La iglesia de San Miguel de Dudea, en Amorebieta-Etxano, concede un remanso de paz en un paisaje bucólico y pastoril. Ni la cicatriz de la cercana autopista A-8 ni la carretera general son capaces de alterar la estampa, que invoca a la calma. Es un paisaje refractario a los tiempos modernos de las prisas, una trinchera contra las urgencias. Un parapeto frente al ruido. Sólo la algarabía de la Ikastola Lauaxeta se cuela en ese ecosistema. Alrededor del templo, de piedra, se congela el tiempo. Lo acelerará la Itzulia. El recorrido de la quinta y penúltima etapa de la carrera vasca, que deberá superar Muniketa, Natxitua y Paresi, se enredará en los últimos kilómetros a partir de San Miguel, en un circuito que parte por Dudea y que exigirá la atención máxima de los competidores entre los picudos barrios de Etxano: Bañera, Urritxe y Epaltza.

“Poca broma” en Amorebieta

“Aquí, poca broma. Es un recorrido con semejanzas al del año pasado en Amurrio”, subraya Pello Bilbao tras comprobar el laberíntico trazado, una trampa, que desembocará en Amorebieta. “Es una etapa que me gusta. Si no estoy peleando por la general, me gustaría disputarla”, lanza el de Gernika, una de las grandes referencias del pelotón vasco. En la Itzulia de 2022, Pello Bilbao derrotó a Alaphilippe, entonces campeón del mundo, en el esprint del grupo principal en Amurrio. “En Amorebieta creo que también llegará un grupito, lo que no sé es si será el que pelee por la general o una fuga. El hecho de que la última etapa sea la de Eibar, donde se jugará la carrera, posiblemente haga que la gente reserve algo para ese día”, calcula el gernikarra.

“Poca broma” en Amorebieta

Pello Bilbao acude a la cita con este diario para repasar el circuito final que se adentra entre bosques por carreteras estrechas que se hermanan con rampas duras, toscas, de mirada torva y estupendas vistas si uno es capaz de elevar los ojos más allá de la carretera. El esfuerzo tiende a clavar los ojos en el asfalto ajado y añejo. En una de las costillas de San Miguel de Dudea asoma Pello Bilbao con sus amigos de la grupeta: Joanes, Aritz y Xabi. Mejor bien acompañado que solo. El vizcaino, quinto en la pasada edición de la Itzulia, quiere estar en el podio de la carrera vasca. 

Abandonada la estampa de la iglesia, un descenso y un par de giros a la derecha conducen hacia una rampa abrumadora. Un paredón. El de Tolsan. Disparo a quemarropa. Sin posibilidad de entrar con velocidad por lo retorcido de la curva y el desnivel, que se dispara. El repecho corta el aliento que entra en los pulmones y agarrota las piernas. Más de uno recurrirá ese día a subirlo haciendo eses. “Son repechos en los que se entra a balón parado, explosivos, que obligan a arrancar con mucha fuerza porque hay que frenar antes de entrar. Será una cuestión de piernas. Cuando se llegue aquí la gente ya estará castigada por el perfil de la etapa. En el primer repecho, más de uno se abrirá”, describe Pello Bilbao, perfil de hilo el del vizcaino. “Llego con buenas sensaciones a la Itzulia”, dice.

Rampas hasta el 20%

Los árboles cobijan el esfuerzo del gernikarra y sus acompañantes en el comienzo de la primavera. De vez en cuando brota algún que otro caserío, tesoros escondidos en una isla agreste alejada de lo mundano. La carretera, burlona, sinuosa, vecinal, cose las casas, desperdigadas. No sobra espacio, festoneada la ruta por la vegetación. De repecho en repecho, entre rampas, hay momentos para reponerse. “Es un concatenado de repechos, pero da tiempo a recuperar cuando los pasas. Son esfuerzos explosivos de entre tres y cinco minutos cada uno con desniveles que en ocasiones llegan al 15 y al 20% en sus picos máximos”, revela el de Gernika.

El paraje, estupendo, da para varias postales, como el repecho que acarician las viñas del txakoli, pero en carrera no hay tiempo para la contemplación y el bocadillo de chorizo. En una carretera nerviosa, todo adquiere velocidad. Relampagueante. “Se irá muy rápido, en fila de a uno. De hecho, con el primer repecho todo se ordenará. Hay que entrar muy bien situado porque adelantar será difícil, casi imposible “, diserta el vizcaino. El bucle se respira de apnea en apnea. De rampa en rampa. Salir a flote y otra inmersión. “Nos esperan cotas con gran pendiente, enlazando cinco cotas breves de 3-5 minutos de esfuerzo en los últimos 30 kilómetros. Los últimos doce kilómetros son de carretera muy estrecha”. En ese zigzag las bajadas son para valientes. No sobra un palmo por los costados. Apretada la carretera. Prensada. Carreteras de un solo carril, sin arcén.

Desde una bajada peliaguda a la Bañera, Pello Bilbao, excelso bajador, capitanea la ciaboga hasta Urritxe, donde anida el campo de fútbol del Amorebieta. El giro es otra llamada a apretar los dientes, al sufrimiento. Espera otra subida, hacia el barrio Epaltza, otra cota para achatar la nariz por el esfuerzo y entrecerrar los ojos. Rostros arrugados. Allí, el paisaje se va abriendo, el punto de fuga es más luminoso. Una señal del cielo en un día de sol con capota, translúcido. Ganado el punto alto, toca la meseta del resuello antes de tirarse por otro tobogán y dar con Autzagane, a través de la vía de servicio, otra subida (un kilómetro al 10%) para lijar las piernas, carcomidas por las termitas de las cotas. Espera después un giro en Katiana para descender hacia meta. En Amorebieta, poca broma.