alain laseka

Alicante. La Vuelta 2011 es una historia de regresos. Regresa la Vuelta a Euskadi con dos etapas, las últimas aunque no las decisivas, ya se sabe, el 9 y el 10 de septiembre próximos. La primera en Bilbao, con dos subidas a El Vivero y un descenso largo, 13 kilómetros, hasta la Gran Vía; la segunda, en Gasteiz, tras ascender Urkiola, duro, claro, pero a un desierto de llano de distancia de la meta. Regresa también Antón, por tercera vez, para acabar una obra que ha dejado inconclusa en dos ocasiones: en 2008 tras caerse en el Cordal y partirse la cadera y en 2010 después de quedarse anclado al pie de Peña Cabarga con el codo colgando. Y regresa el Angliru, el infierno asturiano que no se subía desde 2008.

En Alicante, en un auditorio tan nuevo que está sin acabar y sin inaugurar, el regreso de la Vuelta a Araba, Bizkaia y Gipuzkoa tras 33 años de ausencia, que son algunos menos en Nafarroa, donde no para la ronda estatal desde 1994 -y lo seguirá sin hacer pese a una petición oficial para la próxima edición desatendida por Unipublic y que se volverá a repetir en 2012-, se materializa así: Patxi Mutiloa, director de Deportes del Gobierno vasco, la institución que ha impulsado la iniciativa con tanta tenacidad que hace complicado pensar que su interés sea meramente deportivo, no esconde su satisfacción, se felicita, y dice que ahora solo queda que ocurra lo proyectado, que se corra, vamos; Igor González de Galdeano repite a los que le preguntan, multitud porque hay morbo, que es necesario despolitizar el asunto y habla de ciclismo, de afición, de presión, obligación, responsabilidad, ilusión y ventaja, por lo de correr en casa, para Euskaltel-Euskadi; Javier Guillén, el director de la Vuelta que en su primer año al frente sacó la carrera a Holanda y en el segundo hizo realidad el viejo sueño de Enrique Franco de llegar hasta la Bola del Mundo, apela en su tercer gran reto al orgullo del regreso "al origen" del ciclismo y versa sobre una deuda histórica tan grande, "que no podíamos volver sin que fuese de una manera rotunda, tajante y espectacular como esta".

Hay quien al retorno lo llama vuelta a la normalidad, lo que es en sí mismo un lema político. Y quien lo considera una invasión. Esait brama porque "que la Vuelta vuelva a entrar en Euskal Herria no es una decisión que se fundamenta en criterios deportivos, sino que se debe exclusivamente a criterios políticos". Hay un tipo que dice que si los equipos vascos de fútbol y baloncesto, por decir, juegan en las ligas españolas, no tiene razón polemizar sobre el asunto. Y quien agrega, "vale", guarda un silencio y prosigue con una pregunta: "La cuestión no es territorial, sino estructural: ¿debe pagar Euskadi para que venga el ciclismo cuando el de casa está como está, en equilibrio?".

De eso se charlaba en los corrillos de la presentación de la Vuelta en la que las etapas vascas, pese a la novedad del regreso, no serán determinantes aunque sean las últimas porque la semana final es tan potente y exagerada que en cinco etapas se sube casi todo: sobre todo Ancares, el Angliru gallego que asusta menos porque está a un universo de la meta de Ponferrada; la Farrapona, puerto eterno, "tipo Tour", dice Samuel Sánchez, con sus 1.708 metros de altitud, la carretera más alta de Asturias, y Peña Cabarga, el muro cántabro que no subió en 2010 Antón, líder y poderoso, porque se quedó anclado, molido y ensangrentado en sus faldas. También el Angliru, que regresa después de dos años de ausencia. "Al final llegaremos muertos", dice Antón por los seis finales en alto: Sierra Nevada, el cuarto día; La Covatilla, en Salamanca, el noveno; Manzaneda, en Galicia, el undécimo; La Farrapona y el Angliru, en Asturias, y Peña Cabarga, en Cantabria, en la última semana. Hay una crono de 40 kilómetros llana en Salamanca, pero en la segunda semana. "La Vuelta es para escaladores", vaticina el galdakoztarra. Es para él.

Por lo demás, la Vuelta es la repetición de un modelo que para Gillén es una idea de modernidad "que funciona". La modernidad para Guillén es esto: "Si hay una rampa del 23%, por ella tiene que pasar la Vuelta". Y etapas cortas "que agradecen los escaladores". Y fuego, movimiento, acción, que es lo que más incomoda a Antón, porque la Vuelta, así concebida, con puntadas caprichosas e inconexas, plagada de muros como los de Orihuela, Valdepeñas de Jaén o El Escorial que subliman el espectáculo, no da respiro. "No hay lugar para la tranquilidad, ni un día", zanja Antón.