Vencido el esplendor del verano llega la Vuelta, cuando el tiempo de las vacaciones apunta a extinguirse, y comienzan a llamar a la puerta las obligaciones, los problemas pospuestos, lo pendiente, en ese conglomerado de compromisos que representa vivir en civilización. Esta posición en el calendario contradice a mis recuerdos infantiles, porque antaño se disputaba en la primavera. Era la primera gran vuelta de tres semanas, que antecedía al Giro, y que tenía al Tour, siempre en julio, como pieza principal. Aquella era una Vuelta con climatología cambiante, como la estación, con sol, verdes recién estrenados, y donde nunca faltaban los días lluviosos cuando la prueba discurría por el norte, como solía suceder en las últimas etapas. Porque era habitual que la Vuelta terminara en Bilbao o en Donostia, como aquella del ‘75, que Txomin Perurena perdió el último día frente a Agustín Tamames, por exceso de confianza. Era líder, con un minuto y 19 segundos sobre Tamames, podía haber incrementado esa diferencia, pero confió en que le bastaría para la última etapa, una contrarreloj por el circuito de Lasarte, con principio y fin en el velódromo de Anoeta, por carreteras en las que había rodado infinidad de veces. Pero no tuvo un gran día, Tamames sí, y le arrebató el maillot amarillo por catorce segundos. Según el propio Txomin, ésa era la mayor espinita ciclista que tenía clavada. A veces –lo contó en más de una ocasión–, se despertaba, muchos años después, aún con esa pesadilla, la de su más amarga derrota, y se revolvía en la cama sin poder conciliar el sueño.
Aquellas Vueltas, que se celebraban en pleno calendario escolar, a veces conseguían, si el maestro era sensible y la carrera pasaba cerca de la escuela, sacar a los niños y niñas de las aulas para ver pasar a los corredores. Ahora, en la agonía de agosto y enfilando septiembre, con la vida aún detenida, esperando a lo que vendrá, la sociedad está menos pendiente del deporte, de las carreras. Los colores primaverales, de nacimiento, los verdes intensos, se apagan, y se sustituyen por los colores del otoño en ciernes, del verano agotándose, los verdes que se ajan y tornan paulatinamente ocres, marrones. La competición también se contagia de ese declive estacional y, cumplido gran parte del calendario para los ciclistas, las clásicas, el Giro, el Tour, con las fuerzas mermadas, la Vuelta cobra un aire de examen de septiembre. Quizá ahora, cuando han sido eliminadas incompresiblemente estas pruebas de recuperación en los colegios, algunos no entiendan la metáfora. Pero aquellas pruebas eran la única oportunidad que tenían para salvar el curso, los que no habían sido aplicados durante el año escolar. Esa misma idea transmite la Vuelta. Ausentes Pogacar, Remco, Roglic, aquí está Vingegaard, para redimir su derrota ante Pogacar en el Tour. Y tras él, Ayuso, para reivindicarse tras su fallido Giro; lo mismo que Ciccone; Almeida, para levantar su honor tras su caída en la ronda francesa; Mikel Landa, con la idea de rehabilitarse, tras una temporada aciaga debido su dramática caída en Albania al comienzo del Giro; y así casi todos. Es una carrera de repesca, con aquel color caído de los estudiantes, que dijera el poeta Miguel Hernández. Aunque después, metidos en faena, nos olvidemos de esto y la carrera nos depare buenos momentos de ciclismo.
Ayer vivimos la primera muestra del afán de Vingegaard por olvidar su derrota frente a Pogacar. Se impuso en el pequeño puerto final de meta, mostrando ganas y autoridad. Escoltado por Ciccone, a quien se le hizo largo el sprint en la cota. Este italiano, que venció en la Clásika de Donostia, será un buen rival para el danés, dado el recorrido de la Vuelta, prolífico en finales en alto explosivos, en etapas con un solo puerto, algo que se le da muy bien. La carrera estuvo a punto de quedar marcada desde el inicio por las caídas. Llovía mucho en algunos tramos de la ruta entre Alba y Limone Piamonte, y se produjeron varias montoneras, con Vingegaard entre los implicados. Por suerte todo quedó en un susto. Alba, la ciudad de origen, tierra de las trufas blancas, está vinculada al escritor Beppe Fenoglio, que transmitió con gran realismo la lucha partisana que vivió intensamente esa región.
El origen de la Vuelta no es muy conocido. Como las otras dos grandes vueltas de tres semanas, el Giro y el Tour, fue creada en 1935 por un diario. Con la diferencia de que en Italia y Francia las inventaron diarios deportivos, La Gazzetta dello Sport, y L’Auto, con un interés exclusivamente comercial, para vender más periódicos, en España fue creada por un periódico de información general, política, de orientación conservadora, de derechas. El diario Informaciones, que estaba bajo el control del banquero Juan March, que luego financió el golpe militar de Franco. Algunos opinan que la Vuelta se inventó con el fin de contrarrestar el clima revolucionario que en octubre de 1934 había sacudido al país, con la huelga general y la insurrección proletaria asturiana. Para dar al pueblo un entretenimiento general para tapar la brutal represión con la que el ejército reprimió en todo el país a los revolucionarios. Para transmitir la idea de que todo aquello, las revueltas, habían quedado atrás y que reinaba el orden.