Donostia. En la cesta de los ciclistas vascos que corren el Tour, catorce esta edición, se puede encontrar de todo. Ciclistas con una trayectoria enorme como Juanma Garate y Haimar Zubeldia, que han vivido algunos de los mejores momentos de su carrera en la ronda francesa. El irundarra, con aquella maravillosa etapa de 2009, en la cima del Mont Ventoux, que figura aún como la última victoria de etapa del ciclismo vasco en el Tour. Haimar, con aquel memorable 2003, donde fue quinto, puesto que volvió a ocupar en 2007. Las piernas de ambos, frescas aún y reforzadas con la sabiduría de dos ciclistas ejemplares, estarán en el Tour al servicio de Robert Gesink, en el caso de Garate, y del potentísimo bloque del Radioshack. Servirá a Bradley Wiggins, el británico que espera ser el primero de la historia en el podio, Xabier Zandio. Y los ocho vascos de Euskaltel, a Samuel Sánchez: Egoi Martínez, Gorka Verdugo, Alan Pérez, Rubén Pérez, Iván Velasco, Amets Txurruka y los debutantes Pablo Urtasun y Gorka Izagirre. En el Tour irrumpe también Beñat Intxausti, el vizcaino del Movistar, donde también forma Imanol Erviti, que mira a Francia con respeto tras salir de la frustración en la que le sumió el fallecimiento de Tondo.
Tras la muerte de Tondo pasó usted por un periodo complicado, ¿cómo se encuentra ahora?
El principio fue duro. No me borraba la imagen de la cabeza. Le daba muchas vueltas. Pensaba mucho en ello. Ahora es distinto. El tiempo ha hecho su trabajo y aunque sé que el recuerdo de lo ocurrido no se me va a borrar nunca, he ido aprendiendo a convivir con ello.
¿Llegó a plantearse no correr el Tour?
Tras el accidente estuve dos semanas sin tocar la bici. Simplemente no podía hacerlo, no me apetecía. Y enseguida llegaba el Dauphiné. Creía que no estaba para correrla porque además cogí un virus la semana antes. Eusebio me convenció de que tenía que hacerlo. Me dijo que fuese tranquilo, sin presión. Él quería que corriese en Francia y, además, que me moviera, que saliese un poco de esa espiral de frustración en la que me había metido.
Ahora, a las puertas del Tour, ¿le infunde respeto?
Sí, mucho. No le tengo miedo, pero sí voy con precaución. No sé lo que tiene, pero te hablan tanto de él que al final parece que ya sabes lo que espera sin haberlo corrido. En la París-Niza te empiezan a contar: “El Tour es esto multiplicado por mil”. Y en Dauphiné igual. Te hablan de que el Tour es más en todo los sentidos. Hay más tensión, más velocidad, más calor… Por eso da respeto.
¿Eusebio Unzue qué le dice?
Lo contrario, que esté tranquilo, que no me agobie. Al final llego corto de forma, pero también algo más fresco y tengo prácticamente semana y media para ir entrando en carrera antes de la montaña. La idea es que en los últimos diez días me encuentre mejor.
¿Le ilusiona el Tour?
Sí, mucho. Es la carrera que siempre me ha gustado. Aunque nunca la he vivido en directo desde la cuneta, como otros ciclistas antes de correrlo, siempre me han atraído los Pirineos, los Alpes… Aunque los veía por la tele, eran algo espectacular para mí. El Tour me ha robado muchas tardes. En vez de irme a jugar me quedaba en casa viéndolo. El recuerdo más intenso que tengo es el del maillot amarillo y Lance Armstrong con él. Y el de la marea naranja y Mayo. De los Tours de Indurain apenas me acuerdo. Era muy pequeño.
¿Beñat está hecho para el Tour?
No lo sé, es algo que tengo que empezar a comprobar. No las tengo todas conmigo, porque tampoco es que el calor me agrade mucho. De todas maneras, quiero esperar a ver qué ocurre. Prefiero que sea el Tour el que diga si me acepta.
¿Llega a su debut en el momento justo?
Es un buen momento, pero me hubiera gustado estrenarme el año pasado, con 24 años. Ahora tendría un año de experiencia en el Tour y no solo las dos Vueltas que he corrido. De todas maneras, llegar al Tour con 25 no está mal. No es tarde.
¿Sabe qué le espera en el Tour?
Más o menos sabes qué hay que hacer. La primera semana hay que luchar por no desgastarse, por ahorrar fuerzas para llegar lo más fresco posible a la montaña, en este caso, los Pirineos y luego a las últimas subidas, las de los Alpes, que además este año van a ser especiales porque se cumplen 100 años desde que se subieron por primera vez.
¿Le obsesiona un resultado?
No, no. Mi objetivo es llegar a París y quedarme contento con el trabajo realizado. Tengo mucho que aprender. Aunque también tengo mis pequeños objetivos que iré descubriendo con el paso de los días.