Antes de empezar, resulta que se ha acabado. Hablo del verano. La que desde aquí les escribe, tiene la costumbre, por razones diversas, de coger vacaciones la última del pelotón. Durante dos meses aguanto comentarios del tipo, “luego serás tú la que nos des envidia” o “piensa lo que te queda por delante”. Así será, pero lo cierto es que dos meses con amigas con jornada continua, vacaciones de un mes (no sé ni lo que se puede sentir, igual se me olvidaría el camino de vuelta) e invitaciones para quedar a horas en las que las que trabajamos en esta profesión casi no hemos hecho más que empezar, llegas a las vacaciones casi vacacionada. 450 fotos, 20 vídeos, gracietas varias... ¡Ostras, que mala me he vuelto! La verdad es que me rijo por una premisa, la de alegrarme de lo bueno que les pasa a quienes quiero y de pasar de lo bueno que les pasa a quienes no quiero. Me va bien. Pero ya casi en septiembre hasta estos dogmas de fe fallan. Y pasa lo que pasa, que para cuando te has sido, has vuelto. Y llegas casi en otoño, con algunos de los vestidos de verano sin poner (no merece la pena para estar sentada ante el ordenador) y de la mano de los anuncios de turrones y perfumes. Los escaparates de tan la bienvenida con abrigos y gorros de lana. Y solo han pasado 15 días. Pero, mientras, ¡que se joroben que me voy!
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