"AQUEL día, Bernard Hinault fue mejor que el Merckx de 1974", confesó hace años el italiano Gianbattista Baronchelli. El italiano se refería a aquel 31 de agosto de 1980, cuando fue el último hombre que aguantó las dentelladas del Caimán en el Mundial de Sallanches, donde sólo podía aspirar a la plata, y se la llevó al cuello. El alavés Juan Fernández fue tercero ¡a casi cinco minutos! del francés, que, al menos por un día, y en opinión de Baronchelli, fue superior al mejor Merckx de la historia. Y es mucho decir. Aquel 1974 el belga fue más Caníbal que nunca, al enlazar su quinto Giro, su quinto Tour y su tercer Mundial. Sin embargo, la de Gibi es una voz autorizada, pues Merckx le birló aquella corsa rosa por doce segundos -Felice Gimondi fue tercero a 33-, y seis años después sufrió la voracidad de Hinault, quien grabó una gesta en la historia, no tanto por alcanzar su único oro mundial, sino por la sádica forma que eligió para lograrlo.

Aquel día, el bretón trasladó el infierno al corazón de los Alpes, donde sometió al pelotón a un tormento que pasó a los anales del ciclismo como el campeonato del mundo más duro. De hecho, sólo quince de los 107 participantes completaron los 268 kilómetros. "Fue el más duro de los trece mundiales que viví como seleccionador", recuerda hoy, treinta años después, Ramón Mendiburu. "Fue terrible", remarca. "Seguramente fue mi victoria más bella", ha calificado en alguna ocasión Hinault.

El donostiarra, ex ciclista, ex director deportivo, ex seleccionador, ex federativo, ex organizador y, ahora, miembro del comité directivo de la Unión Ciclista Internacional, resalta que Sallanches 1980 "fue durísimo por el circuito y también por la forma en que se corrió: desde el principio, Francia impuso un ritmo muy fuerte, y para la cuarta o quinta vuelta los ciclistas caían como moscas. Después, Hinault arrasó". "En mi vida había sufrido tanto", dijo Juan Fernández en la prensa de la época.

El alavés era la principal baza del doce de Mendiburu, junto a Marino Lejarreta, Faustino Rupérez, Alberto Fernández y José Luis Viejo -el hombre que dio al de Martutene su primera medalla como seleccionador: bronce en el Mundial amateur de Mendrisio 1971; después, llegaría el bronce profesional de Luis Ocaña en Montjuïc 1973-. Miguel Mari Lasa también fue de la partida.

El trazado era de por sí criminal: veinte vueltas a un circuito de 13,4 kilómetros, de los cuales 2,7 correspondían a la cota de Domancy, en la que, en cada giro, Hinault fue dando una vuelta de tuerca a sus rivales.

Como un animal, el tejón era más peligroso que nunca al estar herido: en su orgullo, mancillado unas semanas antes cuando, tras conquistar el Giro de Italia, debió retirarse del Tour de Francia siendo líder y aquejado de una rodilla. Las apuestas las capitalizaban Hinault, Italia (Baronchelli y un Saronni en plena guerra con su compañero Moser) y Holanda (Van de Velde y Zoetemelk).

De salida, Hinault dejó claras sus intenciones, y ya en el primer paso por Domancy coronó con medio minuto tras responder al ataque del belga Johan de Muynck. Ambos aguantaron en cabeza un giro más, y al siguiente, Francia pasó a endurecer la carrera con el ataque del galo nacido en Burgos Mariano Martínez, que arrastró con él al suizo Ueli Sutter y al danés Kim Andersen.

En la cuarta vuelta, caen las moscas, incluido Jan Raas, el campeón saliente que se coronó con polémica en Valkenburg -lo acusaron de agarrarse a Cees Priem en el Cauberg y provocar en el sprint la caída de Battaglin-, bajo las críticas de Hinault. En la vuelta doce, Martínez y Andersen, aún en fuga, fueron cazados, mientras ya se habían retirado los Thevenet, Peeters, Saronni, Knetemann, Kelly... "En la primera parte de la carrera, llovió algo, y la bajada estaba peligrosa. Hubo muchas caídas. El que se cortaba, lo pasaba mal para empalmar, porque se volaba. Y el que empalmaba, lo pagaba luego", recuerda Mendiburu.

En la vuelta trece, Hinault puso en marcha su trituradora, y Moser y Zoetemelk echaron pie a tierra. Su ritmo infernal -fue el único giro en que se bajó de 21 minutos (20:44)- lo soportó menos de una decena. En la siguiente ascensión a Domancy, con Hinault sólo iban Pollentier, Millar, Baronchelli y Marcussen. Por detrás, en un grupito, viajan, entre otros, Juan Fernández, Rupérez, Visentini, Battaglin y De Vlaeminck, que resiste fuera de su hábitat. "Rupérez hizo un gran Mundial, hasta que reventó al final", valora Mendiburu.

Ajeno al rosario por detrás, al Caimán le salían las cuentas: en la 15ª vuelta -con sólo 21 ciclistas en carrera- cedería Pollentier; en la 17ª, Marcussen; en la 18ª, el joven Millar. Después, Baronchelli ya no dio relevos a Hinault, que se deshizo del italiano en el último paso por la cota. "Me dejó tirado. Iba con calambres, y no hubo forma de aguantar a rueda" de su verdugo, explicó Baronchelli.

El repecho "asustó" a Juan Por detrás, "Juan sufrió muchísimo. En las tres últimas vueltas, lo pasó muy mal en el repecho; empalmaba bajando", relata el ex seleccionador. De hecho, sólo a falta de un kilómetro el alavés enlazó junto a Marcussen y De Vlaeminck con el grupo que optó al cajón. El norteamericano Boyer atacó de lejos, pero fue remontado in extremis por Juan Fernández, que alcanzó el bronce que luego repetiría en Villach"87 y Ronse"88. En Colorado"86 fue cuarto. En Sallanches, el entonces campeón de España "no esperaba subir al podio". De hecho, "cuando vi el repecho, me asusté: me pareció durísimo". Realmente, lo era.

Mendiburu sumó tres metales en trece años como seleccionador: "Las medallas siempre han estado muy caras. Ahora, y antes. Entonces no teníamos un Freire, pero se lograron resultados", subraya Mendiburu, al que ayudaba Jordi Mariné, pues "también me encargaba de los juveniles y los aficionados, y todo era mucho tomate". Con una memoria prodigiosa, Ramón recuerda que "Txomin (Perurena) fue quinto en San Cristóbal (Venezuela, 1977)", donde los coches de equipos eran unas pick-up, "Marino (Lejarreta) fue quinto en 1982 (Goodwood) y Pedro Torres cuarto en Bélgica (1975) y, creo, sexto en Barcelona".

El Mundial de Sallanches, rememora, "fue una locura, con muchas caídas, cortes y averías". Hasta que el pelotón quedó triturado, "recuerdo que me tenía que pegar con Peter Post (seleccionador de Holanda) o Jacques Anquetil (Francia) por meter el morro del coche, unos Peugeot 504 del Tour. Entonces no había pinganillo, pero a veces tampoco podías esperar a que los jueces te dieran paso, e intentabas pasar". En Melbourne 2010, la UCI ha prohibido el pinganillo en el Mundial pro. "En las categorías inferiores, veo bien que se prohíba, si así se da más iniciativa para que el ciclista piense por sí mismo. Pero en profesionales, soy partidario de su uso, al menos en carreras con equipos comerciales. Si yo he logrado 12 millones de euros para crear un equipo, me gustaría no dejar nada a expensas del azar. Además, aumenta la seguridad en carrera", salvo que la reviente alguien como Hinault en Sallanches.