundo en la cronoescalada de 1983, que marcó un hito en el ciclismo en España. Porque gracias a ellos empezó a retransmitirse el Tour. TVE no retransmitía la prueba, y tras el éxito inesperado de estos corredores, compró los derechos con urgencia y lo emitió desde entonces, a mitad de carrera. Era otra gesta de la armada invencible.
Una etapa espectacular
Sin el Puy de Dôme, el Macizo Central ofreció una etapa espectacular. La mejor del Tour hasta la fecha. El calor, los puertos, el alto ritmo impuesto desde el principio por el UAE, y el ataque de Pogacar dejó el pelotón en desbandada, colocando a cada uno en su sitio. El demarraje impetuoso de Pogacar tuvo algo de déjà vu, que recordó al año pasado. El esloveno atacando desde el principio, en cada ocasión, con Vingegaard a la contra, resistiéndole cada vez mejor. De lo visto, parece deducirse que Vingegaard va a más, tras su larga convalecencia; y Pogacar a menos. Pogacar atacó a 31 kilómetros del final, a punto de coronar el Puy Mary Pas de Peyrol; descendió solo y en la base del siguiente puerto, llevaba a Vingegaard 30 segundos, y éste, en los cinco kilómetros de subida de ese col de Pertus, fue capaz de cazarlo, y ganarle el sprint en meta. Este escenario, antes de pasar los Pirineos y los verdaderos Alpes, no el aperitivo de la cuarta etapa, promete una lucha descarnada y un espectáculo ciclista de altura. Por eso, ante la batalla entre los dos pistoleros que se avecina, iba a titular este artículo como un western, Duelo en las cumbres, hasta que se me ha cruzado Perurena en la memoria.
El Tour, como prueba más importante del calendario ciclista, es el mejor escaparate para los avances técnicos. Aunque ninguno llega sin haberse probado en otras carreras, es en ésta donde cualquier novedad acapara los focos y es objeto de reportajes y fotografías. Recuerdo que eso pasó con los pedales automáticos, seguramente el mayor avance para el ciclismo, en los tiempos de Hinault, cuando hubo un Tour en el que solamente él los llevaba porque eran un prototipo. Estos días se ha habado del monoplato que montó Vingegaard en el Galibier (anteayer no), y reflexionando sobre esto me acordé de una anécdota de Txomin Perurena, que falleció hace un año. Un recuerdo que es un homenaje. Se le echa mucho de menos. Peru ganó, hace ahora 50 años, la general de la montaña en el Tour de 1974. Tuvo la mala suerte de no poder lucir el famoso maillot de puntos rojos, porque fue justo al año siguiente cuando comenzaron a premiar con ese distintivo al mejor escalador del Tour. Txomin decía que disputó la montaña por casualidad. El fabricante, Campagnolo, que equipaba las bicicletas de su equipo, el mítico KAS, había entregado tres grupos de titanio para el equipo del Tour, que sólo estarían disponibles para los que iban a disputar la general, y para quien disputara la montaña. Txomin quería probar ese grupo de platos, bielas, frenos, cambios, de titanio, ligerísimos, lo último de la técnica, y contaba sonriendo que, sólo por esa razón, se decidió a disputar el gran premio de la montaña. Todo es dialéctico.